Reportajes

¡Silencio! Me voy de vacaciones al convento





El verano es la estación vacacional por excelencia. Cierran los colegios y universidades, los trabajadores aprovechan sus días de descanso, e incluso el Gobierno se va de vacaciones. Lo más común es huir del calor y refugiarse en alguna playa, en la montaña, volver al pueblo, o aprovechar para hacer algún viaje pendiente, relajarse y desconectar al fin y al cabo. Pero existe una actividad estival que cada vez cobra más fuerza entre el público: algo distinto, en gran medida desconocido, y que, sin duda, puede resultar reconfortante tanto físicamente como a nivel espiritual. Se trata de pasar unos días conviviendo con una comunidad religiosa, aprendiendo sus costumbres, entendiendo su vida contemplativa y, sobre todo, disfrutando del auténtico silencio que permite una verdadera reflexión acerca de uno mismo. Y quien sabe si el discernimiento de una vocación…

Esto es lo que ofrece el Monasterio de Santa María de Armenteira, en Pontevedra, en el que las Monjas Cistercienses que lo habitan organizan unas jornadas monásticas desde hace años. La Hermana Paula, que lleva el programa, lo explica así: “Son tres días, para hombres y mujeres creyentes y no creyentes, y de lo que se trata es de discernir. ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Y qué puede hacer la Iglesia para responder a esta pregunta?”. Son, por tanto, tres días completos en los que “trabajan, rezan con nosotras, y hay pequeñas charlas sobre la forma de acercarse a la lectio divina, el silencio, la comunidad… Pero no son charlas intelectuales, son más bien cercanas e incluyen testimonios”.

Y es que como explica: “Mucha gente se va a Nepal a hacer retiros zen y buscar el silencio y el encuentro con Dios, cuando la vida monástica tiene una riqueza mucho mayor”. Riqueza que en gran medida se encuentra en el silencio –en el Císter se trabaja en silencio– por lo que invitan a los asistentes “a trabajar en contacto con la naturaleza y escuchar el sonido del trabajo y sus propias voces interiores”.

Buscar la interioridad

Y además las propias monjas están “muy emocionadas” con la llegada de estos días, ya que “para ellas es gratificante ver que hay personas que tienen una búsqueda de algo profundo en la vida”. Y según explica la hermana, no les molesta en absoluto, ya que no repercute apenas en su rutina: “¿Quieres saber lo que hace una monja? Pégate a mí y mira. Es una vida sencilla pero llena de belleza”. Aunque también recuerda que no es una experiencia exclusivamente vocacional –aunque también puede ayudar a ello– sino una forma de dar a conocer a todo el que busque algo de paz la forma que tienen estas monjas de Pontevedra de vivir según la Santa Simplicitas una vida de paz y belleza. Y es que no hay muchas formas así de efectivas de desconectar.

Una experiencia similar se puede vivir en el Monasterio Benedictino de San Pelayo de Santiago de Compostela, cuyas monjas se han decidido a organizar unas jornadas monásticas-vocacionales después de recibir durante el curso escolar a unos 700 alumnos de IES Gallegos y que solamente alrededor del 1% dijeran conocer algún monasterio. Por tanto, “lo que pretendemos es posibilitar un encuentro con el mundo monástico que apenas se conoce en nuestras tierras”, afirman las monjas.

Así, lo que ofrecen es “dar a conocer nuestro estilo de vida: participar en las celebraciones litúrgicas, trabajar en alguna de nuestras tareas, comer en nuestro refectorio…”. Si bien la diferencia respecto al Monasterio de Armenteira es que en principio las jornadas tienen una mayor orientación hacia el discernimiento vocacional, a la vez que se muestra al público “la riqueza carismática de la Vida Consagrada y de la vida cristiana”.

Una invitación vocacional

Aunque las monjas reconocen que “quizá la invitación no deba ser tan directamente vocacional” y sea necesario hacer “un primer anuncio” de la vida monástica, por lo que en ediciones posteriores probablemente se orienten más a una faceta de un primer contacto con la vida espiritual. Otra cosa que esta comunidad ha notado con la experiencia es que “nos hizo bien a nosotras porque ‘nos pone las pilas’, la gente que viene nos cuestiona y nos apuntala en los valores monásticos de la acogida, el silencio, la estabilidad, la escucha atenta…”.

Otra alternativa es la que escogió Luis, un estudiante madrileño de 22 años que recuerda con cariño el verano que transcurrió entre segundo y tercer curso de carrera durante su estancia en la Abadía de la Santa Cruz. “Me desvié un poco y en el plano académico no me fue bien –reconoce–. Entre mis padres y yo decidimos que para poder continuar en la universidad debía realizar el esfuerzo que no había hecho durante el año. Convenimos que lo mejor seria pasar las vacaciones en algún tipo de internado, alejado, en el que las distracciones fuesen lo más limitadas posibles para preparar los exámenes de septiembre”.

Gracias a un amigo de la familia dio con un sacerdote que le recomendó varios lugares, entre los que destacó una abadía con hospedería disponible para personas que buscan un entorno tranquilo donde pasar unos días. Y allí descubrió lo peculiar del silencio, al que “al principio no daba importancia, pero eso fue cambiando con el paso de los días, según empecé a sumergirme en la rutina”, explica Luis. Afirma que tanto él como los otros huéspedes, que tenían objetivos similares, “coincidimos en la importancia del silencio de aquel lugar” y lo inspirador que resultaba ver a los monjes trabajando en absoluto silencio. Algo que “ayuda a meditar, pensar y cuestionarnos si estamos tomando o no buenas decisiones, cosa que casi nunca solemos hacer porque nos suele dar miedo”.

Y sin duda debió ayudar, ya que Luis llegó a casa en septiembre y recuperó todas sus asignaturas tras un mes de estudio junto a los monjes. Experiencia que, por otro lado, ha repetido y recomienda “no solo para temas académicos, sino también para encontrar esos momentos de relax y tranquilidad que muchas veces necesitamos para huir del frenético ritmo de vida que llevamos”.

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