Desde hace dos décadas, sus veranos transcurren entre la Universidad Internacional Menéndez Pelayo –en Santander, frente al Cantábrico– y su pueblo natal –Lastras del Cano, en las estribaciones de Gredos–, dos destinos que encarnan lo que para el teólogo Olegario González de Cardedal constituye “la suma” de toda su vida: “conjugar extremos”. Hoy, a sus 83 años, jubilado como profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, admite que es tiempo ya para el descanso y el silencio. Sin embargo, nuevas publicaciones dan fe de que este sacerdote abulense “continúa haciendo lo que ha hecho siempre”.
PREGUNTA.- ¿Cómo pasa el verano un teólogo jubilado?
RESPUESTA.- Cuando uno ha vivido gozosamente entregado del todo a una tarea, esta ha terminado pasando a ser determinante de la propia existencia; por ello, en diferente intensidad y forma, uno continúa haciendo lo que ha hecho siempre. He querido seguir el precepto del Eclesiástico: “Manténte en tu quehacer y conságrate a él, en tu tarea envejece” (Si 11, 20). En verano uno vuelve a la patria de origen, aldea o capital, para reencontrar a los amigos y recrear imágenes y experiencias primeras que nos han acompañado durante el resto de la vida; para leer libros que no habíamos podido leer o para gozar con la relectura de otros que nos ayudaron a llegar a ser quienes somos.
P.- ¿Tiene algún trabajo entre manos en este momento?
R.- Hay tiempos para trabajar y para descansar; tiempos para la palabra y para el silencio. A mí ahora me tocan los segundos. No llevo entre manos nada especial. En el último curso, el centenario de la Reforma de Lutero me obligó a tener en mi Academia de Ciencias Morales y Políticas una lección sobre ella. Y nació un librito: ‘Martín Lutero: Reforma. Revolución. Contrarreforma’ (CES).
P.- Ha publicado un “diagnóstico” sobre ‘Cultura, religión, sociedad’ (PPC) en España durante la última década. ¿Es el balance de una época
R.- Este libro recoge los textos publicados en ‘ABC’ y ‘El País’ durante el decenio 2007-2017. Son páginas de discernimiento crítico. En ellas fui tomando el pulso a la vida de la Iglesia, la cultura y la sociedad. La vida y la fe necesitan ir siendo llevadas a pulso, con atención a cada una de sus entretelas, discerniendo los signos de los hombres, atendiendo y ateniéndose a “la voz de Dios”. No se puede vivir sin más a golpe de instinto, de poder o de costumbre. En España no hay proporcionalidad entre la vida y el pensamiento: aquella no encuentra en este la clarificación y el impulso que necesita para no caer en el olvido de lo esencial, en el silencio sobre lo sagrado, en el menosprecio de lo humanizador, sucumbiendo a la cultura del mero espectáculo, de la moda y de la opinión dominante.
P.- La otra obra suya de este 2018, ‘Invitación al cristianismo. Experiencia y verdad’ (Ediciones Sígueme), ¿es el testamento de toda una vida?
R.- Es lo que su título indica. No primordialmente una exposición, demostración o apología, sino la reflexión del creyente y del teólogo, que, siguiendo la parábola evangélica, al descubrir la perla del evangelio y encontrar ese incomparable tesoro que es la revelación de Dios en Cristo, por el gozo resultante de ambos, va y lo comunica a sus contemporáneos. Es hablar de lo que se ama y ofrecer a los demás lo que consideramos iluminador y fecundo.
No es ni un capítulo de teología sistemática ni un mero libro piadoso. Su intención no es otra que ayudar a la inteligencia y a la libertad para creer históricamente con honestidad intelectual y para existir cristianamente con alegría vital.