Son las cinco y media de la mañana. Los primeros del grupo de periodistas que acompañamos al Papa en esta peregrinación ecuménica a Ginebra llegamos al aeropuerto de Roma-Fiumicino para hacer las operaciones de embarque. Las medidas de seguridad son estrictas pero se desarrollan con cierta rapidez.
Muchos nos conocemos por haber hecho otros viajes o por encontrarnos en la Sala de Prensa. Otros son rostros aún no identificados. Una pequeña Babel donde se cruzan los enviados/as especiales de Paris Match, Corriere della Sera, Reuters, Le Figaro o Televisa con otros medios menos conocidos. Entre los habituales españoles figuran la cadena COPE y ABC. Por primera vez, Vida Nueva figura en la lista de los periodistas que volamos con Francisco en el avión papal.
A las siete y media de la mañana unas azafatas de Alitalia nos conducen al Airbus donde vamos a viajar. Se nos reciba con un desayuno que nos debe proporcionar la energía suficiente para una jornada que se anuncia dura. Despegamos a las ocho y media con tiempo apacible. Francisco ocupa la primera fila del avión y detrás de él su séquito y la seguridad compartida entre la Guardia Suiza y la Gendarmería Vaticana.
Como suele hacer una vez alcanzada la velocidad de crucero, Francisco se acerca hacia la parte posterior del avión donde nos encontramos los periodistas. Intercambia con cada uno de ellos unas palabras de saludo; algunos le entregan libros o regalos. Un colega suizo le pregunta si es la primera vez que visita Suiza. Su respuesta es: “No, no, he estado en este país varias veces pero siempre de paso porque cuando estudiaba en Alemania, al no tener los papeles en regla, tenía que pasar la frontera para que me pusiesen en el pasaporte el sello que me permitía pasar de nuevo otros tres meses en Frankfurt”.
Cuando llega mi turno me abrazo con el Santo Padre y le agradezco el privilegio de haberme permitido celebrar la Eucaristía con él para conmemorar mi cincuentenario sacerdotal. Con esa sorprendente memoria que le caracteriza, me recuerda una de las últimas cosa que he escrito y me felicita por ella. No sé qué decirle para agradecer su cortesía y su constancia como lector de nuestro semanario.
El saludo finaliza y el Papa retorna a su asiento cuando el comandante nos anuncia que ha comenzado la operación de aterrizaje en el aeropuerto internacional de Ginebra. Hace sol y la temperatura es agradable. Cuando desciende por la escalerilla del avión dos ex Guardia Suizos con su vistoso uniforme se cuadran ante él. Son las diez y media de la mañana: comienza una visita de solo once horas pero que quedará marcada en el calendario del ecumenismo como un día muy especial.