El anuncio que el Papa Francisco ha aceptado las renuncias de los obispos de Rancagua, Alejandro Goic, y de Talca, Horacio Valenzuela, se suma a los tres que saliendo hace tres semanas. En todos estos casos los sucesores han asumido como administradores apostólicos lo que abre una modalidad no frecuente hasta ahora que, así lo interpretan algunos comentaristas, puede ser entendida como una manera de no amarrar el nombramiento evitando que se repita lo ocurrido en Osorno. O, dicen otros más esperanzados, podría ser que el Papa quiera escuchar al Pueblo de Dios antes de nombrar al obispo definitivo consultando por la acogida que ha tenido como administrador apostólico.
Esta nueva intervención es parte del proceso iniciado con la dura carta de Francisco a todos los obispos, en abril pasado, en la que les convocó a viajar a Roma para un encuentro que duró tres días a mitad de mayo, con cuatro sesiones, al inicio de las cuales el Papa les leyó, y luego entregó, un documento de 10 páginas con un detallado análisis de la situación de crisis en la jerarquía de la Iglesia chilena. En el documento el pontífice señala que los obispos han perdido el centro y que esta sería la principal causa de la actual grave situación eclesial. Entonces los insta a volver a poner a Jesús en el centro, además de dar orientaciones precisas de los pasos que deben seguir.
Pocas semanas después envía una Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile donde llama al laicado a tomar un rol protagónico, evitando el clericalismo y asumiendo una participación activa en la comunión eclesial.
Luego, a mediados de junio, previo a la llegada de la Misión Papal encabezada por el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, el Papa aceptó la renuncia de los obispos de Valparaíso, Puerto Montt y Osorno, este último, Juan Barros el criticado obispo acusado de encubrir a su formador Fernando Karadima.
Otro discípulo de Karadima es el actual saliente obispo de Talca, Horacio Valenzuela. Junto a Tomislav Koljatic, Andrés Arteaga y Juan Barros integraba el grupo de obispos formados por el párroco de El Bosque. Barros ya salió de Osorno, ahora Valenzuela. Arteaga no está en funciones por una enfermedad progresiva que lo aqueja hace ya algunos años. Queda Koljatic.
Alejandro Goic, por su parte, aparece mencionado en acusaciones públicas contra un grupo de sacerdotes de su diócesis y a él se le señala como encubridor. Una situación controvertida, ya que hasta pocas semanas atrás era el indiscutido defensor de las víctimas, líder del proceso de prevención de abusos en el Consejo Nacional que presidió desde su fundación, y, firme impulsor del estilo eclesial que vivió la iglesia chilena durante la dictadura militar defendiendo los derechos de los perseguidos.
Las medidas de Francisco con el episcopado chileno no han terminado. Sobre todo, porque en el país siguen apareciendo denuncias en distintas diócesis en las que víctimas acusan a sacerdotes de abuso sexual cuando eran niños o jóvenes.
La Misión Scicluna, que estuvo 8 días por segunda vez hace tres semanas, dejó una comisión permanente para continuar acogiendo a quienes intentaron acudir a ellos, pero no alcanzaron a ser recibidos, y otros que deseen hacerlo. Hasta ahora llegan a 14 las diócesis en las que hay acusaciones a sacerdotes y cuyos obispos reaccionan con debilidad, a lo más acogiendo e iniciando los procesos canónicos.
El estado de abatimiento que se percibe en la jerarquía, expresado en una actitud inerme, ha impedido que surjan iniciativas para responder a la Carta del Papa al Pueblo de Dios que peregrina en Chile. Carta aún poco conocida, poco reflexionada, poco acogida. El laicado, que también sufre una fuerte dependencia clerical, tampoco reacciona. Síntomas, todo estos, de la gravedad de la crisis que tiene al Papa Francisco interviniendo directamente en esta iglesia chilena.