“No tengo discurso, tengo mi vida”. Es la carta de presentación del padre Aquilino Bocos. Lo de cardenal llegará cuando se vista de púrpura. Hasta entonces, padre Aquilino. Aquel que de forma callada asistía hasta anteayer a la actual transición eclesial desde la tranquilidad y libertad de la segunda fila. La que permite asomarse a la realidad de cerca y reflexionar sin cortapisas desde su mesa de trabajo sobre el ser y hacer de la vida consagrada. Alejado de los focos de las autoridades del altar mayor. Y eso que nunca le han faltado méritos para ello. Como provincial, asistente, superior general, presidente de FERE y figura indispensable en los organismos vaticanos de la vida religiosa. Pero ante todo esto, como castellano recio e inconformista, el padre Aquilino se resta importancia. Toda la que le ha sumado el Papa al nombrarle cardenal y sentarle en el primer banco.
PREGUNTA.- ¿A qué sabe esta púrpura?
RESPUESTA.- A servicio. Es lo que he hecho toda mi vida. Soy un misionero. Tengo mis iniciativas, pero las pongo al servicio de la Iglesia. En este caso, el Papa quiere que forme parte de sus colaboradores y, si en algo me necesita, aquí me tiene. No me importa el honor ni el poder, ni todas esas cosas que se pueden pensar del cardenalato. Tan normal como lo oí, tan normal como me veis. Y voy a seguir en mi habitación.
P.- ¿Y el día 20 cómo recibió la noticia?
R.- Suelo escuchar las palabras del ángelus por dos motivos: por el mensaje del día, en este caso Pentecostés, y porque a veces el Papa hace alusión a las cuestiones más candentes de la Iglesia en el mundo. Y en cuanto oí aquello, me dije: “Otra sorpresa de Dios”. ¿Y ahora qué? Pues, bendito sea Dios, haremos lo que podamos. Por un lado, te llena de satisfacción que se acuerde de ti un hombre que ha mostrado en varias ocasiones una cierta benevolencia conmigo. En mi primera audiencia después de una misa privada, me acerqué a él y le dije: “He venido para que me dé su bendición”. Y me preguntó: “¿Qué te pasa, Aquilino, que me han dicho que estás pachucho?”. Se había enterado de que había estado enfermo porque tenemos amigos comunes. Otras veces ha preguntado dónde estaba o, si va algún obispo claretiano, le manda saludos para mí. La relación ha sido fluida, aunque a distancia y sin el menor entrometimiento.
P.- El guiño de Francisco a los claretianos y a la vida consagrada parece evidente, pero ¿cómo lo interpreta su protagonista?
R.- Yo leo toda mi vida llena de providencia, y de una manera muy curiosa, porque no he ido a ningún sitio por propia iniciativa. Pero siempre he visto la mano de Dios, que era allí donde me quería. El gusto lo he cogido a posteriori (risas). Por ejemplo, cuando me ordené sacerdote, estaba destinado a Roma a estudiar espiritualidad, y estaba contento porque me había preparado y ya tenía el tema de la tesis: la evolución de la espiritualidad del P. Claret y su configuración con Cristo. ¿Por qué? He sido siempre un hombre con la salud muy endeble, y un verano que no pude ir a ningún sitio me dediqué a estudiar los escritos del P. Claret. Explico esto porque algunas decisiones de los superiores me troncaron la vida prevista. El día que me nombraron director de ‘Vida Religiosa’ no dormí, porque tuve que hacerme cargo de la revista, de la subdirección del ITVR, de la dirección de la escuela y llevar 58 teólogos estudiantes.
P.- ¿Es consciente de que le puede ocurrir como a Fernando Sebastián? En los años previos a su cardenalato pocos contaban con él y hoy le reclaman en congresos, jornadas…
R.- En mi caso, no va a ser así… Por más que me den el cardenalato, no creo que ahora vayan a venir a mí. Soy tonto, pero no tanto… A lo mejor con el color púrpura vendes algún libro más (bromea)… Pero no creo que tenga más efectos. Tampoco necesito que me llamen a unas jornadas o un congreso donde antes no estaba presente.
P.- ¿Para qué sirve un cardenal?
