Rafael Luciani, de la Escuela de Teología y Ministerio del Boston College, es uno de los teólogos que lidera el proyecto iberoamericano de teología que, recientemente, coordinó el Congreso “Medellín, 50 años después”.
En diálogo con Vida Nueva, Luciani analiza el momento actual que vive la reflexión teológica latinoamericana, tras cinco décadas de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
PREGUNTA.- ¿En qué consiste el proyecto iberoamericano de teología?
RESPUESTA.- El proyecto nació de conversaciones que he tenido con los teólogos Carlos María Galli, Juan Carlos Scannone y Félix Palazzi. Yo veía la necesidad de repensar el momento actual de la Iglesia y de la teología a la luz del Vaticano II, y los jesuitas de la Escuela de Teología y Ministerio del Boston College hicieron una apuesta al patrocinar el proyecto.
A la luz del Concilio es importante que la comunidad teológica colabore con el actual proceso de reformas que se lleva a cabo en la Iglesia. Esto no puede hacerse sin generar espacios y procesos de diálogo entre las teologías escritas en español y en portugués, pues estas son la base de la actual recepción del Concilio y su puesta en práctica por parte de este pontificado. Por ello, es fundamental reconocernos hoy como comunidad teológica iberoamericana, en ese rico intercambio de culturas y teologías provenientes de los pueblos de Latinoamérica, España y la comunidad latina de los EE.UU.
P.- ¿Qué impacto ha tenido este itinerario teológico?
R.- Es un camino que se está replicando en otras instancias eclesiales, como acontece en el equipo de reflexión teológico-pastoral del CELAM, del cual soy miembro. Hoy estamos viviendo un proceso en el que la Iglesia Latinoamericana es reconocida como Iglesia fuente. En tal sentido, no se puede entender a Francisco sin esa larga cadena que nace un poco antes de Medellín y que hoy lleva a tener a un Papa latinoamericano.
P.- ¿De dónde surge la iniciativa de realizar un congreso a propósito de los 50 años de Medellín?
R.– En febrero de 2017, la Escuela de Teología y Ministerio del Boston College realizó el primer Encuentro Iberoamericano de Teología. Más de 50 teólogos de América Latina, España y Latinos en Norteamérica –entre ellos Gustavo Gutiérrez, Juan Carlos Scannone SJ y Roberto Goizueta–, iniciaron un camino de diálogo teológico-pastoral en contextos iberoamericanos. Ese primer encuentro hizo ver la dificultad de la conversión pastoral que surge de la misma pastoralidad de la teología y la vida eclesial, especialmente cuando aún existen modelos teológicos y eclesiales que separan a la reflexión teológica de la conexión personal con el lugar social desde donde se hace.
Por ello, abrimos una nueva etapa en la que queremos reflexionar sobre la pastoralidad como nota inherente al quehacer eclesial y teológico, y no una mera aplicación –pastoral o práctica– de la teología y la vida de la Iglesia. El proyecto iberoamericano de teología nace sobre la base de una plataforma académica, como son las universidades jesuitas. Lo que comenzó en el 2017 en Boston, se ha profundizado en el 2018 en Bogotá. Podemos decir que es expresión de la colaboración inter-institucional y entre teologados a la que nos llama hoy a construir la constitución apostólica Veritatis Gaudium. El año pasado, conversando con el papa Francisco, le hice entrega de las conclusiones del primer encuentro que se realizó en Boston y pudimos intercambiar los pasos a seguir. Uno de ellos hoy lo vemos realizado en Bogotá con este nuevo Encuentro.
P.- Desde el punto de vista teológico-pastoral, ¿qué vigencia tiene Medellín?
R.- Los 16 documentos Medellín desarrollan los elementos y ejes fundamentales para el proceso de reformas que necesita la Iglesia en nuestra actualidad. No sólo se habla de la necesidad de un cambio en las estructuras, a la luz del Concilio, sino también una reforma de nuestras mentalidades a partir de una nueva conversión al pobre. Medellín es un acontecimiento fundacional, porque no sólo dio origen a un modo de ser de Iglesia, que optó por los pobres y excluidos, sino también a una forma sinodal de proceder.
Sus documentos expresan la recepción conciliar de la Iglesia latinoamericana, pero quien los lea descubrirá no sólo el análisis y la denuncia de problemas que siguen siendo vigentes hoy en muchas de nuestras sociedades, sino también una manera de proceder y ser Iglesia, tanto en lo teológico como en lo pastoral que, sin lugar a dudas, ha sido de las más fieles a la eclesiología del Pueblo de Dios concebida por el Concilio Vaticano II. Esa que hoy lleva adelante el pontificado de Francisco.
