El Aula Pablo VI del Vaticano acogió este 9 de junio a más de 500 niños y niñas de varias escuelas de las periferias de Milán y Roma, a los que el papa Francisco pidió que “nunca olviden a los primeros maestros, nunca olviden la escuela”. Unos y otra “son las raíces de su cultura y no deben ser desarraigados, ya que tener raíces nos ayudará a dar flores y frutos”, les invitó durante la audiencia celebrada en el marco del popular “Tren de los Niños”, que cada año desde 2013 organiza el Atrio de los Gentiles en colaboración con el Pontificio Consejo para la Cultura y la Red de Ferrocarriles de Italia.
Bajo el lema ‘Ciudad amiga’, en un ambiente festivo, los niños compartieron con su anfitrión los sueños que tienen para sus barrios y entablaron un improvisado diálogo con el Papa, que satisfizo algunas de sus curiosidades.
“Mi primera maestra se llamaba Estela. Era muy buena, nos enseñaba a leer y a escribir. La tuve desde primer a tercer grado y la he recordado siempre, incluso después de acabar la escuela”, contestó Francisco a la primera pregunta de la pequeña Ana Greta, interesada por conocer quién y cómo era la primera profesora del hoy Papa siendo niño.
“La llamaba por teléfono siendo jovencito y después como sacerdote –continuó Bergoglio–. Luego, como obispo, la ayudé durante su enfermedad. Murió con 94 años y yo la acompañé siempre. Ese recuerdo no lo olvido nunca”, confió el Obispo de Roma a los niños, a quienes aconsejó tener presentes en sus corazones a sus primeros maestros, “porque ellos son las raíces de su cultura”. “Recordar la escuela y los maestros les ayudará a dar buenos frutos en sus vidas”, insistió.
Interrogado por otro chico sobre cuáles eran sus juegos favoritos durante su infancia, el Pontífice habló de unos barriletes de papel y caña que él mismo fabricaba con sus amigos. Y más tarde, por supuesto, el fútbol. “En mi barrio organizábamos campeonatos de fútbol con todos los niños y campeonatos de barriletes, para ver quién construía el más lindo y cuál volaba más alto”, recordó Francisco.
También se refirió el Papa a los carnavales que entonces se celebraban en su barrio y que rememoró con especial cariño, “porque todos los niños se disfrazaban y salían a cantar, había música y pedían dulces y chocolates a los vecinos”.
Malak, otro de los niños asistentes, quiso saber cómo y por qué Francisco ha llegado a vivir la vida que ahora tiene. “Lo entendí poco a poco, por etapas porque antes de ser sacerdote estudié química y también trabajé cuatro años como químico. Y mientras estudiaba al final de mi carrera, trabajé en un laboratorio y me gustó”, le contestó el Papa.
“Pero, en cierto momento –prosiguió con su relato biográfico–, me di cuenta de que no me llenaba tanto, entonces se me ocurrió que quería hacer algo al servicio de los demás; como ser médico, por ejemplo. Y al final un día, el día de la primavera en Argentina, el 21 de septiembre (que es el opuesto al de ustedes, ya que el 21 de septiembre aquí en Europa es el día del otoño), sentí en mi corazón que tenía que ser sacerdote”.
“Fue como un ‘bum’, un golpe. Y así, continué trabajando durante algún tiempo, pero esta certeza se mantuvo siempre y luego ingresé al seminario. Fue una cosa repentina, lo sentí de golpe”, confió Francisco a sus interlocutores.
Los niños que acudieron a la audiencia le regalaron al Papa los frutos de un año de “trabajo artístico”, haciéndole entrega de carteles, dibujos y maquetas en los que expresan cómo serían los barrios en los que les gustaría vivir, y sus propuestas de mejora, que contribuirían a hacer sus vecindarios más habitables, más limpios, seguros y con espacios más verdes.
Francisco recibió agradecido estos presentes, sobre todo por su “enorme y profundo valor humano”, porque están hechos “usando sus manos, sus corazones y la inteligencia”.