Marcelo Margni -para todos en la diócesis, Maxi- Ya es el nuevo obispo auxiliar de la diócesis de Quilmes, en la periferia de Buenos Aires. Entre las primeras palabras que expresó el nuevo prelado en una familiar ceremonia de ordenación episcopal no pudo escapar de la mención al Santo Cura Brochero, cuyo aniversario de nacimiento se celebraba ese día.
Así fue como compartió las palabras que el mismo cura santo le decía a su obispo: “Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego…”, en una clara alusión al corazón del pastor que se define por su compasión, misericordia y caridad y no tanto por su apariencia.
Con una preciosa frase agradeció a Dios por su bondad, paciencia y confianza, reflejada también en cada rostro y nombre de quienes participaban de la ordenación en la plaza. “Me siento totalmente tomado por Dios, su Espíritu me ha ganado y hay que saber perder”.
No faltaron las gracias para su familia que lo acompañan siempre: su papá Juan Carlos y otros familiares y amigos “que celebran con nosotros desde las plateas celestiales”, su mamá Liliana, sus hermanos y sobrinos, la familia de tíos, primos y hasta vecinos y compañeros.
Fue muy claro a la hora de compartir son sus referentes. Enseguida mencionó como “la gran luz que emana del testimonio” al Padre Obispo Jorge Novak, cuyos restos descansan en la catedral, pero que vive como pastor en los corazones de cada comunidad de la diócesis.
También aludió al padre Obispo Carlos (en referencia a Tissera, titular de Quilmes) “en quien reconozco a un «pastor con olor a oveja”. “A su lado iré aprendiendo el oficio de pastor y seguiré colaborando en su ministerio”.
Como “hijo de esta iglesia” (la quilmeña) y “hermano entrañable” nombró a Marcelo Colombo, obispo de La Rioja, que trae consigo, “en la unción de esta noche”, a Enrique Angelelli y sus compañeros mártires; “los trajiste en tu abrazo fraterno que nos recuerda que hay que seguir andando, con un oído en el pueblo y otro en el evangelio, hijos de la iglesia martirial latinoamericana, la iglesia de Romero de América, de Carlitos Mujica y de tantos que dieron su vida por el Reino y que resplandecen esta noche de manera indeleble”.
Comentó que el seguimiento de Cristo le pedía integrarse a un cuerpo de hombres justos, valientes, generosos, austeros, abnegados… los curas de Quilmes, los curas de Novak. Ellos fueron «haciendo lío» con comunidades vivas, gestos proféticos, encuentros de evangelización, comedores comunitarios, solidaridad con los perseguidos, carpas misioneras. Recordó a algunos que los “precedieron dejando huella”: Gino, Orlando, Joaquín, Ángel, el P. Obispo Gerardo. Y a todo el clero le pidió paciencia, cercanía y cariño. “Los necesito”. “Si hasta me da un poco de vergüenza estar frente ustedes con estos “benditos trapos” sabiendo que muchos serían mejores obispos que yo”. Finalmente, tuvo una mención especial para quienes en silencio y anonimato sirven a los más pobres constantemente, lejos de la búsqueda de méritos y apariencias.
Durante su alocución expresó distintos rasgos que marcaron un indicio de lo que como pastor tratará de vivenciar.
Consultado sobre sus sueños para este tiempo nuevo que inicia, confió a todos los presentes: “Más que un sueño personal, quisiera acompañar la maduración del proyecto de Dios para la Iglesia quilmeña y su sueño común de seguir creciendo juntos en la vocación de ser primicia y fermento del Reino de justicia y paz, de una iglesia discípula misionera y que vive la dulce y confortadora alegría de evangelizar, una iglesia amiga de Dios y de los pobres, defensora de los derechos humanos, servidora del diálogo y la unidad de los cristianos. Es el sueño de Jesús, del concilio, el sueño de Novak”.