Vaticano

Francisco, en el epicentro de los paraísos fiscales: “¡Ay de quien especula con el pan!”





Después de una jornada centrada en su apuesta particular por el diálogo ecuménico, Francisco se encontró en el Palacio de Exposiciones de Ginebra con 40.000 católicos llegados desde todos los puntos de Suiza para celebrar con ellos la eucaristía. Y desde allí, en el corazón del país con más ricos del mundo, lanzó un grito a favor de los últimos: “¡Ay de quien especula con el pan!”, exclamó en su homilía tras escuchar el Evangelio que glosa el Padre Nuestro con su “danos hoy el pan nuestro de cada día”.

“El alimento básico para la vida cotidiana de los pueblos debe ser accesible a todos”, reivindicó Francisco en uno de los paraísos fiscales que atesora el cuarto PIB más alto de todo el planeta. A partir de ahí, hizo un alegato en pro de una vida “sobria, libre de lastres superfluos” frente a una vida “drogada” en la que “se corre de la mañana a la tarde, entre miles de llamadas y mensajes, incapaces de detenernos ante los rostros, inmersos en una complejidad que nos hace frágiles y en una velocidad que fomenta la ansiedad”.

Una vez más, con esos gestos de frescura de sus homilías, Bergoglio recordó que “cuando era pequeño, en casa, si el pan se caía de la mesa, nos enseñaban a recogerlo rápidamente y a besarlo”. A partir de este gesto hizo una invitación a los fieles suizos para “valorar lo sencillo que tenemos cada día, protegerlo: no usar y tirar, sino valorar y conservar”.

“No reduzcamos el alimento espiritual”

Como parte de esta apuesta por la sencillez, propuso buscar el silencio para encontrar el “alimento espiritual”, en otras palabras, el “Pan de cada día” que es Jesús. “Él es el alimento primordial para vivir bien. Sin embargo, a veces lo reducimos a una guarnición. Pero si él no es el alimento de nuestra vida, el centro de nuestros días, el respiro de nuestra cotidianidad, nada vale”, añadió.

Al repasar la oración básica de todo cristiano, también se detuvo en el término ‘Padre’, para señalar que “en el corazón del Padre no somos personajes virtuales, sino hijos amados. Él no nos une en grupos que comparten los mismos intereses, sino que nos regenera juntos como familia”.

“No nos cansemos de decir ‘Padre nuestro’: nos recordará que no existe ningún hijo sin Padre y que, por tanto, ninguno de nosotros está solo en este mundo”, apuntó. Y siguiendo con esta misma figura, subrayó cómo “ninguno de nosotros es hijo único, cada uno debe hacerse cargo de los hermanos de la única familia humana”.

Este fue el punto partida para hacer una defensa de la vida, “para que no haya indiferencia hacia el hermano, hacia ningún hermano: ni hacia el niño que todavía no ha nacido ni hacia el anciano que ya no habla, como tampoco hacia el conocido que no logramos perdonar ni hacia el pobre descartado”.

Por último, hizo resonar en un palacio de exposiciones repleto la palabra “perdón” para rematar esta peregrinación hacia el corazón del ecumenismo. “Perdonarnos entre nosotros, redescubrirnos hermanos después de siglos de controversias y laceraciones, cuánto bien nos ha hecho y sigue haciéndonos”, subrayó el Obispo de Roma, que presentó la reconciliación como la única vía para que Dios derrame “sobre nosotros el Espíritu de la unidad”.

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