Dicen que para que las cicatrices de una guerra civil sanen definitivamente son necesarios cien años… Podría pensarse que incluso serían más los que urgen en los Balcanes, cuya desmembración en varias naciones diferentes en 1992, acabando con la antigua Yugoslavia, supuso un paso más allá en cuanto a la intensidad del odio fraticida, padeciendo sus respectivas sociedades todo tipo de atrocidades.
En ese conflicto, además del componente étnico y cultural, tuvo un papel clave la religión, reforzando su identidad, a modo de escudo, la islámica Bosnia, la ortodoxa Serbia o la católica Croacia… La última, precisamente, juega hoy, a las cinco de la tarde en el Estadio Olímpico Luzhnikí, de Moscú, la final de la Copa del Mundo de Fútbol ante Francia.
Lo que el fútbol une que no lo separe el hombre
Una ocasión histórica que ilusiona a todo un país, pero que, sorprendentemente, también está contribuyendo a acercar a sociedades enfrentadas hasta hace no tanto. Prueba de ello es que, en estas últimas semanas, cuando en la prensa serbia se hacían encuestas sobre si se prefería la derrota o la victoria de Croacia en sus partidos, la gran mayoría deseaba que venciese el vecino. Y lo mismo ocurrió en la prensa croata cuando Serbia aún no había sido eliminada: eran más los croatas que querían que ganasen sus antiguos compatriotas.
Esta realidad no ha dejado indiferente al equipo liderado por Zlatko Dalic. En la rueda de prensa del pasado miércoles 11, tras imponerse en las semifinales a Inglaterra en una agónica prórroga (la tercera para los suyos en este Mundial), el seleccionador se mostró muy agradecido con los hinchas de su país, pero también con “todos aquellos hinchas de la región que nos están apoyando”. Algo que no es casual en él, pues siempre ha defendido que “somos demasiado pequeños como para dividirnos y pelear tanto”, viendo necesario “trabajar en la coexistencia” y, lejos de “repetir el pasado de la guerra”, “ayudarnos y apoyarnos”.
Un rosario en el bolsillo
Más allá de este ilusionante fenómeno social, varios de los integrantes de la selección croata encarnan esa fuerte identidad religiosa que se atribuye a su país. Es el caso del mismo seleccionador, nacido en Bosnia-Herzegovina. Como él mismo contó a la revista Glas-koncila, del Arzobispado de Zagreb, lleva un rosario en todos los partidos: “La fe me da fuerza, siempre tengo un rosario en el bolsillo y rezo antes del juego. Doy gracias a Dios todos los días, porque me ha dado fuerza y fe, pero también la oportunidad de hacer algo en mi vida. Para mí y mi familia, la fe es extremadamente importante”.
Y es que Dalic llegó incluso a ser monaguillo: “Al lado de la casa de mis padres había un monasterio franciscano en Gorica. Era monaguillo y estaba feliz de ir a misa; mi madre me enseñó y me dirigió a la fe. Soy un creyente todo el tiempo, y así crío a mis hijos. Todos los domingos intento ir a a la eucaristía”.
Fe entre balas
Otro caso es el del madridista Luka Modric, la gran estrella del combinado nacional y católico practicante. En los duros años de la guerra, tras el asesinato de su abuelo, su familia se vio obligada a huir de su hogar en Obracovac y se trasladaron a Zadar, viviendo en un hotel que se convirtió en un improvisado campamento para refugiados. Con solo siete años, Modric aprendió a sortear el día a día de la guerra haciendo lo que más le gustaba: jugar al fútbol, aunque fuera el solo, disparando frente a un muro.
Muy significativa es la historia de su compañero en el Bernabéu y en la selección croata, Mateo Kovacic. De fuertes convicciones católicas, en su niñez ejerció muchas veces como monaguillo. De hecho, conoció a su novia de muchos años y actual mujer, Izabel, en el coro de su parroquia.
Hace un mes, en una entrevista con El Mundo de cara a la final de la Copa de Europa en la que el Real Madrid se impuso en Kiev al Liverpool, Kovacic contó cómo “los domingos que no tengo partido, voy a misa, aquí en Madrid, a una iglesia cerca de mi casa. Y antes de jugar, siempre rezo. Es algo muy importante para mí”. “Mi fe en Dios –ha repetido en distintas ocasiones– me hace más fuerte a la hora de afrontar los partidos”.
Concentrados en Medjugorje
A nivel institucional, la federación croata ha mostrado su sensibilidad religiosa cuando, antes de viajar a grandes campeonatos, como Eurocopas o Mundiales, ha concentrado a sus jugadores en el santuario de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina. Ya en el anterior Campeonato del Mundo de 2014, cuando pasaron cinco días de retiro allí, el internacional Stipe Pletikosa explicó cómo lo vivían los jugadores: “La visita tiene el poco que ver con el fútbol. Vinimos para dar gracias por la buena salud, y por lo que somos capaces de superar todos los días, para dar gracias por cada mañana cuando nos despertamos vivos y bien. Aquí nos sentimos como en casa, nos encontramos con una paz necesaria y en un ambiente relajado”.
Levante o no la dorada copa esta tarde, parece claro que la selección de Croacia ya ha ganado muchas cosas en Rusia.