Verónica Berzosa ha dejado la clausura –por unas horas– este miércoles, para reflexionar sobre la vocación con la conferencia “Testigo de muchos síes” en Valencia. Ella es la fundadora del Instituto Religioso ‘Iesu Communio’, congregación contemplativa que tiene su convento principal en La Aguilera (Burgos) y que está presente desde junio de 2017 en Valencia, en el antiguo convento de las Salesas.
No suele ser habitual que madre Verónica tenga intervenciones públicas, pero en esta ocasión la fundadora ha participado en los Diálogos de Teología de la Biblioteca Sacerdotal Almudí que celebran este año su 20 edición, dedicada a reflexionar en torno al tema ‘Jóvenes y vocación’. Ella ha definido su historia como la de un “amor abrazado en el corazón” que vive como discípula de Jesús. Rememorando la experiencia de los Doce y la suya propia señaló que “el enamoramiento no es algo que se decide, es un vuelco del corazón, sucede y acontece sin casi decidirlo nosotros”.
Comentado la frase de la samaritana a Jesús en la que le dice “No tengo marido”, ofreció algunas claves sobre la esponsalidad de la consagración, compartidas con el obispos Eugenio Romero Pose poco antes de su muerte. “Donde hay crisis de vida de vida consagrada o sacerdotal hay crisis esponsal” y “donde hay eucaristía, abrazo esponsal, no hay decaimiento”, señaló junto con la importancia de la obediencia y la comunión. Acudiendo a Benedicto XVI señaló la ausencia de “la oración callada y silenciosa desplaza por el ruidoso celo vacío que ha perdido su empuje interior”, o de “la confesión y la dirección y con ello la renovación desde dentro” como causas de las crisis vocacionales.
La religiosa invitó a los seminaristas mantener la vida interior frente a una vida agobiante por los éxitos pastorales y lo urgente o la soledad de los pastores, a partir de la carta de un sacerdote que le confesaba: “vivo queriendo sanar a otros y soy yo el que necesita sanación”. Invitando a poner los propios talentos al servicio de la Iglesia, Berzosa señaló que “nunca puede haber lugar para el desánimo o el desaliento–¡jamás!– que podría incluso comprometer la maduración de la vocación”.
Aludiendo a la propia historia vocacional, la fundadora recordó cómo vio a san Juan Pablo II en una misa en Valencia en 1982, en la que se celebró la ordenación de su hermano, el obispo de Ciudad Rodrigo, Raúl Berzosa. Le fascinó el Papa “porque tenía una gran amor en el corazón” y con el celibato tenía “la fecundidad de un padre”. En su adolescencia descubrió “el gozo incomparable de ser cristiana” y el don de la virginidad.
También aludió a otra celebración de la eucaristía, a los 27 años ya como clarisa en medio de “una situación de rebeldía”, en la que descubrió durante una formación que su “sed esponsal es sed eucarística”, ya que en los gestos de la misa se concentra toda la vida de Jesús. En esa experiencia descubrió el “impacto de tener fe” y el “misterio de ser cristiana”. Definió la eucaristía como el “sacramento de la comunión nupcial entre Dios y el hombre”, porque “el amor no es solo cosa de mujeres”, apostilló recordando las palabras de un sacerdote jesuita e invitó a los seminaristas a no abandonar la oración para no convertirse en aquellos que “conocen a Jesús solamente de oídas”.
Reflexionando sobre el discernimiento y la obediencias, Berzosa subrayó la necesidad de la dirección espiritual y de ser acompañados “para custodiar el amor”, “para evitar caer en tentaciones que distorsionan la realidad y pueden difuminar el camino verdadero y llevarnos a un estancamiento espiritual, incluso al desánimo o a tomar decisiones precipitadas no deseadas”. Dirigiéndose a los sacerdotes, señaló citando a Juan Pablo II, que “si uno no se deja acompañar no sabrá valorar ni para qué acompañar, qué camino seguir, qué camino orientar”, frente a quienes la viven “como un yugo pesado”.
A modo de “desahogo” confesó que aunque lleva desde los 28 años orientando la formación y el discernimiento de jóvenes: “No tengo ni idea, creo jamás se aprende a dirigir, cada más siento más temor y temblor al tener frente a mí a una persona, ‘tierra sagrada’”. En este contexto señaló algunos peligros, como la sustitución de la presencia real –“persona a persona”– por la virtual o de la psicología por la dirección espiritual, porque “lo propio del cristianismo es la encarnación”. “Ayudemos a los jóvenes a que el resplandor de la juventud no se apague en la oscuridad de una habitación cerrada en la que la única ventana para ver el mundo sea el ordenador y el smartphone”, clamó.
Subrayando la labor de “paternidad” del sacerdocio, especialmente en la confesión, exclamó: “¡El sacerdocio es la bomba! No podéis más que vivir en una actitud de asombro por la autoridad que Dios os ha dado”.
Junto a ella ha participado Fernando Ramón, Rector del Seminario Mayor La Inmaculada de Moncada (Valencia) y profesor de Teología. Al acto han acudido principalmente sacerdotes y los seminaristas de la archidiócesis dentro de la semana en la que de celebra la Jornada de Oración por las Vocaciones.