Cada viernes, ‘Vida Nueva’ te acerca sus recomendaciones en pantalla grande (o no tanto)
Colmillo Blanco es un orgulloso y valiente perro lobo salvaje que crece en los majestuosos territorios del noroeste canadiense. Allí, en aquellos paisajes nevados y hostiles, es recogido por Castor Gris y su tribu india. Hasta que su nueva familia se ve obligada a venderlo a un dueño sin corazón que lo convertirá en un luchador feroz y le obligará a pelear contra otros perros.
La célebre novela de Jack London vuelve a la gran pantalla con una versión animada para toda la familia sobre las peripecias de este animal que aprenderá lo mejor y lo peor del ser humano. Un fiel compañero de viaje que deberá dominar sus instintos si quiere recuperar la confianza en el hombre y su propia libertad.
El luxemburgués Alexandre Espigares construye una historia de dibujos muy cuidados y con un discurso ecologista de hoy. Pero ni simplifica el perfil de sus criaturas ni evita hablarle al público –incluido el infantil– de temas tan complejos y poco agradecidos como la lucha por la supervivencia, o la violencia y la maldad que campan a sus anchas por este bello y cruel planeta. Honestidad que se agradece casi tanto como el preciosismo de sus imágenes.
Un pequeño pueblo de agricultores y ganaderos de la Baja Normandía decide emprender acciones de protesta ante la depreciación de muchos productos que son el fruto de su trabajo. La llegada a la región de un fotógrafo estadounidense especializado en desnudos colectivos les brindará la oportunidad de ser noticia organizando algo bien diferente a un corte de carreteras.
Este es el punto de partida de una comedia fresca y un punto agridulce sobre los problemas del campo y las (des)ventajas de la vida rural. Un universo de tipos cercanos cuya candidez despierta tantas risas como ternura, a cuenta de una idea que pondrá en peligro la armonía vecinal.
Philippe Le Guay compone un cuadro costumbrista amable de una realidad tan idealizada como amenazada, aunque sin renunciar a la justa dosis de cine social de esas producciones en las que el nudismo ‘amateur’ se convierte en socorrido escaparate reivindicativo y/o solidario.
Tradición y modernidad conviven en una cinta sin mayores pretensiones, quizá con la única –y saludable– intención de hacernos pasar un buen rato. O no tanto, porque hay vergüenzas que ofenden más que las corporales.
En la tarde del 21 de agosto de 2015, tres jóvenes turistas americanos de viaje por Europa abortaron un ataque islamista en el tren que ese día les conducía de Amsterdam a París. Gracias a su arrojo para enfrentarse al agresor y reducirlo, evitaron una posible matanza entre los 500 pasajeros que iban a bordo.
Aunque ya está rodando ‘La Mula’, el último proyecto del veterano Clint Eastwood estrenado hasta ahora es una historia inspirada en un suceso real, y con héroes reales. Gente corriente que, en situaciones extremas, desafía sus miedos hasta llegar a protagonizar hechos ciertamente extraordinarios.
Amistad, patriotismo, destino o Dios –asuntos recurrentes en su dilatada trayectoria– se dan cita en la reconstrucción de aquel dramático episodio. Una narración que nos traslada a los años de infancia de estos amigos o a los momentos previos a la intentona terrorista fallida.
Por desgracia, su particular lectura de lo sucedido –aunque verosímil– no resulta todo lo emocionante, incluso épica, que cabría esperar. En este director y tratándose de un argumento con tantas “posibilidades”. Un desliz más disculpable si lo amortigua un buen sofá.