Se han cumplido ya siete años desde el inicio de la guerra en Siria, el conflicto más dañino en lo que llevamos de siglo XXI y que hasta ahora ha causado más de medio millón de muertos y ha obligado a 18 millones de personas a abandonar sus hogares, seis de ellos en otros países, fundamentalmente, Líbano, Jordania y Turquía. El drama es tal que podemos concluir que los sirios ya suponen cerca del 20% de la población refugiada en todo el mundo.
Con el fin de conocer de primera mano la situación de los refugiados sirios en Líbano, la ONG jesuita Entreculturas ha enviado a este país a un equipo conformado por Alicia López y Macarena Romero. En conversación con Vida Nueva, esta última explica que visitaron los proyectos educativos del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) en campamentos para los expatriados localizadas en tres regiones de Líbano: Bar Elias y Balbeek (en el área norte, a 30 kilómetros de la frontera siria), y Bourj Hammoud, en el barrio armenio de Beirut.
El SJR llegó allí al año de iniciarse la guerra en Siria, por lo que cuenta con una experiencia de seis años que le ha permitido ir ofreciendo una mejor respuesta a las víctimas del conflicto. Así, en total, atienden hoy en sus nueves escuelas (tres en cada enclave) a unos 3.500 niños, siendo la mayoría alumnos de Primaria.
Por lo visto en la región, Romero lamenta que “los niños, niñas y jóvenes son los principales afectados por este conflicto, tanto por su situación de especial vulnerabilidad como por enfrentarse a amenazas específicas que les afectan en este tipo de situaciones, como el tráfico de menores, el reclutamiento como niños y niñas soldado, la prostitución, la trata o el matrimonio infantil”. Sobre esta última lacra, la representante de Entreculturas lamenta que “la mayoría de las niñas sirias refugiadas en Líbano son víctimas de matrimonios forzosos”.
“La evolución es negativa –abunda–. Así, 2017 fue especialmente trágico para los menores sirios, siendo el año con un mayor número de niños y niñas muertos desde el inicio del conflicto, llegándose hasta las 910 víctimas infantiles, un 50% más que en 2016”. Desgraciadamente, “el inicio de 2018 no está siendo en absoluto esperanzador, pues, debido al recrudecimiento del conflicto, ya han muerto o resultado heridos más de 1.000 niños y niñas”.
Por todo ello, el SJR, con apoyo de Entreculturas, se está volcando para sostener la necesaria oportunidad de formarse de los niños y jóvenes refugiados: “A lo largo de estos siete años de conflicto, 2’4 millones de niños y niñas sirias han visto interrumpido el ejercicio de su derecho a la educación; 1’75 millones siguen en Siria y 730.000 se encuentran en países limítrofes como Líbano. Además, uno de cada tres centros escolares sirios han sido destruidos o están destinados a otros usos”.
Entre los motivos para la esperanza, Romero destaca “la inmensa fortaleza de los profesores de nuestras escuelas en los campamentos. En un 90% son mujeres que, al carecer de permiso de trabajo, pueden ser contratadas por el SJR gracias a que promueve un acuerdo de voluntariado remunerado. En cada centro, además, hay psicólogos, trabajadores sociales y personal que se encarga de dar a los chicos al menos dos comidas diarias. Se trata de personas con un profundo patriotismo y un fuerte sentido de la responsabilidad, en el sentido de que, pese a todo lo que está ocurriendo, están convencidos de que llegará un día en el que todos podrán volver a Siria y habrá que reconstruir el país. Algo que, defienden con pasión, solo se podrá conseguir luchando por la futura generación a través de una buena educación”.
Un símbolo de este compromiso es Ahmed, uno de los profesores de sus centros: “Se ha casado con una libanesa y ha tenido una hija con ella. Podría acogerse a su nueva nacionalidad, pero no olvida que llegó aquí como refugiado y su único deseo es volver a Siria e instalarse allí con su familia. Ahmed y todos los demás tienen la convicción de que se puede salvar a una generación perdida en Siria”.
“La sociedad siria –abunda Romero– no solo se enfrenta a la división, el miedo y el terror. Se corre el riesgo, además, de que la reconstrucción, que algún día llegará, se encuentre con el obstáculo de varias generaciones perdidas. La educación no solo es el mejor medio para evitarlo, sino que es el único mecanismo para reconstruir una sociedad rota a partir de valores como la paz, la tolerancia, el respeto y la no violencia”.
Con todo, la acción del SJR es un pequeño oasis en medio del caos, pues es un hecho que un 78% de los niños y jóvenes sirios refugiados en Líbano no reciben escolarización. Algo que, como ha comprobado de primera mano Romero, es muchas veces “inevitable, pues son chicos que realmente se ven obligados a trabajar en lo que pueden, ayudando a sus padres en el mercado, vendiendo en las carreteras o trabajando en la construcción”.
Para los adolescentes que tendrían que cursar Secundaria, la dificultad para estudiar es mayor: “Les piden certificados que avalen sus estudios previos. Pero muchos no los tienen, pues dejaron sus casas a la carrera. En la práctica, se les pide que vuelvan a Siria a por sus papeles si quieren estudiar… La consecuencia es que la mayoría de los alumnos sirios de Secundaria no pueden formarse en Líbano”.
Un drama que la representante de Entreculturas resume en un caso concreto: “Me tocó mucho la experiencia de Solaf, una niña de 12 años que lleva cinco refugiada en Líbano. Pasaron dos años desde su llegada hasta que el SJR creó una escuela en la que pudo estudiar. En ese tiempo perdió un montón de conocimientos que, directamente, se le olvidaron. No menos duro es lo que le ocurre a su hermana. Sueña con ser doctora y poder estudiar en la Universidad. Pero no puede certificar su nivel de estudios. Su alternativa es la nada”.
Tampoco es mucho mejor la situación para quienes viven en viviendas en vez de en los campamentos: “Hay gente que se aprovecha de ellos y se lucra, alquilando su casa a varias familias, viviendo cada una en una habitación”.
Como concluye Romero, “no queremos dejar de poner en valor el papel fundamental de la educación, no solo como derecho, sino como herramienta de protección de la infancia frente a los distintos tipos de violencia a la que se puede ver sometida y como mecanismo para normalizar la vida de los menores afectados, ayudándoles a superar la situación de estrés que atraviesan y a recomponer sus vidas, dotándoles de un espacio no solo de aprendizaje, sino también de juego y ocio en el que desarrollar una vida social adecuada con otros niños y niñas de su edad”.
Ya de vuelta en España, la joven representante de Entreculturas se reconoce “sobrecogida” por todo lo vivido en Líbano y, además de denunciar que es injusto que nuestros países apenas acojan a los refugiados “mientras otros como Líbano, con cuatro millones de habitantes, tienen hasta un millón de población foránea”, concluye con un poso de tristeza: “Vengo con muchas preguntas sin respuesta en mi cabeza”.