Este 8 de abril se cumplen dos años desde que Francisco publicara ‘Amoris laetitia’, la exhortación en la que condensó el trabajo desarrollado durante dos Sínodos de la Familia. De entre sus muchas aportaciones, las relativas a la acogida de los separados y divorciados en la Iglesia generaron todo tipo de reacciones. Pero, más allá de la controversia, la realidad es que el documento bergogliano brega por calar poco a poco en la Iglesia en España.
Así lo comprobamos en un coloquio organizado por Vida Nueva con varios de los protagonistas de dos de los proyectos referentes en Madrid y, en general, en toda España. Por la parroquia de Guadalupe acude Fernando Soler, divorciado hace cinco años y uno de los coordinadores de su actual grupo para separados y divorciados, y por la parroquia de los redentoristas en la calle Félix Boix 13 (que acoge la cita), su sacerdote Miguel Rubio y las dos coordinadoras del grupo, Marga Calderón y Matu Gispert.
Esta última conoce perfectamente la complejidad de un camino que solo ahora empieza a visibilizarse: “Yo soy una de las primeras divorciadas en España. Lo hice en 1981, nada más aprobarse la ley por la UCD. Teníamos dos hijos y mi marido así lo quiso. Al año siguiente, me volví a casar por lo civil. En 1986, por deseo de mi ex, que quería volver a casarse por la Iglesia, obtuvimos la nulidad. Yo también podía haberlo hecho, pero mi nuevo marido, del que hoy soy viuda y que tenía dos hijos de un matrimonio anterior, no estaba muy interesado en ello. Así que, siendo católica practicante, tuve que seguir mi propio discernimiento, pues en la Iglesia, en esa época, no había una sola palabra para los divorciados vueltos a casar”.
“Encontré lo que necesitaba”
Esta laica catalana afincada en la capital desde hace muchos años sentía que necesitaba algo más para sanar su herida desde un punto de vista espiritual. Fue en 1994, cuando, al asistir a misa en la parroquia de los redentoristas de Félix Boix, “escuché en los avisos a Virginia Castañeda, la primera mujer que impulsó los grupos para separados y divorciados en la parroquia de Guadalupe, explicar que a la semana siguiente nacía en esa parroquia del Santísimo Redentor otro grupo parecido. Asistí y, desde entonces, ahí encontré definitivamente lo que necesitaba: un sitio de Iglesia en el que ser acogida, respetada y escuchada”.
En solo unas semanas, el grupo de los redentoristas creció exponencialmente y, guiados por el padre Stephen, un religioso estadounidense que estaba en España para completar sus estudios, se sumaron a la dinámica muchas personas de diferentes ámbitos. Como todos los inicios de cosas que son realmente novedosas, atravesaron por altos y bajos, pues llegaron a desdoblarse en dos grupos “por ser tan alto el número de participantes”. Pero eso, a la larga, no cuajó y, tras quedar muy pocos realmente comprometidos, al año siguiente, ya con el redentorista Miguel Rubio al frente del proyecto, optaron por “reiniciarse” y volver a “asentar las bases” a través del trabajo en un solo grupo.
Desde entonces, explica Rubio, “las señas de identidad de lo que somos se han mantenido. Los redentoristas en España hemos optado por este ámbito pastoral en distintas comunidades (Parroquia del Santísimo Redentor y Perpetuo Socorro, ambas en Madrid; también en Mérida y Granada; y se estudia introducirla en otras ciudades…). Cada comunidad confiere al grupo de separados y divorciados su idiosincrasia propia. En la del Santísimo Redentor hemos optado por un modelo abierto. Ofrecemos nuestros locales como una plataforma de encuentro a personas sometidas a una forma de sufrimiento muy peculiar que requiere asimismo una atención especial; les acogemos y les hacemos sentir su valía como personas; les ofrecemos nuestras iniciativas pastorales. En concreto, participan con asiduidad en el taller de cine, promovido por el Instituto Superior de Ciencias Morales y la parroquia, y están presentes en el Consejo Pastoral de la misma, en Cáritas…”.
Iniciativas aún residuales en España
Como destaca Marga Calderón, otra clave esencial de este grupo es el compañerismo y el fomentar que esta sea una comunidad en la que la amistad está muy presente: “Los martes que no toca reunión, muchos seguimos quedando igualmente cerca de la parroquia para tomar una cerveza y charlar. En el grupo, después de la charla, que no es una conferencia sino un diálogo abierto y libre, nos quedamos y compartimos una pequeña cena, con la comida y la bebida que todos traemos”.
