Existen estudios que correlacionan ampliamente el apoyo social y familiar con un incremento de la esperanza de vida de las personas. Algo que, si se piensa, tiene mucho sentido por lo difícil que resulta afrontar una hospitalización -especialmente si es por un problema grave- estando completamente solo. Un estudio del Consejo Americano para la Ciencia y la Salud (ACSH por sus siglas en inglés) ha querido ir un paso más allá, buscando una correlación similar entre longevidad y vida espiritual. Algo que a priori podría ser perfectamente posible, ya que si el hecho de estar acompañado por familiares o amigos ayuda a la recuperación, participar activamente en una parroquia o comunidad proporciona un grupo de apoyo que también podría ser vital.
Para estudiar este fenómeno, los investigadores realizaron un estudio de las esquelas en las que se mencionaba participación en actividades religiosas de los finados. Se buscó esta participación porque suele conllevar una estrecha relación con un grupo, y además, un estudio anterior del mismo instituto afirma que formar parte de una comunidad religiosa en un lugar en que la religión juega un papel importante en la sociedad, puede ayudar en primer lugar a reducir el estrés, lo que de por si es beneficioso para la salud.
La hipótesis por tanto que busca el estudio es demostrar estudiando las esquelas que una afiliación religiosa está relacionada con una mayor longevidad que, por ejemplo, el estado civil o el género.
El estudio comenzó en su fase piloto en Des Moines, Estados Unidos, a nivel local. La primera conclusión fue que efectivamente, aquellos muertos en cuyas esquelas aparecía una afiliación religiosa, habían vivido alrededor de 6,5 años más que los ciudadanos medios sin ninguna afiliación. En vista del éxito, los investigadores ampliaron el radio de acción, estudiando esquelas de diarios on-line repartidos en 42 ciudades de Estados Unidos, utilizando una muestra total de unas 1.000 esquelas.
De nuevo, aquellas personas que mencionaban en su obituario actividades religiosas frecuentes, vivían unos 5 años más que el resto de personas. Una de las primeras conclusiones fue pues que “las oportunidades e incentivos para ser voluntario y participar en los grupos sociales proporcionados por las comunidades religiosas son en parte responsables del alargamiento de la vida”.
Finalmente, los investigadores clasificaron por regiones la muestra del estudio, de forma que pudieran analizar la importancia de la vida religiosa en los distintos lugares en que se trabajó. El resultado fue que en las poblaciones más aisladas, con comunidades religiosas más unidas y una mayor importancia de los lazos familiares, la esperanza de vida de las personas religiosas aumentaba efectivamente alrededor de 5-6 años. Sin embargo, en grandes ciudades y pueblos en los que la religión no tiene tanto arraigo, el aumento era de 3-4 años.
Tras clasificar también el tipo de afiliación, el estudio concluye que las actividades como el voluntariado o trabajos sociales son responsables de un 20% de este aumento, es decir que “otorgan” alrededor de un año más de vida. En cambio la pertenencia a un grupo religioso, y una vida activa dentro de la parroquia con asistencia frecuente a la misma, es la verdadera responsable del alargamiento, añadiendo alrededor de 4 años.
La conclusión del estudio es por tanto que la religión puede jugar un papel fundamental en el alargamiento de la vida. Sin embargo, añaden un párrafo, en el que explican que si bien no se ha demostrado que una vida espiritual alargue la vida -ya que no es algo que se pueda medir– la pertenencia a una confesión religiosa alienta a la vida en grupo, lo que a la hora de la enfermedad efectivamente puede servir al enfermo para luchar de una forma más eficaz contra la muerte y, finalmente, alargar su vida.