Cada viernes, ‘Vida Nueva’ te acerca sus recomendaciones en pantalla grande (o no tanto)
A un entrenador de baloncesto profesional (el omnipresente Javier Gutiérrez), sumido en una crisis personal, se le ofrece la oportunidad de preparar a un equipo integrado por personas con discapacidad intelectual. Lo que de entrada parece un problema se acaba convirtiendo en toda una lección de vida.
Sin renunciar a su estilo y a ese particular sentido del humor que jalona buena parte de su filmografía, Javier Fesser se detiene en un tema que, sin ser original, interpela sutilmente al espectador: la diferencia que convierte a cada ser humano en alguien único e irrepetible. Y lo hace sin sermonear ni provocar, exhibiendo la misma naturalidad que derrochan sus personajes. Con una mirada no exenta de cierta incorrección política, pero respetuosa en todo momento con ellos. Incluso en las situaciones más extremas o delirantes, que las hay.
Estos Campeones nos conducen de la comedia al drama sin perder la sonrisa ni caer en la lágrima fácil. Un viaje divertido y emotivo a través de una realidad que puede resultar incómoda, aunque muy recomendable, sobre todo para las generaciones más jóvenes.
Año 1963. La Guerra Fría vive uno de sus momentos más críticos. Una joven muda que trabaja en el servicio de limpieza de un laboratorio secreto del Gobierno americano, descubre la existencia de un hombre anfibio, un extraño ser recluido en sus instalaciones que sirve como cobaya para experimentos. Entre ambos se establecerá una relación muy especial.
Guillermo del Toro, que ya demostró en El laberinto del fauno (2006) su capacidad para fabular en torno a los demonios del alma humana (el odio, el miedo…), apela de nuevo a la fantasía para sacarle los colores a la realidad y hablar de la diferencia, el rechazo o la marginación. De cómo se vivían hace medio siglo y de cómo se siguen viviendo hoy.
Sally Hawkins presta toda su candidez a una criatura que, como su nuevo amigo, busca ponerse a salvo de un entorno hostil y a ratos deshumanizado. Les acompañan otros personajes no menos vulnerables, encarnados por dos secundarios de la talla de Octavia Spencer y Richard Jenkins.
Óscar más que merecido a la mejor película y al mejor director para esta imaginativa y bella propuesta.
En el estado de Florida, una madre soltera afroamericana reparte su tiempo entre la interminable jornada laboral en un restaurante y el cuidado de sus dos hijos: una pequeña de pocos años y un adolescente de semblante serio y mirada perdida, expulsado del colegio y en libertad vigilada tras participar en el robo de varios coches.
Este sencillo punto de partida y la frescura de un grupo de actores no profesionales es todo cuanto necesita Antonio Méndez Esparza para componer un retrato tan descarnado como honesto de los nuevos desheredados: mujeres solas que sobreviven a la rutina y las desigualdades a base de coraje, ajenas a las promesas políticas de cualquier signo, conscientes de que “la luz del túnel está muy lejos”, pero también de que “hay que seguir adelante”.
Como ya ocurriera en su anterior trabajo, Aquí y allá (2012), con un estilo cuasidocumental, construido sobre situaciones y diálogos que saben a verdad, y alejado de disfraces y artificios, la vida diaria de esta familia atrapada por el sistema nos propina una bofetada de realidad que ninguna ficción logrará aliviar.