Conocemos a Fátima bint Ibn al-Muthanna, una mujer santa que vivió en Sevilla entre los siglos XII y XIII, gracias solo a uno de sus discípulos más destacados, el gran místico Ibn ‘Arabî (que murió en 1240), que dejó el retrato de esta su madre espiritual en tres de sus libros. En dos de ellos, Ibn ‘Arabî la recuerda entre los profesores que frecuentó en Andalucía en la primera parte de su vida. El tercero es su obra principal, ‘Las revelaciones de la Meca’, escrita después de su partida hacia el oriente musulmán.
En el capítulo sobre el amor de este libro, del que se extrae la siguiente traducción, Ibn ‘Arabî recuerda muchos ejemplos literarios famosos de hombres y mujeres secuestrados por el amor de Dios, tomados de la literatura hagiográfica. Sin embargo, Fátima es la única contemporánea de la que se evoca la experiencia vivida en este contexto, una experiencia estrechamente entrelazada con la del autor mismo. El episodio, único en esta versión, del encuentro entre sus dos madres, la espiritual y la terrenal, da una idea de cuánto ha contado la relación con esta anciana maestra en su formación espiritual y en su vida afectiva.
Fátima aparece aquí, con más de noventa años, rodeada de discípulos que la sirven con devoción filial y de mujeres que la consultan sus necesidades. Como muestran los retratos paralelos que Ibn ‘Arabî dio de ella en otros libros, en años anteriores, su pobreza y su condición de mujer “locamente enamorada de Dios” la habían expuesto al desprecio y la habían hecho considerar una “idiota”. Una vez, el muecín de la gran mezquita de Sevilla incluso la había golpeado con su bastón la noche de la fiesta del Sacrificio. Fátima se disgustó con él, pero oró a Dios para que no lo castigara. A continuación, el muecín se topó con la ira del sultán, pero este se conformó con darle una bofetada renunciando a darle un castigo más severo. Fatima comentó: “Si no hubiera intercedido para que su pena fuera aliviada, habría sido asesinado”.
El extraordinario “rango” de Fátima se manifiesta, cuando ya era una “vieja” (en árabe ‘ajûz, de una raíz que expresa debilidad e impotencia), en su poder de “dar forma” a la sura llamada Fâtiha (la que abre). Más allá del uso taumatúrgico de la oración, este prodigio eclipsa otro nivel de significado. Como Ibn ‘Arabî explica en el capítulo de ‘Revelaciones de La Meca’ sobre los secretos de la sura de apertura, uno de sus nombres es “madre del libro” (umm al-kitâb), no solo porque es la oración que inaugura el Corán, sino porque es el símbolo de la matriz de la cual el libro tiene origen en el mundo divino.
La oración que está al servicio de Fátima es la personificación de una realidad trascendente, hecha posible por la fuerza creadora de la recitación de la santa. La misión que Fátima confía a la oración, impedir al marido de una devota que tome una segunda esposa, impide el cumplimiento de un acto perfectamente legítimo desde el punto de vista de la ley islámica, pero injusto en la medida en que causa división y sufrimiento.
La intervención de una mujer santa en favor de otra mujer en una situación similar tiene un paralelo en el retrato de Hukayma de Damasco, una santa que vivió en la primera mitad del siglo IX. Como cuenta su biógrafo Sulami (murió en 1021), un día una discípula de Hukayma, cuyo nombre significa “pequeña sabia” o “pequeña filósofa”, fue a visitarla y la encontró leyendo el Corán. Apenas entró, la maestra la miró y la dijo: “Me he enterado de que tu marido ha decidido tomar una segunda esposa”. “Así es”, dijo la otra. Hukayma continuó: “Si, como dicen, él es un hombre de sabiduría, ¿cómo puede aceptar que su corazón se distraiga de Dios al comprometerse con dos esposas? ¿Conoces la interpretación del versículo: ‘El día en que de nada servirán riquezas e hijos y solo valdrá quien haya llevado a Dios un corazón sincero’, [Corán 26.89]?”.
“No”, respondió la otra. “Su interpretación”, continuó Hukayma, “es que se encontrará con Dios cuando en su corazón no haya nada excepto Él”. Luego, la mujer le dijo que después de oír estas palabras, comenzó a caminar por los callejones de la ciudad, meciéndose por la felicidad, con tal transporte que temió que la gente pensara que estaba borracha. Esta mujer a su vez era devota. Se llamaba Râbi‘a bint Ismâ‘îl, y como la más famosa Râbi‘a al-‘Adawiyya de Basra estaba afiliada a la misma tribu. Su esposo también era un devoto famoso, pero por voluntad de ella su unión era casta. En este caso, el segundo matrimonio no se frustra, pero la respuesta de la “pequeña sabia” afirma la superioridad espiritual de la esposa sobre su marido, y también la primacía del núcleo espiritual del Corán con respecto a sus partes normativas.