Yo soy el último extranjero vivo ordenado en China

Andrés Díaz de Rábago, último sacerdote extranjero ordenado en China

De sus 100 años de vida (101, según él, “pues también hay que contar los nueve meses que estamos en el seno de la madre”), el jesuita Andrés Díaz de Rábago, apasionado, entrañable y lleno de humor, lleva 70 encarnado en Asia… Misionero en Filipinas y Timor, hoy vive su vocación en Taiwán. Pero todo empezó en China… En la China ensangrentada por la guerra civil y el enfrentamiento con Japón.

PREGUNTA.- ¿Cómo se alumbró en usted el sueño chino?

RESPUESTA.- De pequeño, en mi familia, donde éramos siete hermanos, la misión era algo natural. En mi colegio de los jesuitas, en Vigo, nos hablaban de su misión en China. Ambas cosas me movieron, por eso reivindico que a los niños se les hable de la misión desde pequeños, pues es el modo de sembrar vocaciones. Tras licenciarme en Medicina, me planteé mi vocación. Quería ser jesuita y consagrarme en China. Y allí me fui en 1947, a la actual Pekín, sin conocer apenas nada de la situación política, la verdad.

P.- Al año siguiente llegó lo que recuerda como una “bomba”…

R.- Era octubre e íbamos por la calle, en la procesión de Cristo Rey, en medio de la indiferencia generalizada. Y llegó la noticia… Mukden, la capital de Manchuria, había caído en manos de Mao Tse-Tung. Los comunistas habían ganado la guerra civil y pronto llegarían a la capital. La sensación fue de abatimiento general, con un silencio impresionante… Al instante, me vino a la cabeza lo que experimentamos en España unos meses antes con la muerte de Manolete. ¿Quién me iba a decir que en China iba a vivir lo mismo que experimenté en mi tierra poco antes? Claro que hablamos de cosas muy diferentes, pero eso me ha acompañado toda mi vida, pues vi claro que los pueblos pueden ser diferentes, pero todos somos humanos y, ante ciertos golpes emocionales, la respuesta espontánea es siempre la misma.

P.- Se trasladaron a Shanghai, donde pasaron tres años bajo el comunismo.

R.- Mao cambió el nombre de la capital a Pekín, que, por cierto, era su denominación en época imperial. Yo conocí la época intermedia, en la que era Beiping. Por eso digo que unos son los últimos de Filipinas y yo soy de los últimos de Beiping… En Shanghai estuvimos hasta 1952, cuando llegó otra “bomba”. Fue el día en que nos reunió el rector y nos anunció que los seminaristas extranjeros debíamos abandonar el país. La conmoción fue brutal, pues dejábamos a nuestros compañeros chinos. Pero añadió una buena noticia: iban a adelantar nuestra ordenación a ese mismo año, para que pudiésemos consagrarnos todos juntos.

P.- Fue la última ordenación de extranjeros en China…, y usted es el único superviviente.

R.- Así es. Fue el 16 de abril de 1952. La iglesia estaba a reventar, era un día histórico. Éramos 19 jesuitas, 11 chinos y ocho extranjeros, siendo cuatro españoles. Presidió la misa el obispo de Shangai, Ignatius Gong Pinmei, que luego pasó más de 20 años en la cárcel y al final fue nombrado cardenal.

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