Se declara creyente, pero eso no le ha ayudado de un modo especial a meterse en la piel de su compatriota Maximiliano Kolbe. “Para poder interpretar un papel así, solo hay que entrar en uno mismo”, confiesa el actor polaco Adam Woronowicz. Y es que, en opinión del protagonista de ‘Dos coronas’, “lo que cuenta es tocar al espectador, transmitirle lo que estás contando”. La historia “única” del santo que acabó sus días en Auschwitz llega este viernes a los cines y tendremos ocasión de comprobarlo.
PREGUNTA.- Como polaco, ¿qué significa para usted interpretar a un compatriota de la talla de san Maximiliano Kolbe?
RESPUESTA.- Los polacos parece que lo sabemos todo de cualquier cosa: somos los mejores entrenadores de fútbol, sabemos casi todo de la vida de los personajes históricos… Antes de empezar a rodar la película, pensé que no tendría ningún problema. Cuando era niño, iba mucho a Niepokalanow, donde fundó el convento san Maximiliano Kolbe. En la gran mayoría de imágenes podemos apreciar su silueta con el traje de Auschwitz, y en ese contexto contemplaba yo su figura. Así que, cuando me propusieron el papel, pensé: “¡Fenomenal!, voy a interpretar a Maximiliano Kolbe”. Pero, cuando empecé a conocer realmente a la persona, quería escaparme, porque es un personaje único, irrepetible. Un visionario, que quería fundar una televisión, construir un aeropuerto, evangelizar el continente asiático… Un loco. Y fue un choque descubrir todo eso, porque, como polaco, realmente no sabía nada de él.
P.- Casi todo el mundo conoce del P. Kolbe su trágico final en Auschwitz, pero ¿es también su vida “de película? ¿Ha descubierto algo de ella que le haya sorprendido especialmente?
R.- Tengo la impresión de que, con los cuadros y estampas que se pintan para las beatificaciones o canonizaciones, les hacemos mucho daño a los santos. Porque a veces los miramos diciendo: “¿Qué tengo yo en común contigo?, tú eres un santo y yo soy un pobre hombre”. Fue todo un descubrimiento saber que el P. Kolbe fue una persona con un carácter muy difícil y algo histérico. La película no lo muestra, pero he descubierto que fue alguien como yo, y esto consuela. Aunque muchos de los franciscanos conventuales se cuestionan que igual nunca hubiera llegado a ser santo si no hubiera sido por lo que sucedió en Auschwitz, él tenía el don de atraer a la gente. Era muy exigente, pero se autoexigía también muchísimo. Era un loco. Así le llamaban algunos de sus hermanos. Pero lo ocurrido en Auschwitz es el reflejo de lo que le pasaba dentro. Es como si su vida anterior fuera una preparación para el momento final.
P.- “Estamos listos para dar la vida por nuestros ideales”, predicó él con su propio ejemplo. ¿Hace falta ser un héroe para tomar una decisión así? ¿O un santo?
R.- En un momento determinado, llegó a decir que haría cualquier cosa por la Inmaculada. Incluso que redujeran sus huesos a cenizas y las esparcieran por donde ella quisiera. En el contexto de lo que sucedió después, esta afirmación es muy fuerte. Es como si él hubiera oído lo que iba a pasar.
En cada uno de nosotros, hay un poco de todo: a veces, somos héroes; otras, locos; otras veces, reyes; y otras, payasos. La clave es que era una persona religiosa, creyente, con una vida interior.
P.- ¿Usted lo es? ¿Qué nos dice hoy el testimonio del P. Kolbe a los creyentes?
R.- Sí, soy creyente. Es la primera vez que me encuentro con que es real esa frase de que si alguien entrega la vida por otro es el mayor sacrificio. Se parece a lo que hizo Cristo por nosotros. En aquel infierno, en aquella experiencia horrible de Auschwitz donde todo el mundo lucha por sobrevivir, Maximiliano decide dar su vida por otro sabiendo la forma tan cruel de morir. Cuando se empezaron a conocer los detalles tan terribles de este tipo de castigo, descubrieron que solo se impuso este castigo del “Pabellón del hambre” tres veces, y la última fue con el P. Kolbe. Normalmente, estaban sin comida, pero les daban agua. Sin embargo, en su caso y los otros nueve que estaban con él, ni siquiera les daban agua. Es muy probable que se bebieran su propia orina. En las ocasiones anteriores, los testigos contaban que gritaban, blasfemaban, que no soportaban ese castigo y la gente se derrumbaba psicológicamente. Pero con Maximiliano Kolbe se notaba silencio, solo se oía el murmullo de los rezos de los que estaban allí dentro, y tranquilidad. Fue como un milagro.
