Había que venir al Palaexpo de Ginebra para encontrar a la multitud que esperaba al Papa desde primeras horas de la mañana. Esta gigantesca estructura –más de cien mil metros cuadrados– es el escenario de numerosas manifestaciones fierísticas (como el mundialmente famoso Salón del Automóvil) o culturales. Hoy le ha servido a Francisco para celebrar una Eucaristía que las fuentes eclesiales y civiles han cifrado con una presencia de 40.000 fieles. A simple ojo y oído muchos de ellos –¿la mayoría?– eran emigrantes instalados en Suiza desde hace años: portugueses, filipinos, latinoamericanos y naturalmente españoles, muchos menos que hace veinte o treinta años pero todavía numerosos.
En algunos órganos de prensa suizos han aparecido comentarios críticos al hecho de que el Papa haya ’empañado’ el significado ecuménico de su visita a Ginebra por el hecho de haber celebrado la Eucaristía con los fieles de su Iglesia. En su conferencia de prensa, el cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, comentó que era impensable que el Papa encontrándose en un país donde viven tres millones y medio de católicos les ignorase y no presidiese una acto específicamente católico. El presidente de la Conferencia Episcopal, el dominico Charles Morerod, le agradeció su gesto de solidaridad.
La Eucaristía –en la que se festejaba al joven jesuita san Luis Gonzaga– se celebró en latín y francés, pero sus lecturas se hicieron en inglés y alemán mientras Bergoglio pronuncio su homilía en italiano, traducida simultáneamente a través de grandes pantallas de televisión.
A las ocho horas está previsto el regreso a Roma y la habitual conferencia de prensa con los periodistas que le hemos acompañado en este apasionante viaje.