Cultura

‘El cuento de la criada’: la maternidad como recurso económico





En el origen de toda la historia está la caída de las curvas de natalidad. La contaminación atmosférica ha vuelto estéril a gran parte de las mujeres, pero también de los hombres, aunque la culpa recae en gran medida en ellas. En las salas de maternidad reina un silencio de muerte. A veces se siente el gemido de un recién nacido, pero todos saben que sus posibilidades de sobrevivir son pequeñas. A veces una joven madre que acaba de perder al hijo, escuchando el llanto de otro recién nacido, cae en la locura.

Mientras en la sociedad crece el sentido de angustia, un grupo extremista de “reconstrucción cristiana” sueña un nuevo mundo, Gilead, fundado sobre rígidos valores morales establecidos a partir de una lectura fundamentalista distorsionada de la Biblia. Este nuevo mundo, los Hijos de Jacob, lo construyen a través de un sistema perverso en el que parejas de dueños, en cuyas manos están concentrados el poder y las riquezas, toman esclavas, y en particular madres subrogadas, las famosas doncellas, vestidas de rojo.

Son chicas a las que se les impone redimirse obrando por el bien común, a quienes, se les propone la salvación con una pistola apuntando a la cabeza. En vez de una utopía, Gilead es un totalitarismo, un verdadero infierno, muy lejos de un inicio de paraíso.

Fenómeno cultural y político

En Estados Unidos, ‘El cuento de la criada’ se ha convertido en un fenómeno cultural y político. Mujeres vestidas de rojo lo muestran en algunas manifestaciones. La serie de televisión que está basada en la novela y emitida en 2017, tuvo tal éxito que logró cinco reconocimientos en los Premios Emmy. Un entusiasmo increíble por la novela publicada en 1985 por Margaret Atwood, escritora especializada en el género distópico. Y, salvo excepciones, la serie ha sido bastante fiel a la novela.

De forma extrema, la serie afronta la unión entre maternidad subrogada y trata humana: la madre subrogada, en esta transacción, ¿puede quizá ser considerada algo diferente de un objeto? ¿Y qué hay del niño? Sintomáticamente, en Gilead, los niños son tan silenciosos como deseados. Se les exhibe, pero no se les mira de verdad y se les escucha todavía menos.

Los dirigentes aseguran que tendrán una vida buena, cómoda y llena de oportunidades. Todos hablan por ellos, pero nadie piensa en darles la palabra. Las madres subrogadas no tienen derecho a dejarse llevar por la tristeza porque lo han hecho, por así decir, en nombre del bien: sus emociones deben ser inhibidas.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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