Una perspectiva diferente impulsa la parroquia de Guadalupe, cuyo grupo para separados y divorciados, creado en 1988 por el entonces párroco, Sergio Delmar, y por la laica Virginia Castañeda y otras dos mujeres que también se acababan de divorciar, fue el primero del que se tiene constancia en toda España. En ese momento de “oscuridad” para esta realidad en la Iglesia, este grupo de seglares buscó respuestas en distintas estancias eclesiales, pero solo encontraron una puerta abierta en los misioneros del Espíritu Santo.
Treinta años después, la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe sigue siendo referente en este sentido. Su párroco, Fernando Artigas, nos habla de esos inicios: “Aunque actualmente los llamamos, cariñosamente, el grupo de ‘sepas’, en un principio, ellos mismos se autonombraron el grupo 1.1.1.1., porque eran cuatro integrantes y venían de uno en uno. Esto nos hacía mucha gracia, pues la costumbre en la parroquia es que cada comunidad tenga nombre. Se incluyeron en la Pastoral Familiar y se integraron de esa manera, desenfadadamente y sin diferencia ni distinción”.
Los laicos, responsables de los grupos
En el caso de Fernando Soler, como explica, “mi acogida llegó gracias a Fernando Artigas, teniendo la suerte de que me ha acompañado en todo momento”. Divorciado en 2013, completó los dos años del curso de Guadalupe y, tras sentirse respaldado y ayudado en su herida, personal y espiritual, decidió seguir unido a este proyecto pastoral, del que hoy es coordinador junto a otra laica, también divorciada (los dos requisitos para desempeñar esta función son llevar al menos tres años en la dinámica y haber pasado por una experiencia de divorcio o separación).
Así, si bien todos los encuentros, cada dos jueves, cuentan con la presencia de un sacerdote de la parroquia, el misionero Manuel Rubén de Celis, este no tiene el papel de protagonista: “En Guadalupe, el misionero del Espíritu Santo que tutela el grupo es solo un acompañante, uno más del conjunto, recayendo la responsabilidad en los laicos”. Otra cosa, reconoce, es que, “siendo en su mayoría los participantes católicos, al final surgen momentos de debate donde abordamos el tratamiento que se nos da desde la Iglesia; entonces, ya sí, la figura del sacerdote es clave a la hora de tratar de explicarnos las cosas”.
Más allá de las pastorales de las comunidades de los redentoristas y los misioneros del Espíritu Santo en Madrid, el otro gran referente en España es el Programa SEPAS, ofrecido desde el Centro Arrupe de Valencia, de la Compañía de Jesús, a personas que han atravesado por la dolorosa experiencia de la separación o el divorcio. Como cuenta a Vida Nueva su coordinador, Julián Ajenjo, “nacimos en 2014, trabajando al principio un equipo de cuatro laicos con grupos de personas en esta situación. Por esa dinámica pasaron unos 40 participantes. En 2016, con el espaldarazo de ‘Amoris laetitia’, nos animamos a dar un nuevo impulso”. Desde entonces, la idea de grupo ha dado paso a la de programa, “en el que contamos ya con un fin concreto, la sanación de las heridas y la reconciliación con uno mismo y con Dios”, que pretenden alcanzar desde un itinerario.
Un proyecto que comienza a dar frutos
El hoy responsable del Programa SEPAS recuerda cómo empezó todo: “Yo me separé de mi mujer en 2013. Inicié un período de búsqueda en la Iglesia, pero no encontré ningún servicio dirigido a personas como yo. Hasta que conocí al jesuita Vicente López Millán y fue él el que me dio una respuesta. La Providencia quiso que en ese momento llegáramos hasta él un total de cuatro personas que atravesábamos por este proceso. Fue así como nos abrió las puertas del Centro Arrupe y, en 2014, pusimos en marcha el primer grupo. Al principio él lo coordinaba, pero pronto quiso que lo abriéramos a más personas y que fuéramos nosotros el equipo impulsor de todo”.
Dos años después de ‘Amoris laetitia’, Ajenjo percibe “un cambio muy grande en nuestra pastoral”, en el sentido de que ha otorgado “visibilidad” a su condición dentro de la Iglesia. Algo que está empezando a dar sus frutos: “En la última Semana de Misionología de Burgos, organizada por la Conferencia Episcopal, nos invitaron al Programa SEPAS a dar una charla”. De hecho, gracias a esto, han contactado con ellos desde varias diócesis, como Teruel (a través de una reunión con su obispo), Cuenca o Alicante, para poder implantar su modelo en sus comunidades.
Estamos en el principio de un cambio. Pero, si bien hay quienes ya llevan 30 años acompañando ese caminar, el último empujón de Francisco puede suponer un rayo de sol.