Hoy, 17 de mayo, se celebra el Día Internacional contra la Homofobia. Una ocasión que ha querido aprovechar el jesuita José María Rodríguez Olaizola para hacer autocrítica y dar una voz de aliento a las personas homosexuales dentro y fuera de la Iglesia. “Es una pena que tenga que haber un día así, aunque por ahora sea necesario. Es triste que en muchos países de nuestro mundo las personas sean perseguidas por su orientación sexual, en ocasiones castigadas por la ley, y en otras por la sombra (más sutil, pero igualmente demoledora) de la ignorancia, la burla, el rechazo y la incomprensión”, lamenta el sacerdote en un escrito en la web de pastoralsj.
Asimismo, señala que “con frecuencia he escuchado a gente buena que, sin embargo, no tiene reparo a la hora de hacer comentarios que van desde lo condescendiente hasta lo insultante hacia las personas homosexuales”. Y añade: “Gente que en cuanto oye la palabra gay le añade lo del lobby, como si la homosexualidad fuese ante todo una militancia, una ideología o un grupo de interés; en lugar de ser la condición de muchos millones de personas en todo el mundo, en todas las sociedades, en todas las épocas y en todas las situaciones sociales”.
Mirando hacia dentro, reconoce que “como Iglesia también tenemos que avanzar para forjar una sociedad y una comunidad libre de discriminación y prejuicio”. Y es que, aunque “se ha recorrido camino, y han cambiado algunas cosas, y cada vez son más las voces que hablan con respeto, con ternura, y con valentía, frente a discursos que parecen anclados en otra sociedad y otra época; hay que avanzar más”. Porque “tenemos que contribuir al reconocimiento de la radical dignidad de todas las personas en la sociedad en general, y en la Iglesia en particular”.
El jesuita recalca que “hay muchas personas homosexuales y transexuales que creen en Dios y que se saben parte de la Iglesia. Pero que en ocasiones se sienten, como me decía un buen amigo, “obligados a ver el partido desde el banquillo”, porque se les dice que eso es lo que hay”. Pero no. “No es lo que hay. No puede ser. Si de verdad creemos en el Dios que a cada uno nos ha creado únicos y diferentes. Si de verdad creemos en la radical dignidad de todas las personas. Y si no caemos en moralizar lo que no es moral, sino la condición humana, en su complejidad y su diversidad”, subraya.