R.- El Papa ha querido hacer este reconocimiento y yo lo vivo desde la alegría del misionero que soy. Todo lo que esté en mi mano y pueda hacer, lo voy a seguir haciendo. Voy a morir con las botas puestas al servicio de la Iglesia y me voy a partir la cara, sea como sea, en la defensa de este Papa. Estoy convencido de que Francisco es un icono de lo que el Espíritu quiere hoy para la Iglesia. Y que la renovación de la Iglesia tiene que ser más en profundidad de lo que se está diciendo, ha de ir mucho más allá de las cuestiones organizativas.
P.- ¿Y en qué se traduce eso?
R.- Cada vez tengo más clarividencia sobre lo que significa un proceso de reforma de la Iglesia. Bajo este Papa, aunque no lo dicen casi nunca, hay un personalismo extraordinario. Estoy convencido de que conoce muy bien a Levinas, Marcel, Blondel, Certeaux, Guardini, De Lubac… Toda esta filosofía del personalismo, de la proximidad, unida a que él es un hombre de la Palabra de Dios, está pidiendo una transformación radical de la persona, un cambio de hondo calado que no acaba de llegar al pueblo. El mensaje del Papa se dirige a la profunda comprensión de la persona en el mundo con un destino de salvación. Ahí está la verdadera fuente de su riqueza y su gozo. Para trabajar y defender esto, voy a seguir con las botas puestas. Y tan pronto pasen los jaleos relacionados con el nombramiento, me voy a meter a escribir sobre ello.
P.- Una birreta a los 80. ¿Da más libertad para hablar o le obligará a morderse la lengua?
R.- No me preocupa. Siempre he sido muy propositivo, mirando hacia adelante, y muy en contra de los agoreros en la formación, en la educación y sobre el futuro de la vida religiosa. Por ejemplo, hay quien dudaba de que los claretianos pudiéramos crecer en el siglo XX y hemos fundado en lugares inimaginables. ¡Y tenemos vocaciones! Si lo que preocupa son los números, tampoco somos menos en términos generales, pero sí nos hemos enriquecido desde la pluralidad que da estar en diferentes sitios. A las pocas horas de conocer la noticia, durante el rezo de vísperas en comunidad, les dije a mis hermanos: “Vamos a dar gracias a Dios por este Pentecostés. Es un día en el que nos visita el Espíritu a todos con este nombramiento que no nace de mí, sino de la congregación, que ha creído en mí, que ha creído en vosotros para que esta casa sea trampolín de ayuda a la vida religiosa. ¿Qué nos pide este nombramiento? Que seamos más fieles y más comprometidos”.
P.- “La vida religiosa ha muerto, ¡vivan los movimientos!”, se llegó a decir en Roma. ¿Está muerta, se está muriendo o han intentado matarla?
R.- No han intentado matarla, pero algunos han querido dar a entender que la vida religiosa se estaba muriendo por falta de fidelidad, confundiendo su esencia y juzgándola como si fuese una obra humana. Una mirada demasiado mundana y negativa de la que yo siempre he huido. La vida religiosa es como el río Guadiana: nace a borbotones, puedes seguir durante kilómetros su caudal, pero, en un determinado momento, se mete bajo tierra y no se ve, en otros da la sensación de que se estanca… Pero siempre tiende hacia el mar. Ese es el río de la esperanza de la vida religiosa. Nuestra misión como consagrados es embellecer la Iglesia desde la diversidad en la unidad. Esta impronta te hace querer a sacerdotes, laicos, religiosos, movimientos, a los que son de una línea o de otra… Las distintas formas de vida nunca compiten, siempre se ayudan y colaboran para el crecimiento del Cuerpo, que es la Iglesia.
P.- ¿Cree que se está apreciando más ahora esa diversidad?
R.- Por supuesto. Se ha pasado del rechazo y la no aceptación en algunos ámbitos a profundizar en las relaciones mutuas, a partir de la armonía entre las vocaciones que tanto defendió el cardenal Pironio. Hoy el Papa insiste mucho en ello. En los últimos años se ha hecho un camino precioso en este sentido, especialmente con Francisco, que desde que fue elegido no ha ocultado que es religioso. Ha tenido gestos extraordinarios hacia los religiosos que necesitábamos hacía tiempo. El estímulo de un Papa siempre confirma y ayuda a crecer.