Un carisma que solo se entiende desde la misión compartida. La herencia de Dolores Sopeña continúa vigente. De ello da buena cuenta Miryam Ávila, superiora general del Instituto Catequista Dolores Sopeña. En 2013 sus hermanas le confiaron el timón de la Congregación, y en 2019, esta colombiana nacida en Bogotá, finaliza su servicio, pero lo hace desde la tranquilidad, porque tiene la certeza de que el Instituto tiene muchos años de vida.
PREGUNTA.- ¿Cuál es la aportación del carisma del instituto al proceso evangelizador de la Iglesia?
RESPUESTA.- El aporte del carisma viene dado en primer lugar, por las personas a las que se dirige. El hombre y la mujer en el vigor de la vida, de pocos recursos y con escasas oportunidades de formación cultural y en la fe. El aporte de Dolores también fue novedoso en sus métodos. Hoy es normal para nosotros plantear la enseñanza del Catecismo de un modo antropológico, a partir de la persona y sus necesidades. Este método persiste entre nosotras. La evangelización para el Instituto tiene tres aspectos inseparables: la promoción humana, el anuncio explícito y la vivencia de la fraternidad. Se propone todo gradualmente y se respetan los ritmos… Es un gran aporte a la finalidad apostólica del Instituto: “Hacer de todos una sola familia en Cristo Jesús”, es decir, llevar a término el proceso evangelizador, que no se hace solamente a través de sacramentos, sino con la vivencia de Dios como Padre y considerando a todos como hermanos, esto es, ser visibles en comportamientos, sentimientos hacia los demás, e incluso entre las diferentes clases sociales.
P.- En una sociedad tan cambiante como la actual, ¿cuál es la contribución de la Fundación Dolores Sopeña a la sociedad?
R.- El trabajo con las personas es siempre una contribución a la familia, en primer lugar, e inmediatamente a la sociedad civil. Se trabaja en capacitación profesional por medio de escuelas profesionales y centros de capacitación. Esto es muy significativo en aquellos lugares en los que hay menos oportunidades. Se cultiva, se transmite y se forma en valores humanos. Los resultados son sorprendentes y es una tarea muy gratificante.
P.- El Instituto ha dado un impulso a su misión compartida con los laicos. ¿Cómo se hace efectivo este trabajo mano a mano?
R.- Dolores fue una mujer que se adelantó a los tiempos. Ella, al fundar el Instituto en 1901 no prescinde en el trabajo apostólico de la colaboración de la Asociación de Apostolado Seglar, fundada anteriormente por ella (1892); al contrario, considera esta participación como un aspecto imprescindible en la vida y dinamismo del Carisma Sopeña. El Instituto sigue este camino, es algo que ella dejo constituido: trabajar con los laicos en un sentido profundo de co-participación, co-formación y co-responsabilidad, trabajar en equipo Catequistas y laicos. En el Carisma Sopeña podemos hablar de una “familia y dos vocaciones”: Catequistas y laicos Sopeña hemos nacido de la misma intuición carismática. Existe en el Carisma una forma de ser, de pensar, de actuar que se convierte en la cultura de las Catequistas y laicos; es algo que llevamos en la sangre y que nos viene del ADN del Carisma. Nosotras no sabemos trabajar sin los laicos.
P.- ¿Cuál es el estilo de Consagración de las Catequistas Sopeña? ¿Y qué puede ofrecer a las jóvenes de hoy?
R.- Es una consagración total a Dios, porque nada queda fuera de este amor increíble. Por eso es tan gratificante, porque lo que se recibe también es todo. Es obvio que es una misión no exenta de riesgo y de “peligro”, pero eso no asusta a una joven valiente. El Instituto tiene una formación muy larga y sólida porque es necesaria y Dios regala todo lo necesario para vivir esta vocación difícil con mucha alegría.
P.- Tras 116 años de vida, ¿cuál es el sueño de Miryam Ávila para los próximos cien años de la institución?
R.- Sueño y tengo la certeza de que el Instituto es de Dios, como nos lo dice nuestra fundadora, por lo tanto seguirá vivo y con un carisma muy actual, dinámico, ir a ese mundo del hombre trabajador y su familia. También sueño con que las que ya estamos en el Instituto renovemos nuestras fuerzas, nuestra ilusión primera para ser contagiosas… Seguir siendo signos de fraternidad, unión, “canales por donde pasa la gracia de Dios”, como dice Dolores Sopeña. Ser comunidad como el “hábitat” necesario para el encuentro con Dios en profundidad, en convivencia entre nosotras: en la amistad, el descanso, la formación y el apoyo mutuo; y, desde ahí, continuar en la misión en los diferentes lugares a los que somos enviadas. Por supuesto, y sin dudarlo, contar con un grupo de jóvenes, llamadas por Dios, ilusionadas con el proyecto.