Antonio Spadaro, director de La Civiltà Cattolica, y Marcelo Figueroa, responsable de la edición argentina de L’Osservatore Romano, han publicado un extenso artículo titulado ‘El peligro de un evangelio diferente’, que vuelve a incidir en los peligros de los telepredicadores. No es la primera vez que esto ocurre, el año pasado un consejero evangélico de Trump solicitó una reunión con el Papa para desmentir que exista un ‘ecumenismo del odio’ como así destacaban los autores.
El sacerdote jesuita y el protestante hablan sobre ‘la teología de la prosperidad’, definiéndola como una “corriente teológica neopentecostal evangélica cuyo núcleo es la convicción de que Dios quiere que sus fieles tengan una vida próspera, es decir, que sean económicamente ricos, físicamente sanos e individualmente felices. Este tipo de cristianismo coloca el bienestar del creyente en el centro de la oración y transforma a su Creador en aquel que hace realidad sus pensamientos y deseos”.
Los autores alertan del peligro que supone este “antropocentrismo religioso” que, sin duda, hace referencia a una interpretación reduccionista del “sueño estadounidense”. Aunque esta “teología” nació en EE UU y durante décadas fue difundida con grandes campañas mediáticas de los neocarismáticos, también se difundió por África, Asia, India, Corea del Sur y China.
En América Latina “este fenómeno religioso se traduce en el uso de la televisión por parte de figuras muy carismáticas de algunos pastores, que lanzan un mensaje simple y directo montado en torno a un espectáculo de música y de testimonios y a una lectura fundamentalista y pragmática de la Biblia”. Mientras que “en América Central, Guatemala y Costa Rica se han convertido probablemente en los dos bastiones principales de esta corriente religiosa”.
“Al Espíritu Santo se lo reduce a un poder al servicio del bienestar individual. Jesucristo ha abandonado su papel de Señor para transformarse en un deudor de cada una de sus palabras. El Padre ha sido reducido a una especie de botones cósmico que se ocupa de las necesidades y de los deseos de sus criaturas”, explican.
La Cività Cattolica, que cuenta con el beneplácito de Secretaría de Estado, critica el papel de los predicadores, quienes indican a sus seguidores que “con sus palabras, son responsables de lo que les sucede, trátese de la bendición o de la maldición económica, física, generacional o espiritual. Y reclaman las promesas de Dios extraídas de los textos bíblicos, colocando al creyente en una posición dominante respecto de un Dios prisionero de su misma palabra tal como esa palabra es percibida y creída por el fiel”.
Ante desastres naturales o las tragedias de los migrantes, “no ofrecen narrativas convincentes que sirvan para mantener a los fieles vinculados al ‘evangelio de la prosperidad”. Este es el motivo por el cual, en estos casos, se nota una falta total de empatía y de solidaridad por parte de los adherentes”, añaden.
Los autores ven el peligro de esta teología en el “perverso efecto que tienen sobre la gente pobre”, puesto que “exacerba el individualismo y anula el sentimiento de solidaridad, e impulsa a las personas a tener una actitud milagrera. Los pobres que se sienten fascinados por este pseudoevangelio queden atados en un vacío sociopolítico que permite a otras fuerzas plasmar fácilmente su mundo, haciéndolos así inofensivos e indefensos”.
En sus diferentes visitas a países donde la ‘teología de la prosperidad’ está muy presente, Francisco siempre ha tenido palabras para criticarlo y aplicar la Doctrina Social de la Iglesia. “En Brasil, en 2013, el Papa señaló que ‘la Iglesia tiende así a modalidades empresariales que son aberrantes y alejan del misterio de la fe’. En Corea, en 2014, dijo: ‘Estén atentos, porque su Iglesia es una Iglesia en prosperidad. Que el diablo no siembre esta cizaña, esta tentación de quitar a los pobres de la estructura profética de la Iglesia, y les convierta en una Iglesia acomodada para acomodados, una Iglesia del bienestar… no digo hasta llegar a la teología de la prosperidad, no, sino de la mediocridad’”.
El artículo concluye denunciando “otra gran herejía de nuestro tiempo, el gnosticismo”. Y usando palabras de Francisco en ‘Gaudete et exsultate’, afirmando que “una fe utilizada para manipular mental y psíquicamente la realidad, pretende dominar la trascendencia de Dios”.