Este domingo 22 de abril se celebran conjuntamente la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas. Una ocasión especial que mueve a la Comisión de Seminarios y Universidades de la CEE, a CONFER y a OMP ha lanzar una campaña de concienciación que, bajo el lema Tienes una llamada, pretende mostrar la alternativa de una “vida apasionante”.
Un espíritu muy vivo que se encarna en miles de lugares donde hay misioneros españoles. Es el caso del Vicariato Apostólico de San Ramón, en plena selva peruana, donde el sacerdote burgalés Alfonso Tapia lleva desde el año 2000 (tras varias experiencias previas en el país desde 1992, pasando allí sus vacaciones en sus tiempos de estudiante) . Contactado por Vida Nueva, recuerda cómo fue el camino que le condujo hasta allí: “Cuando ese año recibí la ordenación diaconal, el Vicariato Apostólico de San Ramón tenía 19 sacerdotes para más de medio millón de personas, diseminadas además en casi 80.000 kilómetros cuadrados. Había 21 parroquias, estando dos de ellas vacantes. En total, se atendía a población de 15 etnias distintas, estando también los colonos y sus hijos, provenientes de la sierra peruana, de Europa y de Asia”.
“Esa misma tarde –rememora–, mi obispo me encargó de los seminaristas del vicariato que estudiaban en el seminario de otra diócesis y, con otros dos sacerdotes, de la promoción vocacional. Tras ordenarse sacerdote en 2001 y encardinarse allí, a los dos años, el nuevo obispo le destinó a la parroquia de Villa Rica, “donde funcionaba el año propedeútico de nuestro seminario, siendo desde entonces encargado de los seminaristas mayores y de la promoción vocacional. Y es que, para esa fecha, en nuestro vicariato teníamos un solo sacerdote nacido allí; los demás peruanos eran de otras zonas del país y la mayoría eran religiosos y extranjeros”.
Ese primer año curso en Villa Rica formaba a siete jóvenes, dos acabando la Secundaria y otros cinco a tiempo completo. Pero, entre ellos, había uno especial, José Antonio Melgar, hijo de la misma Villa Rica: “Era un fruto del Grupo de Oración Carismática, de su padrino y de su profesora de Religión, además de su familia, constituida y estable. Recuerdo que era inquieto y temeroso, como todo adolescente, con ganas de aprender y disfrutando al ir descubriendo los talentos que Dios puso en él, pero no solo para él”.
Como a José Antonio los estudios “le gustaban y era responsable”, decidieron enviarlo al Seminario Mayor Santo Toribio de Mogrovejo, en Lima. Allí, tras vivir “un paso más en su larga formación, especialmente de ardua filosofía”, a los tres años regresó al Vicariato para su año de pastoral, lo que tuvo la oportunidad de hacer en su propia parroquia “para ayudar a un sacerdote húngaro que acaba de llegar al vicariato. Con esa experiencia pudo gustar las primeras hieles y mieles del trabajo pastoral”. “Aprendió a conducir –añade Alfonso jocoso–, siendo entonces cuando se ganó el apodo de ‘la novia’, porque es siempre el último en salir”.
Pero aún le quedaba mucho por recorrer a José Antonio en su camino vocacional… “Regresó a los estudios, ahora en el Seminario Mayor San Carlos y San Marcelo, en Trujillo. Los cuatro años de teología pasaron volando, igual que el año de pastoral y el examen de Bachillerato. Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba encima la ordenación diaconal”.
Así hasta que, en pleno 2014, en la Semana Vicarial, recibió al fin la ordenación sacerdotal, “¡después de 11 años de formación!”. Así, ese día toda la comunidad cristiana estaba de fiesta: “Hacía 27 años desde que se consagrara el último sacerdote natural del Vicariato. El Te Deum a Dios fue desde las raíces más recónditas de nuestro corazón y muchos ojos se bañaron de alegría. Un rayo de esperanza desde lo más alto de la Trinidad nos decía: ‘Merece la pena, hay que seguir adelante. Yo sigo con ustedes, hasta el fin de los tiempos’”.
Cuatro años después, en julio, otros dos diáconos locales (de 33 y 41 años) seguirán los pasos de José Antonio y también ellos se ordenarán sacerdotes en el vicariato. Y hace apenas un mes se acaba de consagrar un diácono permanente de la etnia shipiba. “¡Bendito sea Dios!”, concluye alegre Alfonso Tapia.
El mismo José Antonio, que ahora mismo está estudiando en Burgos (cruzando su trayectoria con la de su mentor), cuenta a Vida Nueva la otra cara de la historia: “Mi infancia fue igual que la de cualquier otro niño. Fue una etapa marcada por los estudios, los juegos, los amigos, las travesuras, pero de poca práctica religiosa. Mi vida de fe en estos primeros años se reducía a participar en algunas procesiones, atraído por los amigos”.
Todo cambió en el último año del colegio (que en España equivale a Segundo de Bachillerato): “Mi inquietud vocacional comenzó entonces. En el año 2002 comencé a preguntarme si yo podía ser sacerdote… Ahora lo veo y pienso que esta inquietud surgió por tres acontecimientos que me ayudaron a decidirme por la vocación sacerdotal: a los 15 años me uní al grupo carismático juvenil de mi parroquia. Me gustaba el buen ambiente que encontraba junto a los demás amigos. Pero lo que más me impactaron fueron las visitas que hacíamos a los centros poblados de la parroquia, donde nos esperaban personas deseosas de escuchar la Palabra de Dios. ¡Ellos ya rezaban por mí! En esos momentos también puso su granito de arena mi profesora de Religión, quien no se cansaba de invitarme para que participase en un encuentro vocacional. Y, cómo no, recordar a mi padrino de bautismo, que ya goza de la presencia de Dios, quien era el que me acompañaba y despejaba todas las dudas que yo tenía. ¡Seguro que le dijo a Dios todas mis inquietudes!”.
Tras una “dura batalla”, José Antonio decidió participar en la Semana Vocacional: “Ahí conocí a Alfonso Tapia, que recién llegaba a mi parroquia de Villa Rica. En esa semana conversé con él y le dije que deseaba entrar al seminario para quitarme las dudas y poder decidir bien. Ahí comenzó la aventura de mi formación”.
Un camino que, como hemos visto, duró más de una década…, pero en el que siempre se vio alentado por el sacerdote burgalés: “Cómo recuerdo las conversaciones que sobre él teníamos los compañeros del seminario. Todos coincidíamos al reconocer la cercanía, la alegría y la vida de oración de nuestro formador. Lo que no podíamos entender es cómo hacía para estar cerca de nosotros, visitar todas las escuelas de los centros poblados y celebrar la misa en algunos pueblos cada fin de semana. Ver una vida que se desgasta por anunciar a Dios nos motivaba a fortalecer y continuar en el camino que habíamos iniciado”.
Tras culminar el proceso con su ordenación sacerdotal, el 16 de febrero de 2014, José Antonio (quien sintió “una gran emoción, por el ministerio que iba a recibir y porque sería sacerdote salido de esas tierras”) fue enviado durante dos años de vicario parroquial a Oxapampa. Actualmente está en España para realizar la licenciatura en teología. Formándose aún más para volver a ser pastor con los suyos.
“Recemos por las vocaciones nativas. Para que hombres salidos del pueblo puedan evangelizar a su mismo pueblo”, concluye emocionado.