“El papel del padre Gustavo Gutiérrez fue clave: nos hizo ver que la liberación no venía solo de los partidos políticos, sino que lo que necesitaban los pobres y el mundo era una voz profética que hiciera recordar que la fidelidad a Dios no se puede hacer olvidándose de los pobres. Eso nos ayudó muchísimo para nuestra pastoral”. Estas palabras del sacerdote y compañero de camino Jorge Álvarez Calderón, durante la eucaristía en la iglesia de Santo Domingo de Lima para conmemorar los 90 años del dominico peruano, describen cabalmente el planteamiento primordial de la corriente teológica surgida en Latinoamérica en los años 60 e impulsada por el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003.
El P. Gutiérrez ha dedicado toda su vida a encontrar respuesta a una gran pregunta: ¿cómo decirle al pobre que Dios lo ama?, cuando la realidad de su vida parece ser la negación de toda forma de amor. Por eso, no ha sido un teólogo de escritorio, sino una persona comprometida con la gente desde el inicio de su sacerdocio. Como párroco en el Rímac, barrio popular de Lima, estuvo muy cerca de la vida cotidiana de hombres y mujeres, siempre atento a sus problemáticas, para conocer la naturaleza de la pobreza que emergía en la periferia de la capital, producto de los acelerados cambios migratorios de los años 60 y 70. Así, su gran aporte constituye una renovada comprensión de la pobreza en su triple dimensión: real, espiritual y solidaria.
Otro aspecto muy presente en su pensamiento ha sido la relación entre fe y vida, entendidas como dos dimensiones del actuar cristiano. Su trabajo como asesor de los movimientos laicales de estudiantes y profesionales desde los años 60, así como de acompañante en los 70 y 80 de tantas experiencias pastorales en diferentes lugares del país, fueron una inspiración y oportunidad para poner en práctica esa relación entre fe y vida. Para Gutiérrez, “la fe cristiana es una fe histórica”, encarnada en la realidad del mundo y que nos invita a conducirnos frente a las injusticias sociales. La vida social se convierte así en lugar donde construir la esperanza.
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