El vicerrector de la Universidad Centroamericana (UCA) en Nicaragua, Jorge Huete, (científico de profesión, es un activo miembro de la Junta Directiva de la Academia de Ciencias) reclama que la comunidad internacional apoye el compromiso de la Iglesia al tratar de mediar ante un régimen que, en su huida hacia adelante, se ha instalado en la barbarie.
Y es que, como denuncia en esta entrevista con Vida Nueva (aprovechando que está estos días de paso por España, donde ha venido con la ONG jesuita Entreculturas), el Gobierno de Daniel Ortega ha decretado la represión de quienes se manifiestan en la calle en su contra. La sangre de más de 350 muertos da fiel (y triste) testimonio de ello.
PREGUNTA.- La situación en Nicaragua se deteriora cada día… ¿En qué punto de la crisis estamos ahora mismo?
RESPUESTA.- Hay una fuerte crisis de gobernabilidad que ha derivado en una matanza a lo largo de los tres últimos meses, cuando empezaron las primeras protestas. La población quiere una salida pacífica, pero el Gobierno ha optado por la represión violenta, en buena parte valiéndose de paramilitares profesionalizados. De hecho, un 70% de los asesinados lo son con disparos certeros en cabeza, cuello o corazón… Eso es obra de francotiradores.
Por otro lado, ha habido un amago de diálogo, pero ha sido bloqueado por el mismo Ejecutivo, cuyo objetivo último es militarizar el país y, finalmente, tratar de conseguir la rendición de la sociedad. Pero esto no lo van a lograr, pues la población ha dado muestras de que su movilización es firme y sostenida.
P.- ¿Hasta qué punto está siendo importante la acción de la Iglesia como sostén de los que se atreven a protestar en la calle?
R.- La Iglesia está desempeñando un rol clave, no habiendo hoy ninguna otra institución con tanto prestigio ante la sociedad. Su opción ha sido clara por el pueblo, por su defensa. El precio que paga por ello es padecer también la represión, recibiendo amenazas de muerte desde el cardenal Brenes hasta el rector de la UCA, el jesuita José Alberto Idiáquez, así como muchos otros más.
El pueblo de Nicaragua ha depositado su esperanza en la Iglesia, creyendo en su papel como pacificadora a través de la mediación. El Gobierno es consciente de eso y por ello también busca la confrontación contra nosotros por todos los medios, incluido el desprestigio de los pastores a través de las redes sociales.
P.- El 30 de mayo, en la masiva Marcha de las Madres, la UCA salvó a hasta 5.000 personas en la que pudo ser una matanza sin parangón. Usted estaba ese día allí. ¿Cómo lo recuerda?
R.- Antes de nada, quiero destacar que la UCA juega un papel esencial en la historia del país. Sobre todo desde 2007, cuando Ortega regresó al poder. Desde entonces, al estar todas las universidades públicas coartadas por el régimen, la nuestra ha sido la única que ha impulsado, a nivel nacional, el debate abierto, a modo de plataforma en la que puedan dialogar todas las ideas. Eso, claro, no le gusta al régimen, atacándonos con fuerza.
Sobre lo que ocurrió el 30 de mayo, fue terrible. Ese día nos manifestábamos hasta 300.000 personas. El ataque por parte de los paramilitares, que contaron con francotiradores apostados en azoteas, llegó cuando la marcha iba a la altura de nuestra universidad. En seguida, hubo más de 15 muertos. El rector y yo íbamos en la concentración. Yo tuve que refugiarme donde pude, pero él sí consiguió abrir nuestras puertas, atendiendo allí a unas 5.000 personas. Atendimos a muchos heridos y los pudimos derivar, a través de Cruz Roja, a hospitales. El modo en que se produjo este ataque demuestra que estaba organizado.
P.- Su rector denuncia que, en caso de ser asesinado, el responsable es uno: Daniel Ortega.
R.- La realidad es que la represión está organizada desde el Gobierno. Hay instrucciones de matar. Eso lo comprobamos en el último ataque a los obispos de Managua, Leopoldo Brenes, y su auxiliar, Silvio José Báez, cuando trataron de proteger a quienes se protegían en la basílica de Diriamba. Directamente, les tendieron una emboscada. Y, solo unas horas antes, el presidente, aun sin nombrarles directamente, avisaba de que habría consecuencias sobre su posicionamiento. En todo lo que ocurre, hay una orientación desde arriba.
P.- Pese a todo, ¿podemos esperar una solución pacífica?
R.- Hay que tener esperanza, pues hay dos fenómenos positivos. Por un lado, se ha promovido una nueva forma de hacer política, habiendo ahora una alianza cívica que va más allá de los partidos tradicionales y que incluye a personas y sectores de todo tipo, con una diversidad que no había antes. Por otra parte, los jóvenes universitarios están protagonizando una revolución pacífica, estando ante una generación comprometida con la restauración de la democracia.
Ahora falta persuadir al Gobierno de que la única vía posible es aceptar la democracia. Para ello, además, necesitamos un compromiso de la comunidad internacional. Deben apoyar con fuerza el papel de la Conferencia Episcopal en esta mediación.