El Comité de Laicos Católicos (CLC) de la República Democrática del Congo ha anunciado otra marcha pacífica para el domingo 25 de febrero. Antes, el día 16, una eucaristía recordará a quienes han perdido la vida en estas movilizaciones desde el lejano 1992, cuando los cristianos marcharon contra Mobutu. “La gente tiene miedo, pero también quiere que todo cambie”, confiesa a Vida Nueva el misionero español Raúl Luis Valverde Cesteros, tratando de explicar los acontecimientos que vive el país africano. Este religioso de los Sagrados Corazones de Jesús y de María llegó al entonces Zaire un 20 de septiembre de 1996, con 30 años y cuatro de sacerdocio. Tras permanecer una década en Kinshasa, en diciembre de 2006, fue destinado a Mozambique como maestro de novicios de la Provincia de África de su congregación.
Hoy, de vuelta en la capital congoleña desde junio de 2014, es testigo de cómo “el ambiente se ha ido enrareciendo” a lo largo de 2017, porque “la población esperaba ver los pasos que se iban dando hacia las elecciones y un cambio de régimen político”. Pero nada de esto ha sucedido. La Iglesia católica, que lideró el Acuerdo de San Silvestre entre los políticos para buscar una salida pacífica a la situación, ha visto cómo aquellos esfuerzos realizados en diciembre de 2016 eran “torpedeados por Kabila y sus partidarios, pero también por parte de la llamada oposición”. “Ha habido mucho cálculo electoral y poca responsabilidad política”, lamenta el P. Raúl.
Balas y gases contra las manifestaciones pacíficas
Ante este prolongado ‘impasse’, un grupo de intelectuales –en su mayoría católicos– decidió crear el CLC a la vuelta de una reunión en Bélgica. Aunque “hoy viven en la clandestinidad para no ser detenidos”, fueron ellos quienes hablaron con el cardenal Laurent Mosengwo y comenzaron a convocar a los católicos para que pidieran pacíficamente que se respetase el Acuerdo del 31 de diciembre de 2016. Un año después, en esa misma fecha, tuvo lugar la primera gran movilización. “Aunque no pudo llegar a celebrarse en todos los sitios, supuso la primera vez que la población intentó manifestarse seria y pacíficamente”, recuerda el religioso. Aquel día, después de la misa dominical, desde cada parroquia de la capital (casi 200 puntos al unísono en toda la ciudad) partieron las diversas marchas. “No fue una riada humana –aclara–, porque solo unas pocas parroquias iban a cada punto, pero fue todo a la vez y por toda la ciudad”.
La respuesta de Kabila no se hizo esperar: balas y gases lacrimógenos. No de los “policías habituales, que no tienen armas ni municiones en su servicio diario”, porque ya se encargó el presidente de desarmar al ejército y a la policía de Kinshasa “para evitar un posible golpe de Estado tras los sucesos de septiembre 2016”, desvela la misma fuente. Y añade: “Eran mercenarios, algunos ni siquiera congoleños”.