Nuevamente el papa Francisco, manteniendo la costumbre que tenía cuando era arzobispo de Buenos Aires, ha celebrado la Santa Misa de la Cena de Señor en una prisión. La principal celebración del Jueves Santo ha llevado al pontífice cárcel de “Regina Coeli”, un histórico penal que recibe el nombre de una antiguo convento de carmelitas dedicado a la Virgen, Reina del Cielo.
La prisión, situada en el barrio romano del Trastévere, a pocos metros del Vaticano, y ya fue visitada por Juan XXIII en la Navidad de 1958, por Pablo VI en 1964 y por Juan Pablo II dentro de los actos del jubileo del año 2000.
Francisco se arrodilla ante los presos y les lava los pies
Reformada a comienzo del siglo XX en torno a una torre central de la que surgen las principales galerías –siguiendo un modelo de arquitectura carcelario muy extendido–, esa rotonda central ha sido el lugar elegido para el altar, como se hace cada domingo para la eucaristía semanal.
Según un comunicado del Vaticano, el papa Francisco ha salido a las 15:45 de la Casa Santa Marta –hoy el Papa ha comido, como es habitual también el Jueves Santo, con diez párrocos de la diócesis de Roma, entre diocesanos y religiosos, según la edición de hoy de L’Osservatore Romano– y a su llegada al penal se ha dirigido, en primer lugar, a la enfermería donde ha podido saludar a algunos detenidos enfermos.
A continuación ha presidido la eucaristía a la que han asistido más de 600 personas entre reclusos y funcionarios de la prisión. Y Francisco ha dejado como regalo el propio altar empleado en esta ocasión. Una obra en bronce del escultor Fiorenzo Bacci de Porcia, un regalo que el propio Francisco recibió durante la Audiencia general del 12 de noviembre de 2016.
En la ceremonia, Bergoglio ha cumplido el rito del lavatorio de los pies con doce presos de diversa nacionalidad (4 italianos, 2 filipinos, 2 marroquíes, un moldavo, un colombiano, un nigeriano y uno de Sierra Leona) y religión (ocho son católicos, dos musulmanes, uno ortodoxo y uno budista). Francisco, siguiendo las rúbricas de la liturgia se arrodilló frente a ellos para lavarles, secarles y besarles los pies.
Al concluir la celebración, antes de regresar al Vaticano, el Papa también ha podido saludar a algunos reclusos aislados en la Sección VIII y que se encuentran en un régimen de especial protección, como es el caso de los llamados depredadores sexuales.
La pena de muerte mata la esperanza
En la despedida de la celebración, tras escuchar el agradecimiento de los detenidos, el Papa se ha mostrado contundente al condenar la pena de muerte. “Toda pena debe estar abierta al horizonte de la esperanza, por eso no es ni humana ni cristiana la pena de muerte, porque no conduce a la esperanza o la reinserción”.
Invitando a vivir la esperanza, señaló que “no se puede concebir una centro penitenciario como este sin esperanza; aquí, los detenidos están para aprender o hacer crecer la semilla de la esperanza, no hay ninguna pena justa sino está abierta a la esperanza”. “Una pena que no esté abierta a la esperanza no es ni cristiana ni humana”, resaltó entre aplausos. Sin olvidar las dificultades de la vida, el Papa les ha pedido que no olviden que el fin de su paso por la cárcel es la reinserción.
Además, Francisco les animo a dejar de lado el cansancio de la vida. “Aprovechad las oportunidades para renovar la mirada del alma, abrid los ojos a la mirada de esperanza del Cristo Resucitado”, señaló. “Haceos, todos los días, esta operación de cataratas para renovar la mirada”, bromeó invitando a mirar la botella medio llena.
“Jesús se arriesga por nosotros”
En su homilía, de unos diez minutos y en la que no leyó ningún papel, Francisco destacó la importancia del servicio. “El que manda, para ser un buen jefe, sea en el ámbito que sea, debe servir”, señaló el Papa al comentar el ejemplo de Jesús. “Si tantos reyes, emperadores y jefes de estado hubieran entendido esta enseñanza de Jesús, en lugar de abusar, ser crueles, matar gente, hubieran hecho esto, ¡cuántas guerras se habrían evitado!”, señaló.
Para Bergoglio, en el servicio, Jesús mostró su preferencia por las personas rescatadas de la sociedad, por los que sufren y eso implica el gesto del lavatorio. De él, Francisco ha comentado que “los pies en ese momento eran lavados por los esclavos, era un oficio para un esclavo”, de ahí la fuerza de este ejemplo de servicio propuesto por Jesús, quien enseña que “el que quiera ser el jefe, que sea vuestro servidor”.
Comparando el gesto de Jesús con el de Poncio Pilato, que se lava las manos, Francisco ha expresado que Él “¡sólo sabe arriesgarse!”. Francisco también a comparado el gesto de arrodillarse para lavar los pies al de una oveja recatada por el pastor de entre las espinas, “hoy soy un pecador como vosotros, pero represento a Jesús, soy su embajador” y les pidió que piensen durante ese momento que “Jesús se por el hombre, por un pecador, pa venir hacia mí y decirme que me ama”. “Este es el servicio, este es Jesús. Él nunca nos abandona, nunca se cansa de perdonarnos, nos ama tanto”, subrayó.
“Mirad cómo se arriesga Jesús”, ha repetido varias veces el pontífice. “Antes de ofrecernos su cuerpo y su sangre, Jesús se arriesga por cada uno de nosotros y corre el riesgo en el servicio, porque él nos ama tanto”.