Unos 223 millones de niños son explotados sexualmente en el mundo; la mayoría, hasta 150, son chicas. Un drama que en las calles de Freetown, la capital de Sierra Leona, alcanza un nivel de deshumanización especialmente duro, pues estamos ante menores abocadas a vender su cuerpo por mafias, por sus propias familias o por el simple hecho de poder comer ese día.
Pero no están solas. De la oscuridad emerge el Centro Don Bosco Fambul (que significa “familia” en lengua crio), dirigido por el misionero salesiano argentino Jorge Crisafulli. La historia, que poco a poco es de luz, es recogida en el documental ‘Love’, dirigido por Raúl de la Fuente (Goya al Mejor Cortometraje en 2014 por Minerita) en coordinación con Misiones Salesianas y presentado el miércoles 4 de abril en Madrid, por el Día Mundial Contra la Prostitución Infantil.
En conversación con Vida Nueva en la sede de Misiones Salesianas, Crisafulli nos cuenta cómo la crisis del ébola de 2015, a la que él hizo frente de un modo global desde la inspectoría de su congregación para África Occidental, impulsando todo tipo de proyectos en los países afectados, “mantiene aún enormes secuelas para miles de niños” en Freetown. Tras más de 20 años de experiencia misionera en África, allí llegó destinado en 2016. En seguida se percató de la indefensión de los niños, que vagaban solos por todo tipo de barriadas.
Así, desde septiembre de 2016 hasta febrero de 2017, un equipo de Don Bosco compuesto por 30 personas, entre ellas cinco religiosos, “salíamos todas las noches hasta las cuatro de la madrugada para vernos con los niños y adolescentes y que nos contaran sus historias… Fue una especie de gran encuesta de primera mano, por la cual fuimos conscientes del alcance de la situación de prostitución de niñas muy pequeñas, alguna incluso de nueve años, que se vendían por apenas un euro y sufrían vejaciones de todo tipo. Hablamos con 205 chicos y chicas. En su gran mayoría eran huérfanos que habían perdido a sus familias por el ébola”.
Así, desde el Centro Don Bosco Fambul pusieron en marcha un hogar de acogida a menores prostituidas, el Girl Center Place. Empezaron por seis, habiendo ahora mismo en el hogar 146 chicas. Entre las primeras en llegar estaba Otto Bediatu, quien aún continúa en la casa: “Lo primero que hicimos con esas seis primeras chicas fue proporcionarles atención médica, pues tenían todo tipo de enfermedades venéreas o sida. Recuerdo de Otto había nacido en la calle. Su padre era ciego y, desde que era una bebé, la utilizaban para mendigar con ella en brazos. Al ser su vida siempre en la calle, acabó en la prostitución”.
“Con nosotros –se congratula Crisafulli–, Otto pudo hacer un curso de peluquería y la apoyamos para que abriera su propio local. Además, en el centro es maestra para las otras niñas. Su vida se ha transformado radicalmente. Lo que me impacta de su caso es que refleja cómo estos niños no pueden elegir. Cuando no tienen nada, se venden por un euro. Pero, si les das una alternativa, con muy poco, se agarran a esa oportunidad y su vida da un giro radical”.
Otro caso es el de Elisabeth, de 16 años, “quien, tras ser operada a través de nosotros, me abrazó fuerte y me dijo: ‘Gracias, me has salvado la vida’”. Algo que Crisafulli tiene grabado en el corazón, pues le duele en el alma “el estado físico de muchas de estas niñas, que vienen con gonorrea, sífilis, sida… Cuando no con desgarros en sus órganos sexuales, fruto de los abusos sometidos por hombres que las prefieren a ellas, cuanto más pequeñas mejor, que a las prostitutas adultas, quienes a su vez las rechazan e insultan, teniendo que vivir en determinadas barriadas ellas solas, en la calle”.
Un contexto de brutalidad en el que se han dado situaciones como “niñas violadas en grupo y otras golpeadas tras concluir el servicio sexual, muriendo finalmente una de ellas por tantos golpes en la cabeza”.
Frente a esta deshumanización, el religioso argentino reclama “espacios de acogida como el nuestro, donde los niños puedan pasar un largo tiempo antes de superar psicológicamente el trauma sufrido tras perder a sus familias por el ébola o haber sido explotados sexualmente. Se equivocan las autoridades y organizaciones como UNICEF cuando piden la reubicación inmediata de estos niños con sus familias; necesitan antes una sanación interior en un lugar en el que sean queridos”.
Algo que afirma por experiencia propia, ilustrándolo con casos como el de Albert Thomas, de nueve años, “quien, al quedarse huérfano, fue llevado inmediatamente con su tía. Esta llevaba a sus hijos biológicos a la escuela y a él le tenía vendiendo tortas de plátano de nueve de la mañana a diez de la noche, dándole luego la mitad del dinero que a sus chicos. Un día, tras serle robada la cesta con las tortas y como tenía tanto miedo de volver a casa por la reacción de su tía, fue la propia policía la que nos lo trajo al centro”.
