Para Fernando Rivas, “de las primeras comunidades tenemos que aprender su acompañamiento y exigencia”. Así lo manifestó ayer durante la presentación de su nuevo libro ’Cuando el cristianismo era joven. Vivir, pensar y actuar desde los orígenes de la experiencia presente’ (Ediciones HOAC). El doctor en teología, profesor de Historia Antigua de la Iglesia y Patrología en la Universidad Pontificia Comillas analizó algunos de los rasgos más identificativos de aquellos seguidores de Jesús para trasladarlo a la actualidad. Teresa García, responsable de Difusión de HOAC invitó a trabajar “muchos de los valores que tenían aquellos seguidores de Jesús como la perseverancia y resiliencia para hacerlos presentes hoy, tenemos que estar orgullosos de ellos”.
“Eran comunidades cristianas que acompañan el crecimiento, eran perseverantes y tenaces, además de acogedoras con los necesitados”, apuntó Rivas que llamó a los asistentes a “acompañar procesos y personas en su vulnerabilidad, generar propuestas resistentes, sostenibles, creíbles de oportunidades frente a la dificultad, además de confiar siempre en Dios”.
“Cuando uno ve un bar vacío no entra y si lo ves lleno, pasas. A veces pensamos que si bajamos el listón, la gente vendrá más a nuestras Iglesia. Sin embargo, la experiencia y la mirada al pasado nos dice que cuando exiges mucho y das mucho, recibes también mucho”, explicó el colaborador de PPC durante el diálogo que mantuvo en el madrileño salón de actos Bernardo Herráez con Rafael Díaz-Salazar, profesor de Sociología y Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid.
Díaz Salazar presentó al sacerdote como “un hombre que a la vez es intelectual, un cura de barrio y “jocista”. “Intento conciliar la investigación y la vida práctica, algo que no es fácil, especialmente habiéndome dedicado algo que no es fácilmente comestible como patrología”, bromeó Rivas, que desde esta área subrayó cómo “estamos en un tiempo muy difícil para la construcción de las personas. Ellos tenían todo un proceso para acompañar el crecimiento de personas desestructuradas, por ejemplo, trabajar la perseverancia”.
Juntos abordaron algunos de los ejes fundamentales del libro como la fraternidad e igualdad como signo identificativo del cristianismo primitivo. “El proyecto de Jesús parte de que todos somos hijos de Dios y desde ahí estamos llamados a relaciones igualitarias entre hombres y mujeres”, explicó Fernando, que a renglón seguido reconoció que “aunque al comienzo de cristianismo se intenta, pronto se plantean diferencias. Ideológicamente nadie se ha atrevido a decir nunca que la mujer es inferior al varón en el cristianismo”.
Con esa misma mirada al pasado, defendió cómo es necesario aprender hoy que “sin adoptar las prácticas mundanas, hemos de contribuir a que este mundo sea mejor: sembrar en este mundo, sin distinguirnos del resto de mortales, o lo que es lo mismo, un modelo epidérmico de cristianismo frente a un modelo identitario que nos separa de la realidad. El cristianismo nace en un espacio de lo más parecido hoy en lo que a secularización se refiere. La tentación es caer en este modelo nostálgico”.
“Las primeras comunidades eran tan plurales que en el siglo II todo estuvo a punto de explotar ante las diferencias que había entre ellos, en el siglo III eran más parecidos a nosotros mientras que en el siglo IV se dio un paso hacia una mayor uniformidad”, explicó sobre las características de aquellos primeros grupos.