En el espacio que ocupa el Valle del Boí se encuentra una de las mayores concentraciones de iglesias de estilo románico que forman un conjunto artístico que, desde el año 2000, es reconocido Patrimonio Mundial por la UNESCO. Las nueve joyas del románico Sant Climent de Taüll, Santa María de Taüll, Sant Joan de Boí, Santa Eulalia d’Erill la Vall, Natividad de Curro, Sant Feliu de Barruera, Santa María de Cardet, L’Assumpció de Cóll y Sant Qiurc de Durro, son un ejemplo vivo de cómo se vivía y se transmitía la fe en la alta edad media entre los ganaderos y campesinos que vivían en los pueblos del valle.
El patrimonio artístico estuvo tapiado, en algunos casos de manera literal, y fue redescubierto a principios del siglo XX con el peligro de que algunos coleccionistas privados se aprovechasen de las necesidades económicas que se sufría la comarca para hacerse con algunos de los tesoros que otros se esforzaron, con acierto, por proteger.
La ribagorça catalana
Todo el conjunto de iglesias se encuentra en un entorno único. La conocida en castellano como Ribagorza es la región entre las provincias de Huesca y Lérida. El valle del Boí forma parte de la parte catalana, lindante al valle de Arán y entrada natural al Parque Nacional de Aigües Tortes y el estany Sant Maurici. Eclesialmente pertenece al obispado de Urgell, que participa de la propuesta turística.
En invierno el esquí de las distintas estaciones cercanas, en verano, la posibilidad de conocer las montañas en largos paseos, se pueden combinar con la posibilidad de descubrir cómo se explicaba el Evangelio, las virtudes que todo buen habitante del valle debía conocer a través de las pinturas murales que, en la actualidad no se encuentran enteras, pero en su momento cubrían las paredes y deslumbraban a los feligreses.
Un descendimiento en siete imágenes
Más allá de la arquitectura, que plantea plantas basilicales de tres naves en la mayoría de iglesias, cabe destacar los conjuntos que se pueden encontrar en cuatro de los templos. En Santa Eulalia d’Eril la Vall, dedicada la santa barcelonesa y que tuvo tapiado uno de los conjuntos escultóricos más interesantes por lo sorprendente de lo representado.
Un descendimiento de la cruz con siete imágenes, que se exponía en Semana Santa pero que el paso del tiempo hizo que terminase tras una pared. Se conservaron y han podido llegar hasta hoy día las figuras de Jesús, María, Juan, José de Arimatea, Nicodemo y los dos ladrones, Dimas y Gestas que completan el conjunto en el que uno quiere mirar a Jesús mientras el otro le vuelve el rostro.
Pero lo más llamativo son las pinturas murales, que se pueden encontrar en San Joan de Boí y en las dos iglesias de Taüll, Santa María y Sant Climent. En la primera se observa la policromía que cubría paredes y donde podemos encontrar hasta elefantes y otros animales que nadie del pirineo habría visto en aquellos tiempos.
La tecnología vuelve a iluminar la majestad de Cristo
Santa María de Taüll muestra una imagen de la virgen María en su majestad, entronizada, con el niño en brazos mientras recibe la adoración de los reyes. La iglesia se encuentra en el centro del pueblo a diferencia de la mayoría construidas en el exterior, formando parte de las defensas de la ciudad.
La mayor sorpresa se encuentra en Sant Climent, cuyas pinturas murales se dedicaron a Cristo con un precioso pantocrátor que vuelve a la vida gracias a un vídeo mapping. Esta obra de arte del siglo XXI permite que el visitante observe los detalles del ábside que preside la Iglesia tal como la vieron los habitantes del valle en la Edad Media.