El 90% de los bienes que utilizamos en nuestra vida diaria ha sido transportado en barco, un sector en el que trabajan 1,2 millones de marineros en condiciones que, a veces, resulta muy duras. Viven durante meses en un espacio reducido, están separados de sus seres queridos y se pierden en muchas ocasiones los eventos más significativos de sus familias, tanto las fiestas como los momentos de dificultad o de luto. Para recordar a los trabajadores del sector marítimo, la Iglesia celebró ayer, 8 de julio, el Domingo del Mar.
Con motivo de esta jornada, el cardenal ghanés Peter A. Turkson, prefecto del dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, envió un mensaje a los capellanes, voluntarios y colaboradores del apostolado del mar en el que agradece la labor que realizan y denuncia algunos de los abusos que sufren los marineros.
Permisos negados
El primer problema que critica Turkson es la negación del permiso para desembarcar y las dificultades que encuentran los capellanes y voluntarios para visitar los barcos. “En numerosos puertos, para las tripulaciones es cada vez más complicado obtener el permiso para bajar a tierra firme, a causa de la política empresarial y de las normas restrictivas y discriminatorias impuestas por los Gobiernos”, dice el cardenal, que lamenta las complicaciones de los operadores del apostolado del mar “para suministrar bienestar material y espiritual a los marineros que llegan a la costa tras semanas de navegación”.
Tras citar el convenio sobre el trabajo marítimo, el responsable de este ‘ministerio’ vaticano subraya que “a las tripulaciones no se debería negar la libertad de bajar a tierra firme, así como a los capellanes y a los voluntarios no se les debería negar el derecho de subir a bordo de los buques”.
Barcos abandonados
Otro de los problemas que afronta Turkson es el de la piratería y la violencia que esta conlleva. Relaciona este fenómeno con “la inestabilidad política” y la “pesca ilegal”, que priva a muchos países costeros de sus legítimos “recursos marítimos naturales” y los condena al hambre y a la miseria.
También habla el purpurado del abandono de naves por parte de sus armadores, una auténtica desgracia que afrontaron 1.300 marineros entre 2012 y 2017. Acabaron “en puertos extranjeros lejos de casa, a menudo sin sueldo y sin reservas de comida y carburante para el buque”. Muchas de estas personas recibieron por fortuna “ayuda material, espiritual, legal y psicológica” de los capellanes y voluntarios de las Stella Maris, cuyo auxilio fue agradecido por el cardenal ghanés.
Turkson finaliza su carta recordando que también los buques “contribuyen de manera significativa al cambio climático global” y a la contaminación con plásticos de los océanos.