“Fueron muchas voces de hombres, de mujeres, de Argentina, Chile, Brasil, Colombia, México, Estados Unidos, España”. Así lo dijo el jesuita Luis Guillermo Sarasa, decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana (PUJ), en Bogotá, tras la clausura del Congreso “Medellín, 50 años después”, que durante el 4 y 5 de abril fue la palestra de 19 teólogos y teólogas miembros del Grupo Iberoamericano de Discernimiento Teológico Pastoral.
El evento, que congregó a más de 150 participantes, fue organizado por la Facultad de Teología de la Javeriana y la Escuela de Teología y Ministerios del Boston College. Previamente los teólogos tuvieron un encuentro de trabajo en torno a la pastoralidad de la teología. Bogotá, sin duda, acogió el clamor de una iglesia que está llamada a superar la cultura del descarte y en Medellín tuvo una génesis, que a lo largo de las conferencias subsiguientes sigue viva.
Fueron dos días de intensas y profundas disertaciones sobre las perspectivas teológicas iberoamericana a la luz de Medellín, cuya vigencia adquiere mucha más fuerza con el pontificado del papa Francisco.
Al ser consultado por Vida Nueva acerca del balance de este congreso, Sarasa considera que “tenemos la capacidad para convocar a teólogos y teólogas de toda América Latina para poderle mostrar a la Iglesia de hoy, que son estos jóvenes, muchachos y muchachas de nuestras facultades, no solamente un documento, sino un pensamiento que se ha venido gestando y como decía uno de los ponentes es ‘una cuenta del rosario’ y que estamos haciendo una historia que hoy día puede revivirse”.
“Ciertamente, Francisco nos está ayudando a revivir, porque no solamente sus palabras y gestos, sino sus documentos, los cuales hay que leer con muchísimo cuidado y poner en práctica con veracidad, nos están dando el impulso para redescubrir el rostro de una iglesia latinoamericana que está vivo”, apuntó el teólogo jesuita.
Respecto a lo que pudiera desatar este congreso, para el decano de la facultad de teología de la PUC, es preciso que “tomemos conciencia de que somos una Iglesia con identidad, autóctona, latinoamericana, con opciones claras y vivas como las que hizo el Vaticano II, como las que hizo Medellín y como las que se han ido dando en las siguientes Conferencias”.
El cardenal venezolano Baltasar Porras, arzobispo de Mérida, quien tuvo a cargo la apertura del evento, comentó a Vida Nueva que “este 50 aniversario es [una oportunidad para] recrear lo de Medellín, a la luz del magisterio de Francisco –y su invitación a la conversión pastoral de la Iglesia–, que pide retomar el Concilio Vaticano II y que es el momento en un cambio total. No podemos quedarnos en el mismo punto, sino que debemos dar respuesta a los problemas de hoy, que son los problemas de la humanidad y del sentido de la vivencia de la fe cristiana”.
El segundo día inició con la intervención de Gustavo Gutiérrez, uno de los teólogos más influyentes e importantes de la historia contemporánea de la Iglesia de América Latina, ‘padre de la teología de la liberación’, quien participó hace 50 años en la conferencia de Medellín, y en una videoconferencia destacó la importancia de esta Conferencia, “como lo está probando el interés actual”, en una clara referencia a este congreso.
En tres aspectos o perspectivas describió a Medellín: desde una contextual histórica, una ecuménica y una última que denominó como una sola historia. Fue muy enfático al afirmar que “sin el Concilio (Vaticano II) no podremos entender Medellín, eso tiene que quedar muy claro”.
En los dos días de Congreso, no faltaron los variopintos planteamientos tanto del grupo iberoamericano de teólogos como del público.
El tema infaltable de debate fue el de cómo entender la dimensión de los pobres, habidas cuentas de los intentos infructuosos desde la política en nuestro continente, donde gobiernos “progresistas” han alzado las banderas de los pobres más en usufructo de sus apetencias partidista y beneficio propio que en el bien común, a lo cual los teólogos apuntaron que las desigualdades sociales creadas por el modelo de desarrollo económico y el pecado estructural siguen más vigentes que nunca.
“Sin una revolución cultural no vamos a poder trasformar la sociedad, no es suficiente una revolución política ni económica”, esgrimió Rafael Luciani, uno de los organizadores del evento, por parte del Boston College, quien también fue ponente.
Por su parte, Pedro Trigo, sacerdote jesuita, encarnado durante muchos años en los barrios más humildes de Caracas, en Venezuela, fue tajante al aseverar que se da una “violencia institucionalizada cuando por efecto de la estructura de la empresa industrial y agrícola de la economía nacional e internacional, poblaciones enteras viven en una gran dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad”.
Gustavo Gutiérrez no se quedó en retaguardia y en favor de Medellín adujo que “una de las grandes mentiras y ataques a Medellín era la del marxismo, comunismo, y eso tenía mucha aceptación en algunos lugares, sobre todo de quienes no sabían qué era el marxismo”.
Para el argentino radicado en Chile, Carlos Shickendantz, otro de los conferencistas invitados, la categoría opción por los pobres hoy en día es tratada como categoría de víctimas donde la alteridad está negada.
Para cerrar con broche de oro, fue presentado el libro Gracia de Medellín: Historia, teología y legado, próximo a ser publicado en inglés por el Boston College, donde un destacado grupo de diez autores, a través de artículos y entrevistas reflexionan en torno a la resonancia que tuvo Medellín en los Estados Unidos.
Esta publicación, prologada por Gustavo Gutiérrez, fue compilada por Margaret Guider, Felix Palazzi y Ernesto Valiente, este último, durante la presentación en el auditorio Felix Restrepo de la Javeriana, destacó que “aunque no trajimos el libro en físico, nosotros queríamos compartir la importancia del evento de Medellín en Estados Unidos, el cual tuvo resonancia en su momento y continúa teniéndola, cambiando gente, convirtiendo gente en todo el mundo”.
En esta presentación, otra de sus editoras, la estadounidense Margaret Guider, investigadora y también religiosa, destacó que “los obispos de Medellín modelaron un camino para liberarnos de las condiciones de pobreza persona, social, económica, política y eclesial. Ellos demostraron su compromiso por el pueblo al denunciar las condiciones que disminuyen la potencialidad de relacionarnos unos con otros”.
Medellín sigue latente en el seno de nuestra Iglesia, una Iglesia que respira, camina con su pueblo. Una iglesia con virtudes y defectos, pero que tiene a su hijo natural en la silla de San Pedro, convirtiéndose también en piedra de escándalo, con olor a oveja y en salida permanente. Allí sigue dando frutos Medellín y su opción por los pobres.