La estadounidense Deanna Marie Mason, afincada en Madrid desde hace 12 años, es una reputada experta en la paternidad proactiva, proporcionando a muchos padres asesoramiento en la educación de niños y adolescentes, así como herramientas para combatir fenómenos dolorosos como el bullyng o la homofobia. Algo que ha hecho en la Universidad o a través de libros ciertamente interpelantes, como ‘Cómo educar adolescentes –con valores–’, una reedición de su primera obra y cuyo título era más punzante: ‘Cómo evitar que tu hijo sea un imbécil’.
Pero, como Deanna nos explica en una conversación con Vida Nueva en su despacho, su aspiración es “cambiar las cosas malas con las ideas… y con las manos”. De ahí que reivindique sus inicios como enfermera, en su país, donde siempre centró su atención en las comunidades más vulnerables, especialmente niños y migrantes. Una tradición que, reivindica, está muy asentada en Estados Unidos: “Estamos ante un sistema sanitario muy diferente del español, está claro, pero tiene una figura muy positiva: la de la enfermera comunitaria, que recorre los lugares donde puede haber gente que necesite su atención. No está en un sitio fijo, sino que es callejera y va al encuentro de las personas en los comercios, las iglesias o donde haga falta, incluidos sus propios hogares”.
Fruto de su pasión por no dejar de aprender, en su día pidió un permiso en la Universidad de Dakota del Norte para pasar un curso en Toledo estudiando el sistema sanitario de Castilla-La Mancha y, en general, de nuestras autonomías. Tras quedarse definitivamente aquí, encontró un trabajo en la embajada de Estados Unidos en Madrid, pero al poco lo dejó, pues “me parecía que el diplomático es un mundo irreal, una burbuja en la que no está la gente corriente”.
Enseguida encontró algo que le fascinó… Ser profesora de enfermería en la Universidad Católica de San Luis, obra de la Compañía de Jesús. Muy pronto, sus alumnos comprobaron que no era una docente al uso: “Me llamaba la atención que los estudiantes de enfermería estuvieran algo encorsetados por la teoría y no salieran demasiado de ella… Veía que les faltaba concretar su vocación en la gente de su entorno, encarnando su acción en la calle, con los menos protegidos por el sistema. Los involucré en comedores sociales del barrio o en el Programa Bocatas con gente sin hogar, ambos impulsados por comunidades eclesiales”.
“El éxito –explica– fue enorme. En poco tiempo, pasamos de cuatro alumnos matriculados a más de 60. Todos se veían realizados al sentirse enfermeros en clave de una profunda humanidad. Me hizo feliz contagiar una vocación que en mí es doble, la de la enfermería y la fe religiosa… Soy católica y esos valores, aunque no explícitamente, se reflejan en todo lo que hago. Para mí, la espiritualidad, vivida por cada uno a su modo (en clave religiosa o más genérica, asentada en una armonía con la naturaleza) es un aspecto muy positivo que enriquece a la persona y a su entorno”.
“Por eso –continúa la pedagoga– también la defiendo en las relaciones entre padres e hijos. En el crecimiento de un adolescente, la chispa espiritual es clave a la hora de completar su desarrollo. Tenemos que potenciar que los chicos se hagan las grandes preguntas. Si no tienen respuestas propias y viven situaciones problemáticas, da igual todo lo que intentes con ellos… Lo primero de todo es que tengan sus respuestas”.
“Eran nuestros hermanos”
Más allá de su labor profesional, este anhelo lo encarnó en su día a día. Muy implicada en la parroquia madrileña de Nuestra Señora de la Caridad, donde hay una misa dominical en lengua inglesa, llegó un momento en el que, en pleno golpeo de la crisis económica, hacia 2010, “se criminalizaba a los inmigrantes y se les cerraban las puertas a la atención sanitaria con numerosas trabas por parte de la propia Administración. Y eso no era algo ajeno, sino que lo veía yo misma con los muchos inmigrantes, en su mayoría africanos, que venían a esa misa en inglés… Hablé con el cura y entendimos que había que cuidarles, pues eran parte de nuestra comunidad. No podía ser que sus hijos vinieran a nuestra catequesis y ellos celebraran con nosotros la fe y, luego, no hiciéramos nada ante el sufrimiento de quienes eran nuestros hermanos”.
En poco tiempo, la propia Deanna pudo en marcha un programa de salud comunitaria y coordinó a un equipo de médicos y enfermeros que cada domingo acudían a la parroquia y, antes de la misa, ofrecían gratuitamente consulta para quienes así lo desearan. “Venían algunos filipinos y de América Latina, pero, en su mayoría –recuerda–, eran africanos, mayoritariamente nigerianos. En total, colaboraron con el programa unos 25 voluntarios (cada semana venían entre tres y cinco) con los que llegamos a atender a unas 35 familias, ofreciéndoles también ropa, comida y la ayuda de Cáritas. Había todo de situaciones, pero especialmente dolorosas eran las experiencias de las mujeres que carecían de medios para cuidar a sus hijos”.
El testimonio de uno de esos niños le impresionó fuertemente: “Un día, en la misa, al lado del cura estaba uno pequeño cuya madre carecía de papeles. Cuando habló a la comunidad, dijo con toda la seguridad del mundo que de mayor quería ser abogado. Ese soñar a lo grande, en medio de una situación tan difícil, me caló hondo. Me hizo ver hasta qué punto era importante esa labor con ellos. Teníamos que volcarnos todos con los niños y sus familias para que se cumplieran lo que deseaban”.
Hoy, el programa en Nuestra Señora de la Caridad ya no continúa “porque han remitido las obstrucciones administrativas en el acceso a la sanidad a los migrantes”. Pero se han generado unos lazos muy fuertes, empezando por el hecho de que vencieron “las reticencias de los vecinos que se dejaban llevar por estereotipos hacia la comunidad migrante”. En el caso de Deanna y su marido, la ola fraterna va más allá: “Muchas de estas familias nos han pedido que seamos los padrinos del bautismo de sus hijos y nos invitan a sus casas a sus cumpleaños”.
Semillas para cambiar el mundo
El siguiente reto de Deanna en su deseo de mejorar la sociedad se plasma a través de conferencias, como la que ofreció tiempo atrás en Texas sobre la terrible situación que afrontan los migrantes en México o, más recientemente, en la Universidad Autónoma de Madrid, donde dio una charla sobre ‘Competencia cultural y justicia social: cuidando a las poblaciones vulnerables en situación migratoria y de exclusión social’.
Para ello, tiene claro que se guiará por lo que defiende el escritor y referente de la causa ecológica Wendell Berry: “Cambiar el mundo empieza por cuidar el propio jardín de casa”. Así, está convencida de que “es mucho lo que todos podemos hacer por la justicia, con nuestras ideas y con nuestras manos”. En su caso, como también se refleja en los numerosos artículos que publica en revistas científicas, su esencia es que “podemos romper las barreras a las que a veces nos someten las razas o las culturas. Si nos quitamos la piel, todos somos iguales. Somos personas y tenemos la misma dignidad”.