Después de siete años de guerra civil, en el que es uno de los conflictos más sangrientos y demoledores en lo que llevamos de siglo, el horror en Siria alcanza una nueva dimensión… El asedio del Gobierno de Bashar al-Assad a Ghouta Oriental, bastión del grupo yihadista Jaysh al-Islam en los alrededores de Damasco, ha ocasionado, desde el 17 de febrero, 335 fallecidos (entre ellos 79 menores de edad y 50 mujeres) y 1.745 heridos.
El drama es tal que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha llegado a calificar esta región de “infierno en la Tierra”. “Esta es una tragedia humanitaria –ha insistido– que está teniendo lugar ante nuestros propios ojos y no creo que podamos dejar que las cosas sigan así”.
De hecho, el organismo internacional reclama que se establezca una tregua y se abra un corredor humanitario para poder atender a las víctimas en una ciudad de 400.000 habitantes que se encuentra absolutamente encerrada en medio de los ataques. Por ahora, ya van 13 hospitales destrozados… Y, como denuncia Guterres, es imposible introducir suministros: “Las instalaciones se han quedado sin de bolsas de sangre, medicamentos anestésicos o antibióticos por vía intravenosa, fundamentales para cirugías mayores”.
En declaraciones a Vatican Insider, el arzobispo maronita de Damasco, el cardenal Samir Nassar, ha presentado un panorama apocalíptico: “Los bombardeos repentinos matan a personas inocentes. La situación es trágica, pero la vida continúa. Somos conscientes de estar en las manos de Dios…”.
El prelado local lamenta cómo, tras siete años de contienda, la situación no haga sino empeorar: “Los ataques indiscriminados y la violencia continúan. La hemorragia de las personas que abandonan el país no se detiene, especialmente los jóvenes y los hombres que buscan trabajo. Hay 12 millones de refugiados sirios que han huido”.
Para los que no han abandonado su hogar, recalca Nassar, la catarsis es si cabe peor: “La crisis social es ahora generalizada: los sirios que quedan aquí dependen por completo de los organismos y asociaciones que proporcionan asistencia humanitaria o terminan mendigando”. Un dato lo explica todo… “El 80% de los médicos especialistas abandonaron el país y el 60% de los heridos fallecen por falta de atención y tratamiento adecuados”.
Con todo, el pastor se aferra a su comunidad y asegura que no piensa en marcharse: “Algunos sacerdotes me preguntan: ‘¿Serás el último obispo de Damasco?’. A veces me temo que esta premonición puede hacerse realidad”. Aun así, no pierde la esperanza: “Viviendo el tiempo de la Cuaresma, solo las palabras de Cristo nos consuelan. Su atractivo ‘no temas, pequeño rebaño’, nos llega directamente al corazón y nos permite seguir adelante”.
Aunque ha sido ahora cuando la tensión ha estallado definitivamente en los alrededores de Damasco, ya a finales de enero, en una carta a AsiaNews, el nuncio en el país, Mario Zenari, ya advertía de que, si bien la situación la violencia había “disminuido” en algunas regiones y había algo más de “tranquilidad”, la realidad era que se estaban “abriendo capítulos inquietantes” en otros puntos. Concretamente, alrededor de la capital, donde unos ataques habían causado “víctimas y heridas graves”.
Dicho brote de violencia golpeó en los barrios cristianos de Bab Touma y Al-Shaghour, dejando ocho muertos; entre ellos, dos menores y dos adolescentes, además de 20 heridos. Y es que, como advertía Zenari, la guerra civil en Siria “todavía está en marcha” y el “camino” hacia una paz “estable y duradera” es “aún muy largo”.