Los últimos días de Cari y Esther

  • Francisco autoriza la beatificación de las agustinas misioneras españolas asesinadas en Argel en 1994
  • La superiora provincial, que se libró por cinco minutos de morir con ellas, narra cómo decidieron quedarse en Argelia a pesar de la ola de violencia que se vivía

Esther Paniagua, con un grupo de amigos e Argel

La década de los años 90 del siglo pasado, Argelia vivió una guerra civil no declarada contra el fundamentalismo islámico que, a través de la violencia, pero también con las urnas, amenazó muy seriamente con la instauración de un estado islamista en un país que era socio preferente en la zona de la Unión Europea.

En aquella violencia ciega, junto con miles de argelinos, fueron también asesinados, entre 1994 y 1996, 19 religiosos y religiosas que decidieron quedarse junto a los últimos. Con ellos estaban también Caridad Álvarez y Esther Paniagua, dos agustinas misioneras. El papa Francisco anunció el pasado 26 de enero que todos serán beatificados.

Aunque todavía no se ha fijado la fecha de esa ceremonia , ‘Vida Nueva’ ha sabido que es “altamente probable” que se celebre en Orán, de donde era obispo Pierre Claverie, también martirizado en aquella persecución que se hizo a los cristianos, a los que se esperaba cuando entraban o salían de las eucaristías o en el camino a sus trabajos.

Pistolas bajo las chilabas

La fatídica tarde del 23 de octubre de 1994, Cari (en la foro, con gafas) y Esther salieron juntas a misa desde su comunidad en Argel. Ese domingo tocaba celebrarla en la capilla de las Hermanitas de Foucault. Eran poco más de diez minutos caminando, pero nunca llegaron. Las estaban esperando dos jóvenes que, bajo sus chilabas, escondían sus pistolas.

Esther Paniaua, agustina miisonera asesinada en Argel en 1994, será beatificada con su hermana

Esther, con los niños de un hospital en donde trabajaba

Hacía solo dos semanas que, tras un proceso de discernimiento en el que las habían acompañado la Madre General, desde Roma, y la Superiora Provincial, desde Madrid, habían decidido voluntariamente quedarse en el país, a pesar del riesgo cierto que corrían sus vidas.

“El arzobispo de Argel, Henri Tessier, nos escribió una carta a todas las congregaciones misioneras con un mensaje común: ‘Regresen a sus países, realicen un discernimiento y luego tomen la decisión más adecuada, de volver a Argelia o no, con libertad y cada una de su opción personal”, recuerda para ‘Vida Nueva’ María Jesús Rodríguez, la provincial que voló desde España para decidir en comunidad la opción a tomar: quedarse como unas más del pueblo argelino o hacer las maletas hasta que la situación se distendiese.

“Hicimos el discernimiento comunitario el 6 y 7 de octubre. Fui testigo de una experiencia de fe única, en la que cada hermana se iba expresando. No eran unas ilusas ni ajenas a la gravísima situación de violencia que se vivía. Pero todas, unánimemente, pero a nivel individual, fueron diciendo que se quedaban en Argel. La Madre General regresó a Roma y yo me quedé unos días más”.

Evitar la muerte por cinco minutos

María Jesús recuerda como si fuera ayer aquel domingo. “Ponían una bonita película, ‘No sin mi hija’, que también tenía connotaciones sobre lo que estábamos diciendo y viviendo aquellos días. Yo propuse salir de nuestra casa para ir a la eucaristía e ir las primeras. Así, al terminar, regresaríamos pronto para acabar con algunos aspectos de nuestras reuniones y, finalmente, ver la película. Lo habíamos dejado todo preparado”.

Caridad Álvarez, comulgando en una ceremonia presidida por Juan Pablo II

Caridad Álvarez, comulgando en una ceremonia presidida por Juan Pablo II

Caridad y Esther le recordaron el protocolo establecido por la embajada española: ir por la calle de dos en dos. “Yo les dije que también eso era lo que nos decía san Agustín, nos reímos un rato, pero ellas dos salieron primero. Eran muy prudentes. Regresaron a por un paraguas, porque llovía. Lourdes –la otra religiosa que formaba aquella comunidad– y yo salimos cinco minutos más tarde”.

