Hacia fines de noviembre, se asomaban dos nuevos perfiles para el episcopado argentino. Es que el Papa Francisco le pidió a dos curas villeros y de “perisferias”, Gustavo Carrara y Jorge García Cuerva, una nueva misión: ser obispos auxiliares de Buenos Aires y Lomas de Zamora, respectivamente
Jorge García Cuerva, oriundo del sur del país, de la provincia de Río Gallegos, llegó al Seminario de San Isidro en la década del 90. Luego de ser ordenado sacerdote, completó sus estudios de abogacía. Desde seminarista conoció lo que era la villa. En la parroquia Nuestra Señora de la Cava, de la localidad de Béccar, fue diácono, vicario parroquial y párroco.
Comenzó a trabajar en la pastoral carcelaria antes del año 2000 y hoy es un referente: capellán de varias unidades, miembro del Secretariado Nacional, vicepresidente de la Comisión Internacional de Pastoral Carcelaria, y coordinador de la pastoral carcelaria del Departamento de Justicia y Solidaridad ante el CELAM.
Su nuevo diocesano, Jorge Lugones, expresó en la homilía de ordenación: “Jorge Ignacio, el Señor te manda a periferias geográficas no tan lejanas ni distintas de las que conoces pero con otros rostros, en realidades existenciales parecidas pero a la vez con matices diversos. Una tentación que detiene y enfría podría ser quedarte en la estéril y amarga comparación, añorando otros tiempos, lugares o personas…”. “Nunca temas darte, gratis recibís hoy este regalo de gracia, dalo gratuitamente. Que tu limosna generosa sea tu actitud cercana, tu paciencia constante, tu palabra discreta y tu silencio obsequioso…”.
Con respecto a los “hermanos y compañeros sacerdotes”, dijo que espera que “no desmerezcan tu juventud…”. “Ellos necesitan que el encuentro con el obispo no los lleve a preguntarse: ¿Qué habré hecho? Sino que te esperen porque se sabrán escuchados, animados y aliviados en el peso pastoral…”
Le hizo un pedido especial con respecto a las mujeres: “… que desde la imagen del cariño y la entrega de tu propia madre, percibas a tantas mujeres que sufren la violencia, que llevan el peso de sus vidas en la cárcel, bajo la tiniebla de la desesperación, el agobio de la tristeza y la soledad del duelo”. Y lo exhortó a que sostenga a aquellas que llevan el peso de la familia, la falta de recursos y las que se comprometen con el servicio constante y creativo de las comunidades.
Lugones también le pidió que esté “… atento para bendecir, consolar y acompañar a tiempo y a destiempo. Conduce con paciencia y decisión. Administra con prudencia y pide consejo para discernir las distintas situaciones y conflictos que presenta el pastoreo, sin ansiedad, dándose tiempo, pero sin contemporizar…”.
Finalmente le expresó “Hoy te abrazará el pueblo de Dios como apóstol de su Hijo, y nosotros deseamos como diócesis que te abrace también María Madre y Reina de la Paz, que tuvo tanto que ver con la pacificación histórica de nuestra patria dividida entre el centro y el interior”.
García Cuerva expresó que, ante su nombramiento, sintió estupor y estremecimiento en el corazón, y citó a Francisco: “… que Dios libre de convertir ese estremecimiento en algo estéril; al contrario, que el poder desestabilizante del llamado dure toda la vida; no tener todo seguro, no tener todas las respuestas, sentir que Dios y la realidad me cuestionan e interpelan… entonces viviré en la conciencia de que nadie puede sólo.
Y confesó: “Yo nada pude sólo en la vida. Por eso quiero primero agradecer a Dios que me regaló la vida, que me ama y me llama como soy, que me pescó con el anzuelo de su infinita misericordia”. Y siguió con los agradecimientos: a su familia “por transmitirme la fe, su amor incondicional, su acompañamiento, por estar siempre; a sus amigos, con los que aprendió a vivir la diversidad; a su Iglesia diocesana de San Isidro, a sus obispos, al clero de San Isidro, y a las comunidades en las que trabajó, a las autoridades de la sociedad civil. Pero tuvo algunas menciones especiales:
El nuevo obispo contó que cuando anunció en la villa su designación como obispo, “Toto, un amigo, un hijo del corazón me saludó y me dijo, “no te olvides de los pobres”, como le habían dicho a Francisco cuando lo eligieron Papa…”. Allí empezó a pensar y rumiar su lema episcopal: “No alejes tu rostro del pobre”, del libro de Tobías.
Comentó que entre los símbolos de su ministerio episcopal están las chapas de las casas de las villas. Bajo los techos de chapa, el calor y el frío se sienten mucho más, se escuchan hasta los más mínimos ruidos y se distinguen todos los sonidos del barrio. “Allí se adquiere una sensibilidad particular, que quiero mantener y profundizar en mi corazón de pastor estando bien cerca del pueblo”.
Pidió a quienes los conocen “no dejen que me traicione, que como dice Francisco, no me comporte como un príncipe de la Iglesia, porque lo estaría traicionando a Dios que me llamó, a la Iglesia que me confía esta misión, y a los más pobres, a esos rostros concretos que necesitan un padre y hermano y que me enseñaron que Cristo vive entre nosotros”.
Entre las primeras reflexiones afirmó “Quiero ser un pastor sumergido en el rebaño, caminando delante, en medio, y especialmente detrás, confiando en el olfato de las ovejas; un samaritano cuyo corazón se desgarre como el vientre de una madre ante el dolor de los que sufren, un samaritano que no da vuelta la cara, que esté cerca, que sea encontrable, que llore con los que lloren, que celebre y haga fiesta con el pueblo de Dios que sabe reír y bailar más allá de las dificultades de la vida. Testigo de la vida en medio de la muerte hoy en el conurbano bonaerense, en sus comunidades y barrios, en las periferias existenciales, acompañando el caminar y la lucha de tantos que sufren el flagelo de la droga, el drama de la falta de trabajo y de vivienda, la cárcel, la enfermedad, la soledad, la más profunda angustia existencial”.
Citó una canción de Teresa Parodi que dice: Las palabras, ya ves, jamás alcanzan, si lo que hay que decir desborda el alma, pero atiéndeme bien, cuando haga falta a tu lado estaré por si me llamas. “Hoy mi alma desborda, hoy no puedo terminar de expresar lo que siento, pero sé que estamos juntos, y seguiremos caminando, pastor y pueblo de Dios”.
Frente a una catedral colmada, Jorge García Cuerva pidió que el Señor le conceda ser pastor, amigo, hermano, de este pueblo de la diócesis y “que como dice Francisco en la exhortación Evangelii Gaudium, la vida se me complique maravillosamente, y viva la intensa experiencia de ser pueblo”.