Han dedicado su vida a encarnar su vocación más íntima, fieles a una llamada que les ha pedido renunciar prácticamente a todo. Ya sea al frente de una parroquia, en la misión por la que hace décadas dejaron atrás su hogar y su patria, o en el día a día de un convento, compartiendo todo en silencio. Ahora, cuando el avance del reloj les adentra en lo que en el estado civil conocemos como “jubilación”, la mayor parte de ellos seguirá queriendo encarnar lo esencial de su llamada hasta el momento de su muerte.
Lo que les diferenciará será en qué condiciones podrán hacerlo: mientras que unos tendrán una etapa tranquila en una residencia de su congregación, otros, de comunidades sin apenas infraestructuras, tendrán que valerse por sí mismos; mientras que unos recibirán pensiones dignas, otros apenas cobrarán lo justo para sobrellevar su día a día; mientras que unos se verán rodeados de cariño y reconocimiento, otros tendrán a la soledad como única compañía.
Un esperanzador ejemplo es el que se vive en la comunidad de la Sagrada Familia de Burdeos de la localidad madrileña de Pinto. Además de esta casa, esta congregación de origen francés (fundada por el sacerdote, hoy venerable, Pedro Bienvenido Noailles en Burdeos, en 1820), que llegó a tener en España hasta un millar de consagradas reunidas en una única provincia, cuenta con otras tres, de las muchas que tiene, dedicadas de un modo específico a la atención de sus mayores.
Margarita Villarroel, su actual superiora, y Sabina Riaño, quien desempeñó esta labor hasta hace dos años y que ahora está en el hogar de Fuenlabrada, abren las puertas de la casa a Vida Nueva. Lo primero que enfatizan es que “esta no es una residencia, sino una comunidad”. Y, sin duda, es algo que se palpa en el ambiente, marcado por los espacios amplios, por una luz desbordante y, sobre todo, por la alegría reinante entre sus 33 inquilinas. Entre ellas, Charo Labrador, quien, a sus 96 años, lleva aquí desde hace tres. Bromista a tiempo completo, se pone mucho más seria para reconocer que “no valgo para vivir sola, por lo que me da la vida poder tener mi día a día como siempre, en comunidad”.
Tras marcharnos y mirar por última vez la fachada de esta casa de Pinto, no tenemos duda: el camino de toda la Iglesia en el tratamiento de sus mayores debe ser exactamente el mismo que con tanto mimo desarrollan en esta comunidad de la Sagrada Familia de Burdeos: aquí se moldea una auténtica familia.
Pero la realidad es que no siempre es fácil y hay que tener en cuenta numerosos factores. Desde un punto de vista estrictamente jurídico, por ejemplo, hay de base una esencial diferencia entre sacerdotes y religiosos en España. Y es que los primeros, por el acuerdo vigente entre la Conferencia Episcopal y la Administración, cotizan a la Seguridad Social, por lo que en su momento recibirán sus pensiones como cualquier otro trabajador; mientras que los segundos, tras lo suscrito por CONFER en 1982, no están dentro del régimen de la Seguridad Social, sino que, acogidos al RETA (Régimen Especial de Trabajadores Autónomos), cotizan como autónomos.
Para ello, la Administración exige a los religiosos tres condiciones indispensables: que residan y desarrollen su actividad en territorio nacional, que pertenezcan a congregaciones eclesiales inscritas en el Registro de Entidades Religiosas y que no realicen una actividad profesional independiente (como maestros o sanitarios, por ejemplo) que esté dentro de alguno de los otros regímenes que integran el sistema de la Seguridad Social.
Más allá del aspecto legal o económico (sin duda muy preocupante para las congregaciones o institutos religiosos con menos recursos o bienes inmobiliarios, lo que puede dificultarles mucho la atención de sus miembros más impedidos), por la propia raíz eclesial del servicio, la idea del acompañamiento a los mayores es clave. Así lo experimenta el mercedario Alejandro Fernández Barrajón, ex presidente de CONFER y quien dedica gran parte de su día a día a servir en la Residencia Intercongregacional Madre de la Veracruz, que regenta en Salamanca la Orden de la Merced junto a las Hermanas Mercedarias de la Caridad, “que viven una situación parecida a nosotros o incluso más preocupante, porque son más numerosas”.
Otro de los referentes eclesiales en nuestro país en la respuesta a este reto es el Centro de Estudios Lasalianos Tercera Edad (CELTE), en la localidad catalana de Cambrils. Uno de sus promotores, el religioso de La Salle Ángel Hernando, reflexiona sobre la jubilación y entiende que, “cuando llega ese momento, muchos intentan prolongar su vida laboral. La pregunta que le inquieta es: ‘¿Qué voy a hacer a partir de ahora?’. Se fijan en todo lo que día a día han hecho por los demás…, y ahora todo eso desaparece. De ahí que lo primero que habría que transformar es la pregunta y formularla así: ‘¿Cómo voy a vivir en la jubilación?’. Eso implica ser conscientes de que es una nueva etapa y que puede ser, también, muy creativa”.