La noticia ha sido anunciada por el actual padre general de los Jesuitas, Arturo Sosa, al final de un encuentro con trescientos laicos y jesuitas en Bilbao -precisamente la tierra del próximo beato- que prorrumpieron en una gran ovación. “Hemos comenzado seriamente el proceso de beatificación del padre Pedro Arrupe” fueron sus palabras, tras lo que quiso aclarar que “Estamos todavía en el inicio del proceso, pero el cardenal vicario de Roma, Angelo de Donatis, ha dado el visto bueno a que la diócesis de Roma abra el proceso“. Y es que al haber fallecido en la ciudad eterna, debe ser la diócesis del Papa la que inicie los trámites.
Así, Sosa pidió a todos los presentes que acompañaran el proceso con sus oraciones, además de la colaboración de cualquiera que pueda aportar algo de información respecto al padre Arrupe y la devoción que se le tiene, que pueda por tanto facilitar la beatificación. Si la causa prospera y finaliza en canonización, será el tercer padre general de los jesuitas en alcanzar los altares, nada menos que junto a san Ignacio de Loyola y san Francisco de Borja.
Pedro Arrupe nació en Bilbao en 1907, donde vivió hasta iniciar sus estudios de Medicina en Madrid, sobresaliendo por sus excelentes notas. En un viaje a Lourdes fue testigo de un milagro al que se acercó con curiosidad de médico, algo que le llamó tanto la atención que abandonó sus estudios para ingresar en la Compañía de Jesús, entrando en el seminario en 1927, con apenas 20 años. Durante 10 años completó sus estudios de teología, filosofía y psiquiatría en distintos puntos de Europa, tras lo que fue enviado a Estados Unidos donde destacó por su defensa de los derechos de los inmigrantes.
En 1938 le permitieron ir a la misión de Japón, que él mismo había solicitado, donde sirvió varios años y fue testigo del ataque atómico americano sobre Hiroshima, que después recogería en un libro. En 1965 fue designado Padre General de la Compañía de Jesús, y emprendió una reforma de la misma orientándola por completo a la lucha contra la injusticia de todo tipo y ahondando en la práctica de la pobreza por parte de la orden, así como la acogida de la teología de la liberación, que les valió no pocas críticas. Además, fue él personalmente quien fundó el Servicio Jesuita a Refugiados.
Unos años después, en 1983, una trombosis cerebral le hizo verse obligado a renunciar al cargo, y quedó prácticamente postrado en cama el resto de su vida, que acabó en 1991 con una despedida multitudinaria en su funeral en la Basílica romana del Santísimo Nombre de Jesús, Iglesia madre de la Compañía.