A las 12 horas de este domingo 15 de julio, Francisco ha saludado a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro para el rezo del ángelus. El Papa, que ha centrado su reflexión en torno al Evangelio de hoy (Mc 6, 7-13), donde Jesús envía a los Doce a la misión, para glosar lo que, a su juicio, es el auténtico estilo del misionero, siempre en torno a dos ejes: “La misión tiene un centro y un rostro”.
“Tras llamar el Maestro a los apóstoles –ha reflexionado Bergoglio– por su nombre, uno por uno, para ‘estar con él’ (Mc 3,14), escuchando sus palabras y observando sus gestos de curación, ahora los llama de nuevo para ‘enviarlos de dos en dos’ (6, 7) a las aldeas a las que él irá después”. Esta acción, entiende el Pontífice, “es una especie de ‘entrenamiento’ de lo que les llamará a hacer después de la Resurrección”.
En cuanto al centro de referencia de todo misionero, todos los que se digan tal deben tener en cuenta que este solo es uno: “La persona de Jesús”. Algo que ya se apreció en la misión de los Doce, que no tenían “nada propio que anunciar ni capacidades que demostrar”, radicando su fuerza en que “hablan y actúan como enviados, mensajeros de Jesús”.
“Este episodio del Evangelio –entiende el Papa– también nos concierne, y no solo a los sacerdotes, sino a todos los bautizados, llamados a testimoniar en los diversos entornos de la vida el Evangelio de Cristo”. Pero siempre, ha recalcado, si es “desde su centro inmutable, Jesús”. Porque la misión “no es una iniciativa de cada uno de los creyentes o grupos y grandes congregaciones”; antes bien, “es la misión de la Iglesia, inseparablemente unida a su Señor”.
“Ningún cristiano proclama el Evangelio por su cuenta –ha recordado Francisco–, sino que lo envía la Iglesia, que recibió el mandato de Cristo mismo”.
La segunda característica del estilo del misionero “es, por así decirlo, un rostro”, siendo su clave más honda y auténtica “la pobreza de los medios” y la “sobriedad”. Precisamente, eso es lo que reflejaron Los Doce, a los que Jesús pidió partir “sin llevar nada más que un bastón para el viaje: ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón (v. 8)”.
Y es que “el Maestro los quiere libres y livianos, sin apoyo ni favores, seguros solo del amor de Aquel que los envía, solo fuertes con su palabra que van a anunciar”.
Esa pureza es la que hoy reclama Bergoglio: “Los mensajeros del reino de Dios no son administradores omnipotentes, funcionarios inmóviles o divos”. Todo lo contrario: “Son humildes trabajadores del Reino”.
Cuando el mensaje de la Palabra “no sea bien recibido o escuchado”, el Papa llama a no desanimarse y sí a tener en cuenta que “esto también es pobreza: la experiencia del fracaso”. Como la propia “historia de Jesús, que fue rechazado y crucificado”, lo que, de algún modo, “prefigura el destino de su mensajero. Así, “solo si estamos unidos a él, muertos y resucitados, podemos encontrar el coraje de la evangelización”.
“Que la Virgen María, primera discípula y misionera del Evangelio –ha concluido el Santo Padre–, nos ayude a traer al mundo el mensaje del Evangelio con una alegría humilde y radiante”, yendo siempre “más allá de rechazo, la incomprensión o la angustia”.