“No se trata de romper con todo lo que ya se ha trabajado y que ha dado buenos frutos, sino de estar atentos para actualizar nuestra perspectiva y crear nuevos hábitos para cumplir con la misión de la Iglesia”, señala
Durante los últimos días, la Arquidiócesis de México ha experimentado cambios importantes, entre ellos, la asignación como vicario general de quien fuera hasta ayer el Rector de la Basílica de Guadalupe, Enrique Glennie Graue, y el nombramiento pontificio de uno de los obispos auxiliares del cardenal Carlos Aguiar Retes como nuevo pastor de la Diócesis de Tehuantepec.
Este jueves, 2 de agosto, el propio arzobispo primado de México ha explicado, a través de un comunicado, la importancia de los cambios que se están dando en la Iglesia capitalina, y de que estos se hagan sobre la base de lo ya establecido, pues asegura que “no se trata de romper con todo lo que ya se ha trabajado y que ha dado buenos frutos, pero sí de estar atentos para actualizar nuestra perspectiva y crear nuevos hábitos, según sean necesarios para cumplir con la misión de la Iglesia”, señala.
Para el cardenal Carlos Aguiar, en la Iglesia capitalina estos cambios deben partir de programas troncales y comunitarios que traigan beneficios por lo menos en cinco sentidos: “Que abonen a la comunión eclesial mediante el diseño de líneas generales de gobierno; que den dirección a la labor pastoral; que permitan brindar una atención debida al presbiterio; que generen una mayor cercanía con los fieles, y que fortalezcan la identidad arquidiocesana”.
Desde su llegada a la Arquidiócesis de México, el 5 de febrero pasado, el cardenal Carlos Aguiar Retes se ha referido en diversas ocasiones al cambio de época, como un elemento fundamental que debe estar en la mente de todo católico. “Se trata –dice– no de una simple época de cambios, sino de una transformación en la manera en que el ser humano ve el mundo y se sitúa en él, con un conjunto determinado de ideas, valores, lenguajes y símbolos, que configuran el pensamiento común en un lapso histórico”.
Y es que –añade– constantemente aparecen nuevas necesidades de acuerdo con el contexto en que está inmersa cada una de las personas que vive en este tiempo. La velocidad de los modos de vivir es intensa y acelerada. La dinámica familiar en que crecen los niños, adolescentes y jóvenes está en contraste con lo vivido por los actuales adultos. La forma en que las personas se ganan la vida es distinta a la de hace apenas algunas décadas. Estos cambios se acentúan particularmente en grandes urbes como la Ciudad de México”.
Tras recordar que el papa Francisco llama constantemente a estar atentos a los signos de los tiempos, el cardenal mexicano considera que la Iglesia capitalina necesita también estar alerta a estos cambios y responder a los mismos, asumiendo, sobre todo con el testimonio, los valores cristianos que forman parte íntegra de la identidad como Iglesia particular y como pueblo de Dios.
En el comunicado, el arzobispo de México también se refiere a las reformas vistas desde la óptica del actual papa emérito Benedicto XVI, quien afirmaba que la Iglesia siempre está necesitada de reformas, frente a las cuales siempre es necesario tener en cuenta que la Iglesia no es nuestra, sino de Cristo. “En consecuencia –dice– los cambios no deben reducirse a un celoso activismo por erigir nuevas estructuras, ya que con esto solo conseguiríamos tener una Iglesia a nuestra medida, y no la Iglesia auténtica, que sostiene y nutre la fe y la vida de la comunidad de discípulos de Cristo”.
En este contexto, él hace un llamado a los católicos de la Ciudad de México a asumir una nueva sensibilidad para entender y anunciar el Evangelio, “que sea coherente con nuestras ideas y con nuestras acciones, para poder ser partícipes de ese proceso gradual de definición de valores consensuados, que aseguren la subsistencia de la cultura de cristiandad, que tiene tanto que aportar en los contextos por venir”.
“Para eso –concluye– necesitamos ser una Iglesia en salida, que esté al servicio de la sociedad y sea fiel reflejo de Cristo, que es lo que le dará autoridad y fortaleza; es decir, que nuestra preocupación por preservarla como institución no sea para que la Iglesia viva, sino para que la Iglesia sirva. Este es el sentido de los cambios por los que la Iglesia de Cristo se debe encaminar para crecer y dar frutos de santidad”.