El Papa y el Colegio Cardenalicio se han reunido este 19 de julio por la mañana en consistorio ordinario para tratar la canonización del joven beato italiano Nunzio Sulprizio, cuyo último milagro se aprobó el pasado 8 de junio. Finalmente la fecha elegida para la ceremonia es el 14 de octubre, muy relevante por dos motivos: por ser junto a la canonización de Pablo VI, quien lo beatificó, y por celebrarse durante el mismo mes el Sínodo de los Jóvenes, ya que Sulprizio murió con apenas 19 años.
Este beato italiano nació en el pequeño pueblo de Pescosansonesco, en la región de los Abruzos, en 1817, quedando huérfano de niño. Vivió con su tío, un herrero que le obligó a trabajar en su negocio y le maltrataba, hasta el punto de provocarle una herida en una pierna con la que tuvo que vivir el resto de su vida. A pesar de todo procuraba escaparse cada vez que tenía un minuto para ir a la parroquia y hacer compañía a Jesús en el sagrario.
Cuando su tío le produjo la lesión en la pierna, otro pariente se enteró y lo ingresó en un hospital de Nápoles para incurables con enormes dolores, que ofrecía a Dios con alegría, diciendo “Jesús sufrió mucho por mí ¿Por qué no iba yo a sufrir por él?”. Fue aquí cuando se encontró con el coronel Wochinger, amigo de su pariente, quien lo llevó a vivir con él cuando mejoró su estado, cambiando las muletas por un bastón.
En 1835 se le detecta un cáncer de huesos con tan solo 18 años, tras un notable empeoramiento de su salud. Así, el 5 de mayo de 1836 pidió un crucifijo y le dijo al sacerdote que le asistía “no os preocupéis, os ayudaré siempre desde el cielo“, tras lo que murió en olor de santidad. Su tumba, sita en Nápoles, se convirtió en lugar de peregrinación casi inmediatamente
El milagro que ha permitido avanzar al proceso ha sido el caso de un joven de Tarento que se encontraba primero en coma y después en estado vegetativo tras un accidente de moto. Los padres pidieron a la parroquia de Pescosansonesco, de donde era el santo, una reliquia y un poco de agua del santo, que procede de una fuente en la que se solía lavar la pierna enferma.
A los pocos días de mojarle la frente con el agua y poner la reliquia en el cuarto, los médicos anunciaron que ya no sería necesaria la terapia de reanimación, porque estaba despertando poco a poco. Finalmente el joven salió de su estado sin haber perdido ninguna de sus facultades mentales o motoras.