La Iglesia anima la acogida a migrantes en Chile

  • El aumento de llegadas está siendo abordado por el Gobierno con reformas legales y administrativas
  • Entidades eclesiales ofrecen espacios y programas de acogida a una justa, respetuosa y fraterna inserción

La Iglesia anima la acogida a migrantes en Chile

“Ha llegado el momento de poner orden en este hogar que compartimos”, dijo el Presidente Sebastián Piñera al presentar indicaciones al proyecto de ley sobre Migración y Extranjería presentado en su gobierno anterior, el año 2013. En esa ocasión agregó que se ha promulgado un decreto que permitirá regularizar la situación de 300 mil extranjeros.

Al mismo tiempo, se conoció que los ciudadanos extranjeros que se encuentran en el país llegan a 1.119.267 lo que representa un 6,1% de la población total. En cuanto al origen 23,8% son de nacionalidad peruana, 13% son colombianos, 12% venezolanos, 11% bolivianos y 10% haitianos. Sólo el 2017 Chile entregó 267.596 visas a inmigrantes de 130 orígenes distintos. De ellas, 73.386 fueron otorgadas a venezolanos, mientras los haitianos duplicaron la cifra de ingreso respecto al año anterior.

Una Iglesia que acoge

El Instituto Católico de Migración (INCAMI) es el organismo tradicional de la iglesia chilena en esta área, con delegaciones en 15 ciudades además de Santiago; y con 7 casas de acogida, especialmente en la zona norte. Ofrece servicios de orientación legal e institucional; bolsa de trabajo; y apoyo en formación y capacitación para la inserción en el país.

El aumento de la inmigración motivó hace varios años a la Compañía de Jesús a crear también el Servicio Jesuita a Migrantes que también ofrece atención social, laboral y jurídica enfocada en la promoción de los derechos del inmigrante.

El impacto del elevado número de personas que buscan trabajo, inserción, orientación legal, etc. en muchas ciudades cada vez más hacia el sur del país, ha estimulado a varias diócesis a crear un servicio pastoral diocesano para atenderlas.

“Todos en Chile hemos comenzado a constatar un cambio en la configuración de nuestros barrios. Tiene que ver con el explosivo y reciente aumento de personas venidas de otros lugares, sea del mismo continente o de zonas geográficas más distantes y culturalmente diversas”, expresa Humberto Palma, sacerdote de la diócesis de Rancagua a cargo de la pastoral de migración. Agrega que “esas personas no son turistas. Llegan en busca de nuevas oportunidades, otros con la esperanza de mejores horizontes de trabajo, y algunos esperando encontrar refugio ante las dramáticas situaciones vividas en su país de origen”.

Palma hace ver una primera barrera para una apropiada inserción: distinguir entre ‘extranjero’ y ‘migrante’. “Los extranjeros son gente linda, que aportan a nuestra raza. El migrante, en cambio, es un extraño en el vecindario, más que extraño: raro”. Es el primer desafío a superar.

Un desafío extendido

En su cargo de nivel diocesano Palma enfrenta la realidad de la Región de O’Higgins, vecina a la Región Metropolitana (Santiago), por el sur. Según los datos oficiales que cita Palma el año 2008 había 822 extranjeros; el 2015 esa cifra aumentó a 5.162, lo que significa que el 1,3% del total de inmigrantes que llegan al país, lo hace a esta región, llegando al 0,6% de la población regional total.

El impacto de este aumento migratorio motivó al Padre Leonardo Lizana, en 2015, a reunir en salones de la Iglesia Catedral de Rancagua un grupo de migrantes, mayoritariamente venezolanos, para celebrar sus fiestas patronales. El 2016 continuó esta labor Humberto Palma, en la parroquia de san Francisco, en la misma ciudad, con el apoyo de un grupo de voluntarios liderados por la hermana Ximena Lazcano cuya experiencia anterior en el Instituto Católico de Migración fue un enorme aporte. “Su presencia fue importantísima al momento de iniciar nuestra propia formación, expresa Palma. Veíamos la necesidad y deseábamos responder al llamado de nuestro Obispo, pero no teníamos idea cómo hacer. No sabíamos nada de la legislación relativa a migración, nada de los dramas que vive un migrante, ni siquiera sabíamos cómo atenderles. Ximena nos fue formando durante el 2016 que fue un año de aprendizajes”.

Poco a poco fueron conociendo estadísticas, la legislación y los servicios públicos para atender a quienes llegan a la ciudad. Más difícil fue hacer frente a los prejuicios y conocer tantas formas de maltrato, especialmente en los trabajos. Empezar a sensibilizar a párrocos, agentes pastorales y laicos que veían sus calles, sus templos, sus lugares de trabajo cada vez con más personas que hablan con otra musicalidad, que tienen otro color de piel, otra cultura y otras costumbres. “No fue nada simple, dice Palma, pero lo hemos logrado. Hoy somos un movimiento respetado y valorado por las autoridades locales”.

Acoger desde la común dignidad

En este crecimiento, el Departamento diocesano de migrantes ahora atiende dos días a la semana a los recién llegados entregándoles información respecto de sus visas, contratos de trabajo, derechos y deberes; apoyo psicosocial; y servicio pastoral. “Hemos participado en foros regionales sobre el tema, agrega Palma; en apoyo a iniciativas de algunas parroquias, que han querido formar a sus agentes pastorales; en campañas solidarias para asistir a hermanos que han necesitado ayuda urgente con ropa, alimentos u otros enseres”.

Evitar el asistencialismo es un cuidado especial. Por ello, el director ha dicho que “acogemos desde la común dignidad o simplemente no acogemos. Esto quiere decir respeto y valoración de la diversidad de personas y culturas; y conciencia del otro, que es distinto y semejante a la vez”.

Consideran un punto culminante haber logrado a fin del año pasado la publicación del documento pastoral “¿Dónde está tu hermano?” que ofrece una profunda reflexión sobre la acogida al inmigrante, en línea con la campaña mundial liderada por el Papa Francisco “Compartiendo el viaje”. Incluye también indicaciones prácticas para las parroquias, colegios y movimientos apostólicos invitándolas a organizar un servicio propio para atender a migrantes en sus propias localidades.

Como en Rancagua, la mayoría de las diócesis adoptan medidas similares para acoger al enorme número de inmigrantes que llegan a ellas. Algunas hace años tienen servicios sólidamente consolidados, otras recién comienzan.

Noticias relacionadas
Compartir