Ese lapso de tiempo las salvó a ellas. Aunque todavía no lo sabían.  Estuvieron a punto de cruzarse, cara a cara, con los pistoleros que acababan de descerrajar sendos tiros a sus hermanas. “Cuando ya estábamos cerca de la casa de las Hermanas de Foucauld, antes de doblar la esquina para entrar en su casa, oímos dos disparos. Me asusté mucho, pero Lourdes me dijo que no me preocupara, que en ese barrio era frecuente oír tiros al aire”.

Caridad Álvarez, sirviendo té a un grupo de ancianos en Argel

Caridad, sirviendo té a un grupo de ancianos que cada viernes se acercaba a su comunidad

Siguieron caminado pero pronto se dieron cuenta de que algo pasaba porque muchos niños salían corriendo de la calle a la que iban a entrar ellas. “Entonces, un joven no nos dejó continuar y nos metió en una casa que daba al patio de las Hermanitas de Foucauld. Oímos llorar y pensamos que alguna hermana se había muerto. Luego, alguien nos dio una escalera. Subimos al tejado de la casa, desde donde se veía la capilla, y vimos los cuerpos de Cari y Esther tirados en el suelo”.

“No fueron imprudentes: amaban la vida”

La superiora provincial recuerda que todo fue muy rápido. “Cuando fuimos hacia ellas, a Esther ya la estaban metiendo en al ambulancia. Aún estaban vivas. Esther murió escasamente una hora después. Las llevaron al hospital. Las acompañamos en todo momento. Vino con nosotros el arzobispo de Argel. En el hospital ya estaba el embajador español, los GEOS y otros miembros de la legación diplomática. Ellos hicieron todos los trámites oficiales y nos dijeron que no era oportuno enterrarlas en Argel. Esther tenía padres y hermanos y Cari tenía hermanos y muchos sobrinos. Y la seguridad era imposible de garantizar allí, por eso decidimos traerlas a España. Nos ayudaron muchísimo”.

María Jesús responde con seguridad a la pregunta de si las hermanas volverían a tomar la decisión de quedarse en Argel si supiesen lo que les iba a suceder dos semanas después de aquel discernimiento. “Sí, pero tengo que decir una cosa: que las dos –y todas las hermanas que siguen ahora allí–, amaban profundamente la vida y eran sumamente prudentes.  Eran muy conscientes de que eso podía pasar. Por eso, cuando uno tiene la muerte tan cerca, la fuerza viene exclusivamente de Dios y de su Palabra“.

Esther Paniagua, con Juan Pablo II

Esther, saludando al papa Wojtyla

De los asesinos de Cari y Esther nunca supieron nada. “El embajador hizo las diligencias que pudo, pero era tal la violencia que se vivía en el país, que no se supo nada. Nosotras sí supimos después, porque un vecino los vio. Eran dos hombres relativamente jóvenes que las estaban esperando y que, cuando se acercaron, les dispararon desde muy cerca. Por eso hay solo dos disparos: uno para cada una en la cabeza. Tras disparar, guardaron la pistola bajo las chilabas y siguieron caminando. Y si el chico aquel nos metió en una casa, era porque nos hubiéramos encontrado con ellos de cara…”.

Su testimonio, referente para la familia agustiniana

La noticia de la beatificación la han recibido en toda la familia agustiniana “con una enorme gratitud a Dios, muchísima emoción y también gratitud a los mártires, de manera especial a Cari y Esther –que murieron con 63 y 45 años, respectivamente–, porque su vida y testimonio es un referente para todas nosotras“.

“Su muerte no fue un acontecimiento que se celebró en un momento y se ha olvidado, sino que ha sido un caminar junto a Esther y a Cari, como dos hermanas que supieron, desde una actitud de libertad y en un discernimiento, optar por permanecer con el pueblo, fomentando la amistad y haciendo ver que, aunque tengamos distinta religión y cultura, el amor es más fuerte que todas esas posibles divisiones”.

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