P.- Medellín respondió, en su momento, a algunos signos de los tiempos muy concretos. ¿A cuáles hoy debe responder la teología iberoamericana?
R.- Medellín enseñó que la Iglesia tiene que pedir a la sociedad lo que ella misma tiene que hacer para sí. Si ella quiere hablar de compromiso social y solidaridad, ella tiene que comprometerse y solidarizarse de forma real con los pobres, o seguirá teniendo un mero discurso declarativo, más no performativo y testimonial.
Hoy en día Medellín nos recuerda que la credibilidad de la Iglesia no se gana con hermosos discursos, sino con la praxis del testimonio y su capacidad de colaborar en la transformación real de la sociedad y las condiciones de vida de las personas. En Iberoamérica sigue creciendo la exclusión y la desigualdad, y nuestros sistemas políticos aún no reconocen al pobre como sujeto, sino como un mero objeto en la larga cadena de producción y consumo. El gran reto de construir comunidades, de generar procesos que nos ayuden a ser sujetos solidarios y capaces de crecer con los demás es fundamental, porque la Iglesia no es una mera Institución. Ella es, ante todo, pueblo, comunidad, fraternidad caminante en esta historia.
Esto implica, como gran reto, que la Iglesia debe apostar por la reconstitución de nuestros tejidos socioculturales, amenazados hoy en día por sendos procesos de deshumanización. Este, tal vez sea, uno de los signos de los tiempos más urgentes en Iberoamérica, pues nos remite al rescate del ser humano como sujeto libre y solidario.
P.- ¿Qué luces deja este Congreso con miras a la conversión pastoral que pide el papa Francisco?
R.- Medellín fue la primera Conferencia continental que llamó a superar la pastoral de conservación. Esa que se limita a la sacramentalización y al aprendizaje de fórmulas doctrinarias, sin preocuparse por la promoción humana y la mejora de la calidad de vida de las personas.
Lo que hoy Francisco llama conversión pastoral –que encuentra sus orígenes en Santo Domingo y luego en Aparecida–, se refiere a la reforma de las estructuras eclesiásticas y a la conversión de nuestras mentalidades como cristianos. Francisco quiere una Iglesia que viva con la gente y comparta sus problemas, que acompañe a todos y no juzgue a nadie, que esté inspirada por la misericordia y no por la condena moralista. En fin, una Iglesia más colegial, sinodal y comunitaria; más servicial, solidaria y entregada a los nuevos pobres de hoy.
Lo que él llama la conversión pastoral, siguiendo a la tradición latinoamericana, comienza con la conversión al pobre, y la Iglesia no puede ser indiferente ante esta realidad o sería indolente y perdería toda credibilidad. En el fondo lo que está en juego es la urgencia de regresar a Jesús, a su forma de vida y a su praxis cotidiana; al modo comunitario de la fraternidad cristiana, que falta tanto en nuestras parroquias. Se necesita a una Iglesia que comunique un estilo cristiano con sabor a evangelio. Esta es la base de cualquier conversión verdadera, sea de las estructuras como de las mentalidades.
P.- Finalmente, ¿hacia dónde camina la reflexión teológica iberoamericana?
R.- El proyecto reafirma la importancia de avanzar en la recepción creativa del Concilio Vaticano II que se inicia en América Latina para entender que se inauguró un nuevo modo de proceder en la teología y en la pastoral que no es sólo aplicable a la realidad eclesial latinoamericana, sino propio de cualquier Iglesial local que viva el espíritu del Concilio. En esta ocasión, hemos profundizado este camino atentos al principio de pastoralidad inherente a toda teología y vida eclesial. Lo hemos hecho a través del estudio del Concilio y su recepción en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín, hace cincuenta años.
El próximo año lo haremos con la mirada puesta en los cuarenta años de Puebla. De este modo, estas dos recepciones sociopolíticas y socioculturales, van aportando elementos nuevos en el discernimiento de los signos de los tiempos actuales. Pero siempre dentro de la novedad de un diálogo teológico y una recepción eclesial iberoamericana que abra nuevas líneas y ejes para la investigación teológica y la praxis pastoral.
Queremos, pues, responder a este cambio de época que estamos viviendo, como teólogos, es decir desde la pregunta por dónde pasa Dios hoy entre nosotros, por su paso salvífico, que es siempre liberador, porque lo que está en juego es la definición de lo que significa ser humanos hoy y la posibilidad de tener una vida buena, de bienestar e inclusión para todos.