Rebeca tenía poco más de 20 años cuando fue secuestra por los terroristas de Boko Haram en Nigeria. Su secuestro duró dos años. Tras su milagrosa liberación, esta joven recuerda el día en que llegaron los terroristas y huyó de su casa, en Baga, junto a su marido Bitrus y sus dos hijos, Zacarías, de tres años, y Jonatán, de uno. Entonces, estaba embarazada de su tercer niño.
En su huida, corrían juntos, pero ella no podía seguir el ritmo. El matrimonio decidió separarse porque Boko Haram asesina a los hombres y a las mujeres las secuestra. Bitrus salió en estampida y Rebeca fue alcanzada por los terroristas junto a sus hijos. La llevaron, junto al resto de mujeres cristianas de Maiduguri, a un campo de entrenamiento. Allí tenían que trabajar de sol a sol y se convertían en esclavas sexuales de los terroristas.
Rebeca se negó radicalmente a renegar de su Señor Jesucristo y a entregar su cuerpo, como le pedían los secuestradores. Esto le costó que le rompieran las muelas por las palizas a las que fue sometida. Así un mes, dos, tres… Un año y hasta dos años que duró su secuestro. A causa de las palizas, perdió al hijo que esperaba.
La obligaban a renegar de Jesús y a recitar el Corán cinco veces al día. Cada vez que se inclinaba de rodillas hacia La Meca, ella oraba en su interior: “En el nombre de Jesús”, “te quiero, Señor Jesús”. Y, en el intento de los milicianos de Boko Haram por hacerla rezar el rosario musulmán, solo conseguían que Rebeca repitiera en cada cuenta un Avemaría a la Virgen.
Como no lograron someterla y se negaba a tener relaciones, le arrebataron a su hijo menor, Jonatán, y lo lanzaron al lago Chad, donde murió ahogado. Sin embargo, la fe de Rebeca la mantuvo insobornable e inquebrantable.
Finalmente, fue violada y se quedó embarazada de un terrorista. Dio a luz sola al hijo de un miliciano de Boko Haram. En su resistencia al infierno de vivir secuestrada por la banda terrorista, un día salió corriendo con su hijo y con el recién nacido. Estuvo semanas perdida, desorientada y sin comida. Logró llegar al pueblo y se reencontró con su marido Bitrus, que ha logrado aceptar al hijo nacido de la violación.
Gracias a su obispo, a la comunidad y a la Iglesia local, el matrimonio ha podido hacer un camino y volver a empezar. Ahora viven en un pobre campo de desplazados en Maiduguri junto a otras familias que huyeron del terrorismo de Boko Haram.