Otro caso es el de Margaret, de 14 años, quien, tras sobrevivir al ébola, recibía la estigmatización de su comunidad, que la llamaba así, ‘Ebola’, lo que la hacía sufrir mucho. Vivía con su abuela, incapaz de defenderla cuando un hombre la secuestró y la violó para someterla a un matrimonio forzoso. Nos informaron y pudimos rescatarla, viviendo hoy con nosotros”.
Crisafulli se muestra preocupado por el destino de los 8.000 niños huérfanos del ébola que hay en los tres países azotados por la enfermedad en 2015, Guinea Conakry, Liberia y Sierra Leona. “Solo en Freetown –apunta–, puede haber unos 2.500 niños que viven en la calle. Un número similar sería el de las niñas que se prostituyen, que son como mínimo entre 900 y 1.500”. Entre ellas, uno de los casos más impactantes fue el de “una niña de solo nueve años que ya tenía gonorrea y sífilis”. Y es que, describe gráficamente, es “dolorosísimo ver por la noche a estas niñas expuestas en los mismos mercados donde por la mañana se venden verduras… Les hacen ver que son un producto, un objeto de uso, abuso y descarte”.
Por todo ello, los más de 100 trabajadores sociales en el Centro Don Bosco Fambul, los cuatro religiosos salesianos y los voluntarios que echan una mano en él ponen todo su corazón en hacerles llegar este mensaje en todo tipo de charlas individualizadas: “No es tu culpa, Dios no te juzga. Para Él eres una obra maestra, un tesoro muy hermoso”. De ahí, asegura Crisafulli, en muchas de ellas nace “una regeneración, una vuelta a la vida, a la alegría”.
Ejemplos de esas “sanaciones interiores” son muchos: “Marilyn e Isathu, dos hermanas de 12 y 14 años, que han podido volver con su familia, a su aldea, y hoy van allí a la escuela; Augusta, quien vino hasta nosotros pidiendo ayuda y hoy, a sus 19 años, ya tiene un pequeño negocio de catering, dando además clase a nuestras niñas, que aprenden oficios con los que ganarse algún día la vida y ven en ella un modelo alcanzable; o Mariama, que vino con 17 años y tenía sida, tuberculosis, gonorrea y sífilis. Se quedó embarazada y lo tuvo con nosotros, pero el pequeño murió al mes… Lo pasó mal, pero en el hogar salió adelante. Hoy ha vuelto con su abuela y tiene una pequeña tienda de sandalias. Es feliz”.
Alberto López, responsable de Comunicación de Misiones Salesianas, vio claro desde el primer momento que la historia protagonizada por el Centro Don Bosco Fambul tenía que ver la luz en forma de documental. De hecho, él ha viajado tres veces a Freetown en los últimos meses para acompañar el proceso. Y no le ha dejado indiferente: “Todo comenzó cuando Jorge Crisafulli me contó que a las seis primeras niñas acogidas, al llevarlas al médico, les dio unos ositos de peluche para el camino… Todas ellas los cuidaban con una ternura infinita, como a unos bebés. Esa imagen me golpeó. Y es que no dejan de ser unas niñas pese a todo lo vivido. Había que hacer algo por todas ellas y que su situación se visibilizara, pues ese es el mejor modo de incidir en la sociedad, también en la local, y conseguir que esta se conciencie de lo que ocurre”.
Esta acción con las niñas obligadas a prostituirse es solo la última del Centro Don Bosco Fambul, todo un torrente de fraternidad. Como se demostró el pasado agosto, cuando unas inundaciones dejaron en Freetown 1.200 muertos, más de 600 desaparecidos y a unas 6.000 personas sin hogar ni pertenencias. Como hizo siempre durante dos décadas en distintos países de África, haciendo frente a todo tipo de crisis personales y colectivas, Jorge Crisafulli, que apenas llevaba un año en su nueva misión allí, solo dejó actuar un segundo al aturdimiento. Puso el centro a disposición de las autoridades y, desde el primer momento, acogieron a cientos de mujeres y niñas afectadas.
Meses después, el salesiano argentino explica que llegaron a tener en el hogar a 227 mujeres y niños, naciendo en ese período en la casa hasta tres bebés. De todos ellos continúa un seguimiento personal, recibiendo las visitas periódicas de sus trabajadores sociales.
Además, el Centro Don Bosco Fambul cuenta con varios programas en los que buscan hacer llegar una esperanza encarnada y real: una casa residencial para niños de la calle con el objetivo principal de conseguir la reunificación familiar después de tres meses de rehabilitación; un programa para niños huérfanos del ébola (donde actualmente hay 58 chicos); un proyecto para acompañar a jóvenes presos en la cárcel de Pademba o una línea telefónica gratuita para atender llamadas de niños y jóvenes en situación de crisis.