Ante 550 Misioneros de la Misericordia, los sacerdotes con autoridad para perdonar los pecados reservados a la sede apostólica, es decir, los más graves, el papa Francisco dejó hoy, 10 de abril, dos consejos dedicados a todos los presbíteros. En la misa que presidió en el Altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro del Vaticano, el Pontífice recordó que quien está llamado a dar testimonio de la Resurrección de Cristo, él mismo debe en primera persona, “nacer de nuevo” (Juan 3,7) y entender la lógica de Dios, según la cual quien se hace pequeño “es grande”, el último “es primero” y quien se reconoce enfermo “viene curado”.
Llevar a cabo este precepto no significa convertirse en sacerdotes “exaltados”, como si fueran depositarios de un “carisma extraordinario”. Al contrario, el Papa pidió curas “normales, sencillos, dóciles y equilibrados”, así como capaces de dejarse “regenerar constantemente” por el Espíritu Santo. También deseó que fuera “interiormente libres, sobre todo de sí mismos” porque se dejan llevar por el “viento” del Espíritu, que “sopla por donde quiere”.
El segundo consejo que Francisco brindó a los presbíteros es que se pongan al servicio de sus respectivas comunidades. “Querría subrayar en particular que el Señor muerto y resucitado es la fuerza que crea la comunión en la Iglesia y, trámite la Iglesia, en toda la humanidad”, comentó Jorge Mario Bergoglio, para pedir a continuación que salgan hacia el exterior. “Tanto la Iglesia como el mundo de hoy tienen particular necesidad de la misericordia”. Resulta necesaria para que “la unidad querida por Dios en Cristo” prevalga sobre la “acción negativa” del demonio, que se aprovecha de los muchos medios actuales. “De por sí son buenos pero sí se usan mal, en lugar de unir, dividen”, advirtió el Papa.
Antes de la misa, Francisco mantuvo una audiencia en la Sala Regia del Palacio Apostólico del Vaticano con los 550 Misioneros de la Misericordia, provenientes de los cinco continentes. Les dedicó un discurso lleno de anécdotas y bromas que comenzó con esta curiosa advertencia: “Espero que aquellos de vosotros que han sido nombrados obispos no hayan perdido la capacidad de ‘misericordiar’. Eso es importante”.
Improvisando en varias ocasiones sobre el texto que tenía preparado, el Papa apercibió sobre el peligro de que el confesor aleje al pecador de la fe en lugar de acercarlo. “No es necesario hacer que sienta vergüenza quien ya ha reconocido su pecado y sabe que se ha equivocado. Hay confesores que preguntan durante diez, veinte, treinta, cuarenta minutos. No es necesario inquirir allí donde la gracia del Padre ya ha intervenido. No está permitido violar el espacio sagrado de una persona en su relación con Dios”.
Puso como ejemplo a seguir el de un cardenal que trabaja como prefecto de un dicasterio de la Santa Sede. “Hablamos mal de la Curia romana, pero aquí dentro hay santos”, afirmó el Pontífice, para comentar a continuación lo que le dijo ese purpurado que confiesa en una parroquia cercana al Vaticano dos o tres veces por semana. “Cuando me doy cuenta de que a una persona comienza a costarle contar algo y yo he entendido de lo que se trata, le digo: ‘He entendido. Adelante’. Y la persona respira. Es un buen consejo: cuando se sabe de lo que se trata, ‘he entendido. Adelante’”.
En su conversación con los Misioneros de la Misericordia, Francisco aseguró que le han llegado muchos testimonios de conversiones gracias al servicio de estos particulares sacerdotes. “Vosotros sois testigos de ello. Debemos reconocer que la misericordia de Dios no conoce confines y con vuestro ministerio sois una señal concreta de que la Iglesia no puede, no debe y no quiere crear ninguna barrera o dificultad que obstaculice el acceso al perdón del Padre. El ‘hijo pródigo’ no tuvo que pasar por la aduana: fue acogido por el Padre sin obstáculos”.