El director del Servicio Jesuita a Refugiados en Ecuador, analiza la problemática fronteriza de Ecuador, Colombia y Venezuela
La situación en las fronteras de Colombia con sus países vecinos, en este caso, Ecuador y Venezuela, es bastante preocupante por los conatos de violencia y abandono en las zonas afectadas.
Hace poco, algunas organizaciones de migración y refugio ecuatorianas denunciaron las diversas modalidades de violencia que están generando los grupos al margen de la ley en la frontera con Colombia, a lo que se suma la creciente cantidad de población venezolana migrante.
Para profundizar sobre este complejo tema que mantiene en vilo a los agentes eclesiales fronterizos que abordan la migración y refugio, Vida Nueva conversó en exclusiva con Fernando López, director nacional del Servicio Jesuita a Refugiados en Ecuador (SJR), para quien “está crisis no solo es migratoria” sino una viva expresión de “una crisis de un modelo de vida y la forma de cómo nos relacionamos con las personas, la naturaleza y nosotros mismos”.
PREGUNTA.– ¿Qué tan complejo es hacer de las fronteras espacios de vida y desarrollo?
RESPUESTA.– Para que estos espacios de frontera se conviertan en verdaderos espacios de vida digna, es necesario enfrentar las desigualdades de estas sociedades en América Latina, especialmente en Colombia, generadas por los gobiernos elegidos en medio de una democracia con muchos cuestionamientos y que le han dado la espalda.
Y precisamente dar la espalda es eso: optar por resolver los problemas y necesidades de los pueblos a través de la violencia cotidiana que genera complejidades no sólo de 100 años acá, yo diría que hay que devolvernos más en la historia de este continente para entender estas expresiones y opciones de violencia sin dar la espalda a estos territorios.
P.– ¿De qué manera están articulando esfuerzos las organizaciones de la Iglesia en la frontera colombo-ecuatoriana, en favor de los migrantes?
R.- En esta coyuntura, la articulación de los esfuerzos ha tenido una acción muy completa en continuidad con lo que se venía haciendo. Estas articulaciones no son fáciles pero que sí se han dado de lado y lado de la frontera, entre organizaciones como Cáritas, Misión Scalabriniana, y el SJR, dando atención integral tanto a colombianos como venezolanos.
En concreto, recientemente, en enero, hicimos un acuerdo entre las organizaciones en Ecuador para fortalecer el trabajo articulado de atención integral a la población en fronteras.
Esto se hace necesario por la complejidad y conflictividad que implica poner en práctica los acuerdos de paz, representando, para muchas poblaciones, situaciones de riesgo, que siguen generando desplazamiento y desconfianza para muchas personas que indefectiblemente deben desplazarse a frontera.
P.- Se ha denunciado el inmediatismo de las autoridades ante la emergencia migratoria. ¿Dónde se originan las fallas para no abordar el tema fronterizo de manera integral?
R.- El tema de refugio en el mundo nos enfrenta a situaciones de inmediatismo, inevitables pero previsibles. Frente a esto, los Estados y las organizaciones de la sociedad civil, las comunidades e iglesias, tendrían que reconocer –como ya mencioné– que una de las fallas fundamentales de origen de todo este problema está en las desigualdades, que son el producto de cómo nos hemos relacionado con las riquezas y beneficios que la madre tierra nos ha ofrecido.
También, otra de las fallas está en asumir un esquema de seguridades nacional que no reconoce el derecho de la movilidad humana de las personas. Ese derecho está reconocido constitucionalmente en Ecuador, por ejemplo, y esto deriva en diversas formas de movilidad que ponen en situación de vulnerabilidad a las poblaciones en sus territorios.
Todo esto nos plantea retos a las organizaciones para tener una mayor incidencia, y en esa línea está el trabajo que hace la Iglesia y los Estados al comprometerse a firmar, en 2018, los pactos globales de migración y refugio.
P.- ¿Cómo evalúa la situación de venezolanos en las distintas fronteras?
R.- Tendría que partir reconociendo la gran cantidad de población venezolana que está saliendo, especialmente desde finales de 2017 y lo que va de 2018, y lo que más evaluaría, es la manera como los Estados están preparados para enfrentar esta situación.
Hay que plantear que ha habido incapacidad, en muchas ocasiones intencional y políticamente justificada, para no asumir este problema, que no es más que el derecho a migrar.
Evidentemente las perspectivas frente a la situación interna de Venezuela proyectan que estos volúmenes de población venezolana aumentarán, pero creo que una intervención extranjera o invasión a Venezuela no es la solución, tampoco a eso hay que hacerle juego.
Hay que reconocer en este momento que la población venezolana que llega está en condiciones de altos niveles de vulnerabilidad. Esto nos plantea que se debe evaluar la situación desde una perspectiva de crisis humanitaria, eso también es importante expresarlo con mucha claridad.
P.- Si el conflicto colombiano tiene una peligrosa escalada, aún en medio de los procesos de paz, ¿qué lectura se puede hacer de esta paradoja?
R.- Evidentemente el conflicto colombiano tiene una escalada peligrosa, pero tengo la fe y la confianza de que, a pesar de las dificultades e incumplimientos, en ese proceso tenemos una oportunidad histórica para abrir un camino que no será fácil.
Y la única respuesta que han tenido las poblaciones afectadas –tanto urbanas marginadas, como rurales– ante sus necesidades, ha sido estrategias de no compromiso de acuerdo, de abandono, de empobrecimiento y de reaparición de acciones armadas que son las que han generado la situación histórica.
De volver a situaciones de violencia extrema, el proceso de paz corre riesgo, y por ello debe haber un cambio en la mentalidad de los colombianos.
P.- ¿Cuál es su mensaje de esperanza?
R.- Como Iglesia y como parte de la Compañía de Jesús, estamos llamados a construir esperanza, no solo desde el poder jerárquico, sino fundamentalmente desde el pueblo de Dios.
En el interior de la Iglesia hay grandes contradicciones, pero siento que en este momento el mensaje de esperanza más importante es el nombramiento del papa Francisco quien, desde una manera espiritual y sabia, de tolerancia, escucha y respeto, ha planteado que la Iglesia toda se comprometa más de cara a la gente.
Quiero mencionar algo muy importante: un novicio –creo que jesuita– le pidió en Roma un consejo al Papa para que las nuevas generaciones de sacerdotes salieran a enfrentar su trabajo evangelizador y apostólico, y él le dijo: “tienen que hacer política”, porque la política debería ser la expresión más clara de la caridad, la caridad entendida como el derecho de fortalecer el bien común, palabras más, palabras menos, pero esto me parece que es una expresión muy clara.