Ebele Okoye reconoce que tuvo “suerte”, pero lucha para que la suerte dé paso a la “oportunidad” y esta se generalice en su país, Nigeria, donde sus 80 millones de mujeres y niñas han de esquivar todo tipo de amenazas: las violaciones sistemáticas, la obligación de contraer matrimonio con hombres mucho más mayores, la violencia de género en el hogar, la servidumbre doméstica o la ablación del clítoris, siendo su país el primer en ese triste ránking mundial… Por no hablar de lo que ocurre en el norte, donde la amenaza del grupo terrorista Boko Haram provoca que muchas chicas sean esclavizadas, vendidas y usadas como explosivos humanos para cometer atentados.
La misma Ebele ha compartido su testimonio este 6 de marzo en Madrid, en el Centro Internacional de la Prensa, en un encuentro con los medios con motivo de la concesión del Premio Harambee 2018 a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana. La activista ha explicado las difíciles condiciones de las mujeres y niñas en el norte y en las zonas rurales, más allá de la presión a las que las someten los islamistas: “No tienen derecho a recibir educación, ni a hablar, ni a vestirse como quieran, ni a viajar solas… Dependen siempre del permiso de un hombre”.
Ella misma, gracias al compromiso de sus padres con su formación (y la de sus tres hermanos), pudo completar sus estudios hasta licenciarse en Farmacia. Pudo trabajar en cualquier prestigioso laboratorio, pero, tras una breve experiencia laboral, optó por otro camino: siguiendo el ejemplo de su madre, enfermera en un centro de salud rural, ella se comprometió en el impulso del Programa AMAD, con el que, desde 2008, trabajan por el desarrollo del liderazgo de las mujeres y niñas en el mundo rural.
Se trata de un proyecto abierto y que no hace distinciones entre grupos étnicos o religiosos. En esta década, ya han logrado que 230 chicas hayan cursado Formación Profesional y otras 270 hayan completado carreras universitarias. Además, gracias a un programa de microcréditos, 1.000 mujeres han puesto en marcha sus pequeños negocios, con los que se aseguran su autonomía, independientemente de sus maridos.
El programa se completa con cursos de alfabetización en los contextos más marginales y en el desarrollo de servicios médicos y dentales básicos. También, desde 2016, en Eleko, en el Estado de Lagos, promueven un programa de apoyo a mujeres y niños desplazados por la violencia generalizada.
Sobre su día a día, Ebele explica que la labor del equipo de mujeres que impulsa AMAD consiste en actuar como “intermediarias” entre las comunidades atendidas y los donantes que apoyan el proyecto. Algo que se toda con todo tipo de dificultades: “Las autoridades políticas ponen muchas trabas, pero lo más complicado es cuando, antes de entrar en cualquier comunidad, debemos hablar previamente con el jefe del clan… Son siempre hombres, y muchas veces no entienden que promovamos esas ‘cosas de mujeres’. A muchas otras madres de familia, son sus maridos los que no quieren que formen parte de esto. Piensan que, si cuentan con un pequeño negocio, pueden llegar a ganar más que ellos. Y eso es algo que, directamente, no aceptan”.
Esa batalla contra un machismo tan asentado en la cultura local es algo que, como admite Ebele, “solo podemos impulsar poco a poco, convenciendo a las personas, despertándolas, para que tomen conciencia de que es algo bueno para todos“.
Pero, más allá de las cifras, la Premio Harambee 2018, se queda con las pequeñas historias de esperanza que animan su lucha: “Nunca olvidaré a una madre en una aldea en Iroto que trabajaba cultivando yuca. Como no tenía dinero, apenas podía hacer nada. Pero, gracias a nuestro microcrédito, pudo poner en marcha un pequeño negocio junto a sus hijas y ya puede ir a la ciudad una vez por semana a vender sus productos. Su vida ha cambiado por completo”.
“Somos un grano de arena en un inmenso desierto –concluye Ebele–, pero sabemos que no solo se trata de proporcionar a las mujeres habilidades y una educación, sino que el objetivo final es que sean conscientes de sus capacidades y de su dignidad”.