Dos años después del último e infructuoso intento, los dos líderes que se enfrentan por el poder en Sudán del Sur en una guerra civil que ha devastado al país más joven del mundo, han vuelto a apostar por el diálogo. Así, tras una primera reunión el 20 de junio en la capital etíope, Addis Adeba, el presidente sursudanés, Salva Kiir, y el líder opositor y en su día vicepresidente de Kiir, Riek Machar, reemprendieron las negociaciones el día 25 ya en la capital de Sudán, Jartum. Y, apenas dos días después, ya se anunció un acuerdo que puede ser histórico: el decreto de un “alto el fuego permanente” que entró en vigor ayer, sábado 30.
Tras este pacto inicial, las negociaciones seguirán al menos dos semanas más en Jartum, buscándose ahora marcar una agenda concreta que se derive en una transición que lleve a un modelo de gobierno estable, habiendo, posiblemente, representantes de los dos bandos en un único Ejecutivo.
Como mediadores internacionales en este complejo proceso, auspiciado por la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo en el Este de África (IGAD), están actuando los presidentes de Sudán y Uganda, Omar al Bashir y Yoweri Museveni. Algo que ejemplifica hasta qué punto este conflicto, que estalló en 2013 y que tiene una fuerte componente tribal (Kiir representa a los dinka y Machar a los nuer), está afectando fuertemente a los países vecinos, receptores de hasta dos millones de refugiados sursudaneses, estando la mayoría en Angola.
Por no hablar del caos imperante en la propia Sudán del Sur, que se independizó precisamente de Sudán en 2011 y donde hay cuatro millones de desplazados internos, afrontando además el país una bancarrota total.
Aunque la Iglesia local opta por no manifestarse públicamente, es de esperar que la nueva nunciatura para Sudán y Sudán del Sur, cuya apertura anunció a inicios de junio la Santa Sede, tenga un papel relevante en lo que se espera que sea un período de transición acordado por las dos facciones hasta ahora enfrentadas.
En este nuevo tiempo, teniendo en cuenta que estamos ante una nación de mayoría cristiana (lo que acabó siendo determinante en la emancipación de la antigua región de Darfur de la islámica Sudán), tendrían una presencia significativa Eduardo Hiiboro Kussala, obispo de Tombura-Yambio y presidente de la Conferencia Episcopal de Sudán y Sudán del sur, y el obispo keniata Marco Kefima, anunciado ya como nuevo nuncio sudanés.
En sí mismo, el propio gesto de la Santa Sede de querer estar presente en suelo sudanés fue recibido como un primer paso para la esperanza por Kussala, viendo en él un hito que “alienta los corazones de las víctimas de la guerra”.
“El papa Francisco –concluía el pastor– expresa su preocupación por el bienestar de las personas que sufren en Sudán y Sudán del Sur y fortalece nuestro deseo de acabar con el conflicto y la necesidad urgente de tener una paz duradera”.
Pese al optimismo en la sociedad sursudanesa, hay que recordar que ya ambas facciones firmaron un acuerdo de paz en agosto de 2015. Un pacto que se incumplió al no ponerse de acuerdo en el reparto de poder, desembocando en nuevos enfrentamientos en julio de 2016. Además, en diciembre del pasado año, también se llegó a firmar un alto el fuego, pero este apenas duró unas horas. Ahora, la paz (al fin) puede estar algo más cerca.