“Por su propio interés, se ruega que mantengan vigiladas sus pertenencias en todo momento”. Sonido ambiente en el aeropuerto. Tecleando en su ordenador, adelantando trabajo, Sonia Plasencia (1980, Santa Cruz de Tenerife), virgen consagrada desde el 5 de octubre de 2013. Recalca la fecha. Es su aniversario. Que acompaña en su anillo a sponsa Christi. No obstante, ella recuerda su aniversario mucho antes, cuando tenía 19 años y Dios la llamó, pero estaba fuera de cobertura. Apenas han pasado 72 horas desde que la Santa Sede hiciera pública la instrucción ‘Ecclesiae sponsae imago’ sobre el Ordo virginum. Casualmente –o causalmente, como ella dice– la joven tinerfeña está en Madrid, donde ha asistido a un curso sobre interioridad. Le sobran unas horas en el aeropuerto y se somete a una entrevista casi de tercer grado.
“Mi vida trata de ser respuesta a una llamada en la propia existencia, en el lugar geográfico en el que transito. Vives la vida de entrega en el mundo, en lo que te ha tocado. Y ahí llevas a Dios. ¿Cómo lo haces? Siendo quien eres”. Así lo define ella. Así se siente: una mujer normal en medio del mundo, cuya consagración cree que “interpela al mundo sobre la cuestión de Dios en sus vidas”. Es solo una de las 223 vidas entregadas por esta consagración en España. 13 de ellas son acompañadas por el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez. “A pesar de que cada una somos diferentes, porque si algo nos define es la libertad creativa, compartimos el arraigo a la diócesis, somos netamente diocesanas; de hecho, mi vocación se forjó en la vivencia en mi comunidad parroquial, en mi diócesis, siempre me he sentido muy diocesana”, recalca.
Todo comenzó en un grupo de jóvenes
Primera retrospección. “Nací en una familia practicante de la fe en bodas, bautizos, comuniones y entierros. Mi madre se interesó porque mi hermano y yo hiciéramos la comunión y hasta ahí, pues creía que esa era su obligación”, recuerda. “No nos obligó a seguir yendo a la parroquia –continúa–, pero eso caló”. Sonia creció, y continúa haciéndolo, en un barrio humilde de La Laguna. Allí fue al colegio público y luego al instituto. Sus compañeros de clase iban a un grupo parroquial que llevaba un seminarista. Como una amiga iba, decidió apuntarse. “Algo se movía”, puntualiza.
En el instituto, su profesora de Religión, perteneciente a un instituto secular, también le removió. “La Confirmación fue un momento muy importante: un chute de energía porque me ayudó el vivir la fe con otros jóvenes”, rememora de aquellos 17 años. Y comenzó su hacer, como catequista, siempre con grupos de jóvenes. “Luego llegó una época en mi vida que fue más ser. Incluso me planteé la vida contemplativa. Lo he pensado después y me he dicho: ‘Vaya, Señor, lo que habías pensando para mí’”, dice entre risas.
Aunque soñaba con estudiar Ciencias Políticas, un verano, de campamento, descubrió que el sentido de su vida pasaba por ayudar a los demás. Y eligió Psicología. En el segundo año comenzó a interesarse por la investigación. “Pasaba mucho tiempo en la facultad y la parroquia comenzó a pasar a un segundo plano”, relata. “Empecé una relación incluso –señala–, nos queríamos muchísimo, pero yo no acababa de verlo claro. Con 19 años recuerdo que llegó el momento en el que dije: ‘Dios, mi vida es para ti, sea en la forma que sea, con pareja o sin ella’”. La relación se rompió y la parroquia volvió a ser el centro. “La pregunta cada vez se repetía más en mi vida. Es esa voz que tienes dentro y no acabas de acallar nunca”, explica.
Una profesional cualificada
Sonia trabaja hoy en un colegio de las dominicas como psicóloga, acompaña a consagrados en crisis, hace peritaciones psicológicas en los procesos de nulidad del tribunal diocesano, da cursos de formación para el Gobierno de Canarias, coordina el grupo de adopciones internacionales del Colegio de Psicólogos de Tenerife, da clases en la Universidad de la Laguna, en la UNED y en el Instituto de Teología de la Diócesis, y atiende su gabinete psicológico. No le sobra el tiempo, pero, aun así, está involucrada en la misión diocesana con la que Tenerife quiere ponerse en salida. “Mi carrera laboral la ha modificado más la economía que ser virgen consagrada”, dice entre risas.
Sonia confiesa que no se siente extraña ni fuera de lugar en la sociedad. “Cuando me lo preguntan abiertamente, digo lo que soy. Es mi vida. No me avergüenzo. Sí, soy virgen. Hay mucha gente virgen. Es una opción de vida. Otros optan por la vida matrimonial o por vivir su genitalidad de otra manera”, explica. No obstante, es consciente de que su vocación cuesta entenderla. “Algunos amigos me dicen que sobra lo de virgen, pero la virginidad habla de pureza. Hay situaciones en las que puedes perder la virginidad y no precisamente por estar con un hombre. Eso no es importante”, asevera. También hay momento para el humor, cuando recuerda que un joven del colegio le renombró su vocación: “Tú eres monja autónoma”.
¿Cómo lo vive su familia? “Mi padre no fue ni a mi Confirmación y mi hermano se declara ateo”. Lo dice sin anestesia. “Papá, que me adora, lo acepta porque me ve feliz”, explica. Y “con mi hermano tengo una relación buenísima, aunque guarda un prudente silencio”, añade. La brújula para tantear el terreno fue su madre. “Tengo que decirte algo que va a cambiar mi vida”. Esas fueron las palabras. Que no encontraron respuesta, más allá de: “A ver cómo se lo decimos a tu padre”. Un mes después se atrevió. “Él solo lloraba”, comenta. Sin embargo, “lo viven con normalidad, porque sigo siendo la misma”. Su proceso no fue de un día para otro. Empezaron la formación tres y ella fue la última en dar el paso. “Cuando empezaban a consagrarse, es como cuando empiezan a casarse tus amigas”, bromea. Ahí es cuando te preguntas: ¿Y el anillo pa’ cuando? Pues fue el 5 de octubre de 2013.