P.- ¿Ayuda el hecho de ser creyente a interpretar un papel así, o lo que hace falta es ser un buen actor?
R.- Una pregunta difícil, pero muy buena. Cuando santa Faustina Kowalska tuvo la visión del Cristo Misericordioso, que le estaba pidiendo que le pintara, buscó un pintor que le conmovió tanto que le estuvo pintando de rodillas. Y escuchó: “No me pintes de rodillas, píntame bien”. Y es de lo que se trata, sobre todo en este momento, de ser buen actor. Porque, al final, lo que cuenta es tocar al espectador, transmitirle lo que estás contando y desviar la atención de la persona del actor.
Normalmente, en este tipo de películas se explora el lado oscuro de la persona. Interpretar a alguien como Maximiliano Kolbe es bajar al interior de uno mismo y buscar para poder hacerlo. Por eso, este papel es un reto. Siendo creyente o ateo, hay que entrar en uno mismo para poder interpretar un papel así. Soy creyente, pero no puedo decir qué haría en Auschwitz. Le oí decir al papa Francisco que vivimos y nos preparamos para un solo momento, que puede ser un instante o una situación prolongada, pero muchas veces vivimos solo para un acontecimiento. Este es el misterio.
P.- La Milicia de la Inmaculada, la Ciudad de la Inmaculada cerca de Varsovia, la revista mensual ‘El Caballero de la Inmaculada’… Su profunda devoción a María le llevó a emprender un ambicioso apostolado con escasos medios. ¿La fe mueve montañas?
R.- Tengo un amigo protestante que trabaja en misiones en África y dice que durante el tiempo que lleva allí solo le ha pedido dinero a una persona: a Dios. El dinero lo trae gente, pero al único que le pide dinero es a Dios. Tengo la impresión de que para Maximiliano el dinero no era un problema. Tenía que mantener a 800 frailes, la maquinaria de la imprenta… Seguramente, siempre faltaba dinero, se consumían muchos litros de leche al día… Sin embargo, cuando le llegaba el dinero, lo sopesaba y compraba una máquina nueva para la imprenta en vez de más comida. Y los frailes, aunque estaban algo hambrientos, no se quejaban. Visto hoy, Niepokalanow es un milagro. Y eso mismo se puede decir también de santa Teresa de Calcuta. Es impresionante conocer la vida de los santos y descubrir cómo podían conseguir tantas cosas. Y, aun así, muchos de ellos decían que eran pecadores y que necesitaban fe.
P.- La cinta sobre la vida de este franciscano conventual combina ficción y testimonios reales. ¿Es un simple recurso cinematográfico o un modo de humanizar su figura ante la tentación de idealizarla?
R.- El director quería incluir la máxima información posible. Tanto el testimonio del preso de Auschwitz como el del franciscano japonés son impactantes, pero llenos de información. Si se hubieran interpretado esto, habrían perdido esa fuerza que tiene un testimonio directo. Ahora mismo es un recurso muy socorrido en el cine, por eso quizás el director (Michal Kondrat) decidió hacerlo así.
P.- ¿Por qué alguien que esté leyendo esta entrevista no se puede perder ‘Dos coronas’?
R.- Cada vez que alguien me pregunta esto, da igual de qué película se trate, no sé qué decir. Solo puedo decir que verla es poco. Siempre cuento con la gente que va a ver este tipo de película por casualidad, porque puede ser un impulso para que en su vida cambie algo. Estas historias nos sorprenden a nosotros mismos. ¿Qué puede tener de diferente otra película sobre otro santo?, se preguntarán algunos. Pero, para un creyente, hay gracia. Aunque las imágenes puedan tener fallos, aunque el guión pueda tener también sus carencias, ahí está Dios. Una frase, una imagen, algo que cambia la vida sin saber cuándo, cómo y por qué. Nosotros, como creadores, hacemos una trabajo lo mejor que podemos, y luego la Providencia hace el resto. Esta película invita a vivir una aventura y a abrirse al misterio.